Consejos para la Iglesia

Capítulo 50

Los cristianos en todo el mundo llegan a ser uno en Cristo

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[La mayor parte de los consejos que aparecen en este capítulo fueron presentados por Elena G. de White en una asamblea en la que se habían reunido obreros de varios países con idiomas y costumbres diferentes. Algunos de estos obreros habían razonado erróneamente en el sentido de que los consejos que el Señor había dado a su pueblo por medio de Elena G. de White estaban destinados sólo a los compatriotas de ella.—Los fideicomisarios del Patrimonio White.]

Si fuéramos a Cristo con la sencillez de un niño que se dirige a sus padres terrenales, para pedirle las cosas que nos ha prometido, creyendo que las recibiremos, las obtendríamos. Si todos hubiéramos ejercitado la fe como debiéramos haberlo hecho, habríamos recibido en nuestras asambleas una mayor medida del Espíritu de Dios. Me alegro de que aún nos quedan algunos días antes de finalizar estas reuniones. Ahora debemos preguntarnos: ¿Acudiremos a beber de la fuente? ¿Darán el ejemplo los que enseñan la verdad? Dios hará grandes cosas por nosotros si con fe aceptamos su palabra al pie de la letra. ¡Ojalá viéramos aquí a todos los corazones humillándose delante de Dios!

Desde el principio de estas reuniones se me ha instado a espaciarme mucho en el amor y la fe. Ello se debe a que necesitáis este testimonio. Algunos de los que han entrado en estos campos misioneros han dicho: “No comprendéis al pueblo francés; no comprendéis a los alemanes. Hay que tratarlos de esta o aquella manera”.

Pero pregunto: ¿Acaso Dios no los entiende? ¿No es él quien da a sus siervos un mensaje para la gente? El sabe exactamente lo que cada cual necesita; y si el mensaje viene directamente de él, por intermedio de sus siervos, cumplirá la obra que motiva su envío; todos serán unificados en Cristo. Aun cuando algunos sean categóricamente franceses y otros decididamente alemanes y otros profundamente norteamericanos, todos llegarán a ser tan categóricamente semejantes a Cristo.

El templo judío fue construído con piedras labradas que se sacaron de las montañas. Y cada piedra era preparada para su lugar en el templo, labrada a escuadra, pulida y probada antes de ser transportada a Jerusalén. Cuando todas esas piedras se encontraron sobre el terreno, la edificación se hizo sin que se oyera el ruido de un hacha o de un martillo. Esta edificación representa el templo espiritual de Dios, compuesto de materiales traídos de todas las naciones, len guas, pueblos y clases sociales, grandes y pequeños, ricos y pobres, sabios e ignorantes. No se trata de substancias inertes, que deban ser trabajadas por medio del martillo o el cincel. Son piedras vivas, sacadas de la cantera del mundo por medio de la verdad; y el gran Arquitecto, el Señor del templo, está ahora labrándolas y puliéndolas, preparándolas para su lugar respectivo en el templo espiritual. Ese templo, una vez terminado, será perfecto en todas sus partes y causará la admiración de los ángeles y de los hombres; porque Dios es su Arquitecto y Constructor.

Nadie piense que no tiene necesidad de golpe alguno. No hay persona ni nación que sea perfecta en todas sus costumbres y maneras de pensar. Una debe aprender de otra. Por esto Dios quiere que las diferentes nacionalidades se asocien para llegar a ser un solo pueblo en sus maneras de ver y en sus propósitos. Así será cumplida la unión que es en Cristo.

Vine a este país con cierta aprensión, por lo mucho que había oído de las peculiaridades de las diferentes naciones europeas y de los medios que debían usarse para alcanzarlas. Pero la sabiduría divina es prometida a los que sienten su necesidad de ella y la piden. Dios es quien puede traer a la gente al punto en que quiera recibir la verdad. Dejad al Señor tomar posesión de las mentes para modelarlas como el alfarero modela la arcilla, y las diferencias desaparecerán. Hermanos, mirad a Cristo; imitad sus modales y su espíritu; luego no os será difícil alcanzar a las diferentes clases de personas. No tenemos seis modelos para imitar, ni tampoco cinco, sino uno solo: Cristo Jesús. Si los hermanos italianos, franceses y alemanes se esfuerzan en parecérsele, colocarán sus pies sobre el mismo fundamento, el de la verdad; el mismo espíritu que anima al uno animará también al otro: Cristo en ellos, esperanza de gloria.

Quiero exhortaros, hermanos y hermanas, a no levantar un muro de separación entre las diferentes nacionalidades. Esforzaos, por el contrario, en derribarlo en todas partes donde exista. Deberíamos esforzarnos para llevar a todo el mundo a la armonía que hay en Jesús y trabajar con un solo fin: la salvación de nuestros semejantes.

Hermanos míos en este ministerio, ¿aceptaréis las ricas promesas de Dios? ¿Ocultaréis al yo para dejar aparecer a Jesús? El yo debe morir antes que Dios pueda obrar por nuestro medio. Siento alarma cuando veo asomar el yo aquí y allá, en uno y en otro. En el nombre de Jesús de Nazaret, os declaro que vuestra voluntad debe morir; debe identificarse con la voluntad de Dios. El desea fundiros y purificaros de toda mácula. Una gran obra debe ser hecha en vosotros antes que podáis ser henchidos del poder de Dios. Os suplico que os acerquéis a él a fin de poder recibir sus ricas bendiciones antes de terminar estas reuniones.

La relación de Cristo con las nacionalidades

Cristo no reconocía distinción de nacionalidad, jerarquía o credo. Los escribas y fariseos querían acaparar todos los dones del cielo en favor de su nación, con exclusión del resto de la familia de Dios en el mundo entero. Pero Jesús vino para derribar toda barrera de separación. Vino a mostrar que el don de su misericordia y de su amor, como el aire, la luz o la lluvia que refresca el suelo, no reconoce límites.

Por su vida Cristo estableció una religión sin casta, merced a la cual judíos y paganos, libres y esclavos quedan unidos por un vínculo fraternal de igualdad delante de Dios. Ningún exclusivismo influía en sus actos. No hacía ninguna diferencia entre prójimos y extraños, amigos o enemigos. Su corazón era atraído hacia toda alma que tuviese sed del agua de la vida.

No menospreciaba a ser humano alguno, y procuraba aplicar a toda alma la virtud sanadora. En cualquier sociedad que estuviese, presentaba una lección apropiada al tiempo y a las circunstancias. Todo desprecio y todo ultraje que los hombres infligían a sus semejantes no hacían sino hacerle sentir tanto más hondamente la necesidad en que se hallaban de su simpatía divino-humana. Procuraba hacer nacer la esperanza en el más rústico de los hombres y en aquel que menos esperanza daba, asegurándoles que podían tornarse irreprensibles e inofensivos, y adquirir un carácter que les hiciera hijos de Dios.

Puesto que los hijos de Dios son uno en Cristo, ¿cómo considera Jesús las castas, las distinciones sociales, el apartamiento del hombre de sus prójimos, debido al color, la raza, la posición, la riqueza, la cuna, o las prendas personales? El secreto de la unidad se halla en la igualdad de los creyentes en Cristo.

Una ilustración de cómo se consigue la unidad

Cuando los creyentes que esperaban el próximo regreso del Señor eran sólo un puñado, hace muchos años ya, los observadores del sábado en Topsham, estado de Maine, se reunían para el culto en la amplia cocina del Hno. Stockbridge Howland. Un sábado de mañana, el Hno. Howland estaba ausente. Esto nos sorprendió, porque era siempre puntual. Muy pronto le vimos llegar con el rostro iluminado por la gloria de Dios. “Hermanos—dijo—, he hallado algo, y es esto: podemos adoptar una conducta que nos garantice la promesa de la Palabra divina: ‘No caeréis jamás’. Voy a deciros de qué se trata”.

Entonces contó que había notado que un hermano, que era un pobre pescador, pensaba no ser estimado en lo que merecía, y que el Hno. Howland y otros se creían superiores a él. Estaba equivocado; pero ese sentimiento había impedido a ese hermano asistir a las reuniones desde hacía algunas semanas. Así que el Hno. Howland fue a su casa, y poniéndose de rodillas delante de él, le dijo:

—Perdóname, hermano, ¿qué daño te he hecho?

El hombre lo tomó del brazo y quiso hacer que se levantara.

—No—dijo el Hno. Howland—, ¿qué tienes contra mí?

—No tengo nada contra ti.

—Pero algo debes tener—insistió el Hno. Howland—, porque antes conversábamos juntos, mientras que ahora no me hablas más; quiero saber lo que pasa.

—Levántate, Hno. Howland—repitió el hombre.

—No, hermano, no me levantaré.

—Entonces me toca a mí ponerme de rodillas—dijo; y cayendo de rodillas, el pescador le confesó cuán niño había sido y a cuántos malos pensamientos se había entregado.

—Ahora—añadió—, voy a apartar de mí todo esto.

Al contar esta historia, el Hno. Howland tenía el rostro iluminado por la gloria de Dios. Apenas había terminado su relato cuando el pescador llegó con su familia, y tuvimos una excelente reunión.

Supongamos ahora que algunos de entre nosotros siguiesen el ejemplo dado por el Hno. Howland. Si, cuando nuestros hermanos albergan malas sospechas, fuésemos a decirles: “Perdonadme el mal que os pude hacer”, se quebrantaría el hechizo de Satanás y nuestros hermanos quedarían libres de sus tentaciones. No dejéis que alguna cosa se interponga entre vosotros y vuestros hermanos. Si hay algo que podáis hacer para disipar las sospechas, aun al precio de un sacrificio, no vaciléis en hacerlo. Dios quiere que nos amemos unos a otros como hermanos. El quiere que seamos compasivos y amables. Quiere que cada uno se habitúe a pensar que sus hermanos le aman y que Jesús le ama. El amor engendra amor.

¿Esperamos ver a nuestros hermanos en el cielo? Si podemos vivir con ellos aquí en paz y armonía, entonces podremos hacerlo también allá arriba. Pero, ¿cómo habríamos de vivir con ellos en el cielo, si no podemos hacerlo aquí sin rencillas y disputas continuas? Los que siguen una conducta que tiende a separarlos de sus hermanos y provocan discordia y disensión, necesitan una conversión radical. Es necesario que nuestros corazones sean enternecidos y subyugados por el amor de Cristo. Debemos cultivar el amor que él manifestara al morir en la cruz del Calvario. Debemos allegarnos siempre más al Salvador. Debemos orar más y aprender a ejercitar nuestra fe. Necesitamos más benignidad, compasión y bondad. Pasamos sólo una vez por este mundo. ¿No nos esforzaremos por dejar impreso el sello de Jesús sobre las personas con quienes vivimos?

Nuestros duros corazones deben ser quebrantados. Debemos alcanzar una unidad perfecta y comprender que hemos sido rescatados por la sangre de Jesús de Nazaret. Diga cada cual para sí: “El dio su vida por mí y quiere que, mientras paso por el mundo, yo revele el amor manifestado por él al entregarse por mí”. Cristo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz, para que Dios, permaneciendo justo, pudiese ser el que justifica a los que creen en él. La vida eterna está reservada para cuantos se entregan al Salvador.

Hay fuerza en la unidad

Trabajad con ardor en favor de la unión. Orad, trabajad para obtenerla. Ella os traerá salud espiritual, pensamientos elevados, nobleza de carácter, el ánimo celestial, y os permitirá vencer el egoísmo y las suspicacias, y ser más que vencedores por Aquel que os amó, y se dio a sí mismo por vosotros. Crucificad al yo, considerad a los demás más excelentes que vosotros mismos; y así realizaréis la unión con Cristo. Ante el universo celestial, ante la iglesia y el mundo, daréis la prueba indiscutible de que sois hijos de Dios. Dios será glorificado por el ejemplo que deis.

Lo que el mundo necesita es ver este milagro: los corazones de los hijos de Dios ligados unos a otros por un amor cristiano. Necesita verlos sentados juntos, en Cristo, en las alturas celestiales. ¿No queréis mostrar por vuestra vida lo que puede la verdad divina en quienes aman y sirven al Señor? El conoce lo que podéis llegar a ser y sabe cuánto puede hacer su gracia en vuestro favor, si queréis llegar a ser participantes de la naturaleza divina.

“Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer”. 1 Corintios 1:10.

La unión hace la fuerza; la división significa debilidad. Cuando los que creen la verdad presente están unidos, ejercen una influencia poderosa. Satanás lo comprende bien. Nunca estuvo más resuelto que ahora a anular la verdad de Dios causando amargura y disensión entre el pueblo de Dios.