Testimonios para la Iglesia, Tomo 1

Capítulo 24

Las esposas de los ministros

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Vi las esposas de los ministros. Algunas de ellas no ayudan a sus esposos, y sin embargo, profesan creer el mensaje del tercer ángel. Prestan más atención a sus propios deseos y placer, que a descubrir cómo pueden cumplir la voluntad de Dios o sostener las manos de sus esposos por medio de sus oraciones fieles y su conducta cuidadosa. Vi que algunas de ellas siguen una conducta tan obstinada y egoísta, que Satanás las usa como instrumentos suyos, y se vale de ellas para destruir la influencia y utilidad de sus esposos. Se quejan o lamentan abiertamente si se ven sometidas a estrecheces. Se olvidan de los sufrimientos de los antiguos cristianos por amor a la verdad, y piensan que deben cumplir sus deseos y hacer su voluntad. Se olvidan de los sufrimientos de Jesús, su Maestro. Olvidan al Varón de dolores, experimentado en quebranto, que no tenía dónde reposar la cabeza. No quieren recordar aquellas sienes santas, heridas por una corona de espinas. Se olvidan de Aquel que, llevando su propia cruz al Calvario, se desmayó bajo su peso. No sólo la carga de la cruz de madera, sino también la pesada carga de los pecados del mundo, pesaba sobre él. Se olvidan de los crueles clavos que atravesaron sus tiernas manos y pies, y los clamores de su agonía: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” A pesar de todo este sufrimiento que soportó por ellas, se sienten muy poco dispuestas a sufrir por Cristo.

Vi que estas personas se están engañando a sí mismas. No tienen parte ni suerte en el asunto. Se han apoderado de la verdad; pero la verdad no se ha apoderado de ellas.Cuando la verdad solemne e importante se apodere de ellas, morirá el yo; entonces no dirán: “Iré allí; no me quedaré aquí”; sino que preguntarán sinceramente: “¿A dónde quiere Dios que esté? ¿Dónde puedo glorificarlo mejor, y dónde pueden ser de mayor beneficio nuestras labores unidas?” Su voluntad estará absorbida por la voluntad de Dios. La disposición voluntariosa y la falta de consagración que manifiestan algunas de las esposas de ministros, estorban el camino de los pecadores; la sangre de estas almas manchará sus vestidos. Algunos de los ministros han dado un testimonio enérgico respecto del deber y los males de la iglesia; pero no han tenido el efecto debido porque sus propias compañeras necesitaban el testimonio directo que se daba, y la reprensión recayó sobre ellos mismos con gran peso. Estos predicadores permiten que sus compañeras los afecten, los arrastren hacia abajo y llenen su mente de prejuicio. Se sienten abatidos y desalentados, y no comprenden que la verdadera fuente del mal está muy cerca de ellos mismos, y así pierden su utilidad e influencia.

Estas hermanas están estrechamente vinculadas con la obra de Dios si es que él ha llamado a sus esposos a predicar la verdad presente. Estos siervos, si verdaderamente son llamados por Dios, sentirán la importancia de la verdad. Se colocarán entre los vivos y los muertos, y velarán por las almas como quienes han de dar cuenta. Solemne es su vocación y sus compañeras pueden ser para ellos una gran bendición o una gran maldición. Pueden alentarlos cuando están abatidos, consolarlos cuando están desanimados, y animarlos a mirar hacia arriba y confiar plenamente en Dios cuando les falta la fe. O pueden seguir una conducta opuesta; mirar el lado sombrío, pensar que pasan por tiempos difíciles, y no ejercer fe en Dios, hablar de sus pruebas e incredulidad con sus compañeros, albergar un espíritu quejoso y murmurador, y ser un lastre y hasta una maldición para ellos.

Vi que las esposas de los ministros deben ayudar a sus esposos en sus labores, y cuidar muchísimo la influencia que ejercen; porque hay quienes les observan y esperan más de ellas que de otros. Su indumentaria, su vida y conversación debieran ser un ejemplo que tenga sabor de vida y no de muerte. Vi que deben asumir una actitud humilde y mansa, aunque digna, sin dedicar su conversación a cosas que no tienden a dirigir la mente hacia el cielo. Su gran pregunta debe ser: “¿Cómo puedo salvar mi propia alma, y ser el medio de salvar a otros?”

Vi que Dios no acepta una obra tibia al respecto. Quiere todo el corazón y el interés, o nada. Su influencia se ejerce decidida e inequívocamente en favor de la verdad o contra ella. Recogen con Jesús o dispersan. Una esposa no santificada es la mayor maldición que pueda tener un ministro. Aquellos siervos de Dios que por desgracia tengan en sus casas esta influencia agostadora, deben duplicar sus oraciones y su vigilancia, y, asumiendo una posición firme y decidida, no permitir que los opriman las tinieblas. Deben aferrarse más a Dios, ser enérgicos y decididos, gobernar bien su propia casa, y vivir de tal manera que puedan recibir la aprobación de Dios y la custodia de los ángeles. Pero si ceden a los deseos de sus compañeras no consagradas, el desagrado de Dios se manifestará sobre su casa. El arca de Dios no puede morar en ella, porque ellos apoyan a sus esposas en sus errores y se los toleran.

Nuestro Dios es un Dios celoso. Es algo terrible jugar con él. Antiguamente, Acán codició un lingote de oro y un manto babilónico, y los escondió. Todo Israel sufrió por ello y fue derrotado delante de sus enemigos. Cuando Josué averiguó la causa, el Señor dijo: “Levántate, santifica al pueblo, y di: Santificaos para mañana; porque Jehová el Dios de Israel dice así: Anatema hay en medio de ti, Israel; no podrás hacer frente a tus enemigos hasta tanto que hayáis quitado el anatema de en medio de vosotros”. Josué 7:13. Acán había pecado, y Dios lo destruyó a él y a toda su familia, con todo lo que poseían, y borró la maldición de Israel.

Vi que el Israel de Dios debe levantarse, y renovar su fortaleza en Dios, reafirmando y cumpliendo su pacto con él. La codicia, el egoísmo, el amor al dinero y el amor al mundo compenetran todas las filas de los observadores del sábado. Estos males están destruyendo el espíritu de sacrificio entre el pueblo de Dios. Los que albergan esta codicia en su corazón no se dan cuenta de ello. Ese mal se ha apoderado de ellos imperceptiblemente, y a menos que lo desarraiguen, su destrucción será tan segura como la de Acán. Muchos han quitado su sacrificio del altar de Dios. Aman al mundo, desean sus ganancias, y a menos que se produzca en ellos un cambio completo, perecerán con el mundo. Dios les ha prestado recursos; éstos no son propios, pues Dios ha hecho a los hombres mayordomos suyos. Pero debido a esto, los llaman propios y los atesoran. Pero ¡oh, cuán prestamente les es arrebatado todo en un momento cuando la mano prosperadora de Dios se aparta de ellos! Se deben hacer sacrificios para Dios; hay que negarse al yo por amor a la verdad. ¡Oh, cuán débil y frágil es el hombre! ¡Cuán débil su brazo! Vi que pronto la altivez del hombre será abatida, y humillado su orgullo. Reyes y nobles, ricos y pobres, todos por igual serán postrados y caerán sobre ellos las plagas agostadoras de Dios.