El camino consagrado

Capítulo 6

"Hecho de mujer"

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¿De qué forma fue Cristo hecho carne? ¿Cómo vino a participar de la naturaleza humana? Exactamente de la misma manera en que venimos a serlo cada uno de nosotros, los hijos de los hombres. Ya que está escrito: "Por cuanto los hijos [del hombre] participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo".

"También... de lo mismo" significa "de la misma manera", "del mismo modo", "igualmente". Así, participó de la "misma" carne y sangre que tienen los hombres, de la misma manera en que los hombres participan de ellas. Y esa manera es mediante el nacimiento: así es como él participó de lo mismo. Dice pues la Escritura, con toda propiedad, que "un niño nos es nacido".

En armonía con lo anterior, leemos que "Dios envió su Hijo, hecho de mujer" (Gál. 4:4). Habiendo sido hecho de mujer en este mundo, fue hecho de la única clase de mujer que este mundo conoce.

Pero, ¿por qué debía ser hecho de mujer?, ¿por qué no de hombre (varón)? Por la sencilla razón de que ser hecho de hombre no le habría aproximado suficientemente al género humano, tal como es el género humano bajo el pecado. Fue hecho de mujer a fin de descender hasta lo último, hasta el último rincón de la naturaleza humana en su pecar.

Para conseguir eso debía ser hecho de mujer, dado que fue la mujer -y no el hombre- quien cayó primero y originalmente en la transgresión. "Adán no fue engañado, sino la mujer, siendo seducida, vino a ser envuelta en transgresión" (1 Tim. 2:14).

Si hubiese sido hecho simplemente de la descendencia del hombre, no habría alcanzado la plena profundidad del terreno del pecado, ya que la mujer pecó, de forma que el pecado estaba en el mundo, antes de que el varón pecara.

Cristo fue, pues, hecho de mujer, con el fin de poder enfrentar el gran mundo de pecado, desde el mismo punto de su entrada en él. Si hubiese sido hecho de otra cosa que no fuese de mujer, habría quedado a medio camino, lo que habría significado en realidad la total imposibilidad de redimir del pecado a los hombres.

Sería la "simiente de la mujer" quien heriría la cabeza de la serpiente; y es solamente en tanto que "simiente de la mujer", y en tanto que "hecho de mujer", como podría enfrentar a la serpiente en su propio terreno, precisamente allí donde entró el pecado en este mundo.

Fue la mujer -en este mundo- quien se implicó en transgresión primeramente. Fue a través de ella como entró originalmente el pecado. Por lo tanto, para redimir del pecado a los hijos de los hombres, Aquel que sería el Redentor debía ir más allá del hombre, a encontrar el pecado que estuvo en el mundo antes que el varón pecara.

Es por eso que Cristo, que vino para redimir, fue "hecho de mujer". Siendo "hecho de mujer" pudo seguir el rastro al pecado hasta los orígenes de su mismo punto de entrada en el mundo, a través de la mujer. Y así, para venir al encuentro del pecado en el mundo y erradicarlo hasta exterminar el último vestigio de él, es de lógica que debiese compartir la naturaleza humana, tal como es ésta desde la entrada del pecado.

De no haber sido así, no habría habido ninguna razón por la que debiera ser "hecho de mujer". Si no fue para venir en el más estrecho contacto con el pecado, tal como éste está en el mundo, tal como está en la naturaleza humana; si hubiese tenido que separarse en el más mínimo grado de él tal como lo encontramos en la naturaleza humana, entonces no tenía por qué ser "hecho de mujer".

Pero dado que fue hecho de mujer, no de hombre; dado que fue hecho de aquella por quien el pecado entró en el mundo en su mismo origen; y no del hombre, quien entró en el pecado después de que éste hubiera ya entrado en el mundo, en esto se demuestra más allá de toda posible duda que entre Cristo y el pecado en este mundo, y entre Cristo y la naturaleza humana tal como está bajo el pecado en el mundo, no hay ningún tipo de separación, ni en el más mínimo grado. Fue hecho carne; fue hecho pecado. Fue hecho carne tal como es la carne, precisamente tal como es la carne en este mundo, y fue hecho pecado, precisamente como es el pecado.

Y todo eso fue necesario con el fin de redimir a la humanidad perdida. El separarse en lo más mínimo, en el sentido que fuese, de la naturaleza de aquellos a quienes vino a redimir, habría significado el completo fracaso.

Por lo tanto, en cuanto que fue "hecho bajo la ley", porque bajo la ley están los que vino a redimir, y en cuanto que fue hecho maldición, ya que bajo la maldición están quienes vino a redimir, y que fue hecho pecado, porque los que vino a redimir son pecadores, "vendidos a sujeción del pecado", precisamente así debía ser hecho carne, y la "misma" carne y sangre, porque son carne y sangre aquellos a quienes vino a redimir; y debía ser "hecho de mujer", porque el pecado estuvo en el mundo al principio, por y en la mujer.

Por consiguiente es cierto, sin ningún tipo de excepción, que "debía ser en todo semejante a los hermanos" (Heb. 2:17).

Si no hubiese sido hecho de la misma carne que aquellos a quienes vino a redimir, entonces no sirve absolutamente de nada el que se hiciese carne. Más aún: Puesto que la única carne que hay en este vasto mundo que vino a redimir, es esta pobre, pecaminosa y perdida carne humana que posee todo hombre, si esa no es la carne de la que él fue hecho, entonces él no vino realmente jamás al mundo que necesita ser redimido. Si vino en una naturaleza humana diferente a la que existe realmente en este mundo, entonces, a pesar de haber venido, para todo fin práctico de alcanzar y auxiliar al hombre, estuvo tan lejos de él como si nunca hubiera venido. De haber sido así, hubiera estado tan lejos en su naturaleza humana y habría sido tan de otro mundo como si nunca hubiera venido al nuestro.

No hay ninguna duda de que Cristo, en su nacimiento, participó de la naturaleza de María -la "mujer" de la cual fue "hecho"-. Pero la mente carnal se resiste a admitir que Dios, en la perfección de su santidad, accediese a venir hasta la humanidad, allí donde ésta está en su pecaminosidad. Por lo tanto, se han hecho esfuerzos para escapar a las consecuencias de esta gloriosa verdad que implica el desprendimiento del yo, inventando una teoría según la cual la naturaleza de la virgen María sería diferente de la del resto de la humanidad: que su carne no sería exactamente tal como la que es común a toda la humanidad. Esa invención pretende que, por cierto extraño proceso, María fue hecha diferente al resto de los seres humanos, con el particular propósito de que Cristo pudiera nacer de ella de la forma que convenía.

Tal invento culminó en lo que se conoce como el dogma católico de la inmaculada concepción. Muchos protestantes, si no la gran mayoría de ellos, junto a otros no católicos, creen que la inmaculada concepción se refiere a la concepción de Jesús por parte de la virgen María. Pero eso es un craso error. No se refiere en absoluto a la concepción de Cristo por María, sino a la concepción de la misma María, por parte de la madre de ella.

La doctrina oficial e "infalible" de la inmaculada concepción, tal como se la define solemnemente en tanto que artículo de fe, por el papa Pío IX hablando ex cathedra, el 8 de diciembre de 1854, es como sigue:

"Por la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los benditos apóstoles Pedro y Pablo, y por nuestra propia autoridad, declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene que la muy bendita virgen María, en el primer instante de su concepción, por una gracia y privilegio especiales del Dios Todopoderoso, a la vista de los méritos de Jesús, el salvador de la humanidad, fue preservada libre de toda tacha de pecado original, es una doctrina que ha sido revelada por Dios, y por lo tanto, debe ser sólida y firmemente creída por todos los fieles.

Por lo tanto, si alguien pretendiera -cosa que Dios impida- pensar en su corazón de forma diferente a la que nosotros hemos definido, sepa y entienda que su propio juicio lo condena, que su fe naufragó y que ha caído de la unidad de la Iglesia" (Catholic Belief, p. 14).

Escritores católicos definen ese concepto en los siguientes términos:

El antiguo escrito, "De Nativitate Christi", encontrado en las obras de San Cipriano, dice: Siendo que [María] era "muy diferente del resto del género humano, le fue comunicada la naturaleza humana, pero no el pecado".

Teodoro, patriarca de Jerusalem, dijo en el segundo concilio de Niza que María "es verdaderamente la madre de Dios, y virgen antes y después del parto; y fue creada en una condición más sublime y gloriosa que toda otra naturaleza, sea ésta intelectual o corporal" (Id., p. 216 y 217).

Eso sitúa llanamente la naturaleza de María más allá de toda posible semejanza o relación con el género humano o la naturaleza humana, tal como ésta es. Teniendo lo anterior claramente presente, sigamos esa invención en su paso siguiente. Será en las palabras del cardenal Gibbons:

"Afirmamos que la segunda persona de la bendita Trinidad, el Verbo de Dios, quien es en su naturaleza divina, desde la eternidad, engendrado del Padre, consubstancial con él, venido el cumplimiento del tiempo fue nuevamente engendrado al nacer de la virgen, tomando de esa forma para sí mismo, de la matriz materna, una naturaleza humana de la misma sustancia que la de ella. En la medida en que el sublime misterio de la encarnación puede ser reflejado por el orden natural, la bienaventurada virgen María, bajo la intervención del Espíritu Santo, comunicando a la segunda persona de la trinidad, tal como hace toda madre, una verdadera naturaleza humana de la misma sustancia que la suya propia, es real y verdaderamente su madre" (Faith of Our Fathers, p. 198 y 199).

Ahora relacionemos ambas cosas. En primer lugar, vemos la naturaleza de María definida como siendo no sólo "muy diferente del resto del género humano", sino "más sublime y gloriosa que toda otra naturaleza", situándola así infinitamente más allá de toda semejanza o relación con el género humano, tal como realmente somos.

En segundo lugar, se describe a Jesús tomando de María una naturaleza humana de la misma sustancia que ella.

Según esa teoría, se deduce -como que dos y dos suman cuatro- que en su naturaleza humana el Señor Jesús es "muy diferente" del resto de la humanidad; verdaderamente su naturaleza no es la humana en absoluto.

Tal es la doctrina católica romana sobre la naturaleza humana de Cristo. Consiste simplemente en que esa naturaleza no es de ninguna manera la naturaleza humana, sino la divina: "más sublime y gloriosa que toda otra naturaleza". Consiste en que en su naturaleza humana, Cristo estuvo hasta tal punto separado del género humano como para ser totalmente diferente del resto de la humanidad: que la suya fue una naturaleza en la cual no pudo tener ninguna clase de identificación de sentimientos con los hombres.

Pero esa no es la fe de Jesús. La fe de Jesús es: "por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo".

La fe de Jesús es que Dios envió a su Hijo "en semejanza de carne de pecado".

La fe de Jesús es que "debía ser en todo semejante a los hermanos".

Es que "Él mismo tomó nuestras enfermedades", y que se puede "compadecer de nuestras flaquezas", habiendo sido tentado en todos los respectos de igual forma en que lo somos nosotros. Si no hubiese sido como nosotros, no habría podido ser tentado como lo somos nosotros. Pero él fue "tentado en todo según nuestra semejanza". Por lo tanto, fue "en todo" "según nuestra semejanza".

En las citas que en este capítulo hemos dado sobre la fe católica, hemos presentado la postura de Roma a propósito de la naturaleza de Cristo y de María. En el segundo capítulo de Hebreos y pasajes similares de la Escritura vemos reflejada, y en este estudio nos hemos esforzado por exponerla de la forma en que la Biblia la presenta, la fe de Jesús al respecto de su naturaleza humana.

La fe de Roma en relación con la naturaleza de Cristo y de María, y también de nuestra naturaleza, parte de esa noción de la mente natural según la cual Dios es demasiado puro y santo como para morar con nosotros y en nosotros, en nuestra naturaleza humana pecaminosa: tan pecaminosos como somos, estamos demasiado distantes de él en su pureza y santidad, demasiado distantes como para que él pueda venir a nosotros tal como somos.

La verdadera fe -la fe de Jesús- es que, alejados de Dios como estamos en nuestra pecaminosidad, en nuestra naturaleza humana que él tomó, vino a nosotros justamente allí donde estamos; que, infinitamente puro y santo como es él, y pecaminosos, degradados y perdidos como estamos nosotros, Dios, en Cristo, a través de su Espíritu Santo, quiere voluntariamente morar con nosotros y en nosotros para salvarnos, para purificarnos, y para hacernos santos.

La fe de Roma es que debemos necesariamente ser puros y santos a fin de que Dios pueda morar con nosotros.

La fe de Jesús es que Dios debe necesariamente morar con nosotros y en nosotros, a fin de que podamos ser puros y santos.