El camino consagrado

Capítulo 7

"La ley de la herencia"

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"El Verbo fue hecho carne".

"Venido el cumplimiento del tiempo, Dios envió su Hijo, hecho de mujer" (Gál. 4:4).

"Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros" (Isa. 53:6).

Hemos visto que Cristo, siendo hecho de mujer, alcanzó el pecado en el mismo punto de su entrada original a este mundo, y que era preciso que fuese hecho de mujer a fin de lograr ese fin. También hemos visto que la iniquidad fue puesta sobre él mediante los pecados reales de todos nosotros.

Todo el pecado existente, desde su origen en el mundo hasta el mismo final de éste, le fue cargado a Cristo: ambos, el pecado tal cual es en sí mismo, y tal cual es al cometerlo nosotros. El pecado en su tendencia, y el pecado en el acto: el pecado tal cual es hereditario en nosotros, no cometido por nosotros; y el pecado que cometemos.

Sólo de esta forma podía ser cargado en él el pecado de todos nosotros. Solo sujetándose él mismo a la ley de la herencia podía alcanzar al pecado en su auténtica y verdadera dimensión, tal como es en realidad. De no ser así, le habrían sido cargados los pecados que nosotros hemos efectivamente cometido, con la culpa y condenación que les corresponden. Pero más allá de eso, hay en toda persona, en muchas maneras, la tendencia al pecado, heredada desde pasadas generaciones, que no ha culminado todavía en el acto de pecar, pero que está siempre dispuesta, cuando la ocasión lo permite, a consumarse en la comisión efectiva de pecados. El gran pecado de David es una buena ilustración de lo anterior (Sal. 51:5; 2 Sam. 11:2).

Al librarnos del pecado, no es suficiente que seamos salvos de los pecados que hemos efectivamente cometido: debemos ser también librados de cometer otros pecados. Y para que eso sea así, debe ser afrontada y sometida esa tendencia hereditaria al pecado; debemos ser poseídos por el poder que nos guarde de pecar, un poder para vencer esa tendencia o propensión hereditaria hacia el pecado que hay en nosotros.

Todos los pecados que hemos realmente cometido fueron cargados sobre él, le fueron imputados, para que su justicia se nos pudiese cargar a nosotros: para que nos pudiese ser imputada. También le fue cargada nuestra tendencia al pecado al ser hecho carne, al ser hecho de mujer, de la misma carne y sangre que nosotros, a fin de que su justicia pueda realmente manifestarse en nosotros en la vida cotidiana.

Así, afrontó el pecado en la carne que tomó y triunfó sobre él, como está escrito: "Dios enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne". "Porque él es nuestra paz... dirimiendo en su carne las enemistades".

Y así, precisamente de igual forma en que los pecados que realmente hemos cometido le fueron imputados para que su justicia nos fuese imputada a nosotros; así, enfrentando y conquistando -en la carne- la tendencia al pecado, y manifestando justicia en esa misma carne, nos capacita a nosotros -en él, y él en nosotros- para enfrentar y conquistar en la carne esa misma tendencia al pecado, y manifestar justicia en esa misma carne.

Y es así como al respecto de los pecados que efectivamente hemos cometido, los pecados del pasado, su justicia se nos imputa a nosotros de igual manera en que nuestros pecados le fueron imputados a él. Y a fin de guardarnos de pecar se nos imparte su justicia en nuestra carne, lo mismo que nuestra carne, con su tendencia al pecado, le fue impartida a él. De esa manera es el Salvador completo. Nos salva de todos los pecados que hemos efectivamente cometido; y nos salva igualmente de todos los que podríamos cometer apartados de él.

Si no hubiese tomado la misma carne y sangre que comparten los hijos de los hombres, con su tendencia al pecado, entonces, ¿qué razón o filosofía justificaría el énfasis que se da en las Escrituras a su genealogía? Era descendiente de David; descendiente de Abraham; de Adán, y siendo hecho de mujer, alcanzó incluso lo que precedió la caída de Adán: los orígenes del pecado en el mundo.

En esa genealogía figura Joacim, cuya maldad hizo que fuese sepultado como un asno, "arrastrándole y echándole fuera de las puertas de Jerusalem" (Jer. 22:19); Manasés, quien hizo "desviarse a Judá y a los moradores de Jerusalem, para hacer más mal que las gentes que Jehová destruyó delante de los hijos de Israel"; Achaz, quien "había desnudado a Judá, y rebeládose gravemente contra Jehová"; Roboam, quien nació a Salomón después que éste hubiese abandonado al Señor; El mismo Salomón, quien nació de David y Betsabé; también Ruth, la moabita, y Rahab; lo mismo que Abraham, Isaac, Jessé, Asa, Josafat, Ezequías y Josías: los peores juntamente con los mejores. Y las acciones impías de hasta los mejores, nos son relatadas con idéntica fidelidad que las buenas. En toda esta genealogía, difícilmente encontraremos uno de cuya vida se haya dado referencia que no posea en su registro alguna mala acción.

Obsérvese que fue al final de esa genealogía cuando "aquel Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros". Fue "hecho de mujer" al final de una genealogía tal. Fue en una línea descendente como esa en la que Dios envió "a su Hijo en semejanza de carne de pecado". Y esa línea descendente, esa genealogía, significó para él precisamente lo que significa para todo hombre, por la ley de que la maldad de los padres es visitada en los hijos, hasta la tercera y cuarta generación. Fue para él significativa en las terribles tentaciones del desierto, como lo fue a lo largo de toda su vida en la carne.

Fue de ambas maneras, por herencia y por imputación, como "Jehová cargó sobre él el pecado de todos nosotros". Y cargado así, con esa inmensa desventaja, recorrió triunfalmente el terreno en el que, sin ningún tipo de desventaja, había fallado la primera pareja.

Mediante su muerte pagó la penalidad de todos los pecados realmente cometidos, pudiendo así en buena ley atribuir su justicia a todos aquellos que elijan recibirla. Y por haber condenado el pecado en la carne, aboliendo en su carne la enemistad, nos libra del poder de la ley de la herencia; y puede así en justicia impartir su poder y naturaleza divinos a fin de elevarnos sobre esa ley, manteniendo por encima de ella a toda alma que lo reciba.

Y así leemos que "venido el cumplimiento del tiempo, Dios envió su Hijo, hecho de mujer, hecho súbdito a la ley" (Gál. 4:4). Y "Dios enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley fuese cumplida en nosotros, que no andamos conforme a la carne, más conforme al Espíritu" (Rom. 8:3 y 4). "Porque él es nuestra paz,... dirimiendo en su carne las enemistades,... para edificar en sí mismos los dos [Dios y el hombre] en un nuevo hombre, haciendo la paz" (Efe. 2:14 y 15).

"Por lo cual, debía ser en todo semejante a los hermanos,... porque en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados".

Sea que la tentación venga del interior o del exterior, él es el perfecto escudo contra ella; en consecuencia, salva plenamente a los que por él se allegan a Dios.

Dios, enviando a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado, Cristo tomando nuestra naturaleza tal como es ésta, en su degeneración y pecaminosidad, y Dios morando constantemente con él y en él en esa naturaleza; en todo eso Dios demostró a todos, por los siglos, que no hay ser en este mundo tan cargado con pecados, o tan perdido, que Dios no se complazca en morar con él y en él para salvarlo de todo ello, y para llevarlo por el camino de la justicia de Dios.

Y su nombre es con toda propiedad Emmanuel, que declarado es: "Dios con nosotros".