Consejos para la Iglesia

Capítulo 37

La educación cristiana

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Nos estamos acercando rápidamente a la crisis final de la historia de este mundo, y es importante que comprendamos que las ventajas educativas ofrecidas por nuestras escuelas son diferentes de las ofrecidas por las escuelas del mundo.

Nuestro concepto de la educación tiene un alcance demasiado estrecho y bajo. Es necesario que tenga una mayor amplitud y un fin más elevado. La verdadera educación significa más que la prosecución de un determinado curso de estudio. Significa más que una preparación para la vida actual. Abarca todo el ser, y todo el período de la existencia accesible al hombre. Es el desarrollo armonioso de las facultades físicas, mentales y espirituales. Prepara al estudiante para el gozo de servir en este mundo, y para un gozo superior proporcionado por un servicio más amplio en el mundo venidero.

En el sentido más elevado, la obra de la educación y la de la redención son una, pues tanto en la educación como en la redención “nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo”.

El gran propósito de toda la educación y disciplina de la vida es volver al hombre a la armonía con Dios; elevar y ennoblecer de tal manera su naturaleza moral, que pueda volver a reflejar la imagen de su Creador. Tan importante era esta obra, que el Salvador dejó los atrios celestiales, y vino en persona a esta tierra, para poder enseñar a los hombres cómo obtener la idoneidad para la vida superior.

Es muy fácil dejarse llevar por planes, métodos y costumbres del mundo y no dedicar al tiempo en que vivimos o a la gran obra que debe hacerse más reflexión de la que dedicaron a su tiempo los contemporáneos de Noé. Existe el peligro constante de que nuestros educadores sigan el mismo camino que los judíos, amoldándose a costumbres, prácticas y tradiciones que Dios no dio. Con tenacidad y firmeza, algunos se adhieren a viejos hábitos y a una afición por diversos estudios que no son esenciales, como si su salvación dependiese de estas cosas. Al hacer esto se apartan de la obra especial de Dios y dan a los estudiantes una educación deficiente y errónea.

Debería haber hombres y mujeres que estén calificados para trabajar en las iglesias y para adiestrar a nuestros jóvenes en ramos especiales de trabajo, a fin de que puedan llevar a las almas a contemplar a Jesús. Las escuelas establecidas por nosotros deberían tener en vista este objetivo y no interesarse por el sistema de las escuelas denominacionales establecidas por otras iglesias o por el sistema que siguen los colegios y seminarios del mundo. Deben ser de una categoría enteramente diferente, donde no se origine ni se sancione ninguna fase de infidelidad. Los estudiantes han de ser educados en el cristianismo práctico, y la Biblia debe ser considerada como el libro de texto supremo y más importante.

La responsabilidad de la iglesia

En sueños de la noche me hallaba yo entre una gran compañía en la que el tema de la educación agitaba la mente de todos los presentes. Uno que desde hacía mucho tiempo había sido nuestro enseñador hablaba a los congregados. Decía: “El asunto de la educación debiera interesar a toda la organización adventista del séptimo día”.

La iglesia tiene una obra especial que hacer en educar y preparar a sus niños para que, mientras asisten a la escuela o tienen cualquier otro trato, no sientan la influencia de los hábitos corruptos. El mundo está lleno de iniquidad y desprecio de los requerimientos de Dios. Las ciudades han llegado a ser como Sodoma, y nuestros hijos están diariamente expuestos a muchos males. Los que asisten a las escuelas públicas, se asocian a menudo con otros más descuidados que ellos, a quienes, fuera del tiempo que pasan en el aula de clases, se les deja obtener una educación callejera. Los corazones de los jóvenes se impresionan fácilmente; y a menos que los que los rodean sean de carácter correcto, Satanás empleará a los niños descuidados para influir en aquellos a quienes se educa más cuidadosamente. De esta manera, antes que los padres observadores del sábado sepan lo que está sucediendo, sus hijos habrán aprendido las lecciones de la depravación, y se habrán corrompido sus almas.

Muchas familias que, con el fin de educar a sus hijos, se trasladan a lugares donde están establecidas nuestras escuelas mayores, prestarían mejor servicio al Maestro quedando donde están. Debieran animar a la iglesia de la cual son miembros a establecer una escuela primaria donde los niños de su seno podrían recibir una educación cristiana completa y práctica. Sería inmensamente mejor para sus hijos, para sí mismos y para la causa de Dios, que quedasen en las iglesias menores, donde es necesaria su ayuda, en vez de ir a las iglesias mayores donde, debido a que no se los necesita, están en la constante tentación de caer en la inactividad espiritual.

Dondequiera que haya algunos observadores del sábado, los padres deben unirse para proveer un lugar apropiado para una escuela diurna donde sus niños y jóvenes puedan ser instruidos. Deben emplear un maestro cristiano que, como misionero consagrado, eduque a los niños de tal manera que los induzca a llegar a ser misioneros.

Tenemos ante Dios la obligación solemne y sagrada de criar a nuestros niños para él y no para el mundo; de enseñarles a no hacer alianza con el mundo sino a amar y temer a Dios y a guardar sus mandamientos. Se les debe inculcar el pensamiento de que están formados a la imagen de su Creador y de que Cristo es el Modelo al cual deben adaptarse. Debe prestarse la más seria atención a la educación que impartirá un conocimiento de la salvación, y amoldará la vida y el carácter a la semejanza divina.

Para suplir la falta de obreros, Dios desea que se establezcan en diferentes países centros educacionales donde los estudiantes promisorios puedan educarse en los ramos prácticos del conocimiento y en la verdad bíblica. A medida que estas personas se ocupen en el trabajo, irán dando carácter a la obra de la verdad presente en nuevos campos.

Aparte de la educación de aquellos que han de ser enviados como misioneros desde nuestras asociaciones más antiguas, deben educarse personas de diferentes partes del mundo para trabajar por sus compatriotas y vecinos, y hasta donde sea posible, es mejor y más seguro para ellos obtener su educación en el campo donde tienen que trabajar. Rara vez resulta mejor para el obrero o para el progreso de la obra que vaya a tierras lejanas para educarse.

Como iglesia, como individuos, si queremos estar sin culpa en el juicio, debemos hacer esfuerzos más generosos para la educación de nuestros jóvenes, a fin de que puedan estar mejor preparados para las diversas ramas de la gran obra confiada a nuestras manos. Debemos trazar planes sabios, para que las mentes ingeniosas de los que tienen talentos puedan ser fortalecidas y disciplinadas de la manera más refinada, a fin de que la obra de Cristo no sea impedida por falta de obreros hábiles, que harán su obra con fervor y fidelidad.

Apoyo moral de nuestras instituciones

Los padres y las madres deben cooperar con el maestro, trabajando fervorosamente por la conversión de sus hijos. Procuren ellos mantener vivo y lozano el interés espiritual en el hogar y criar a sus hijos en la disciplina y amonestación del Señor. Consagren una parte de cada día al estudio, haciéndose estudiantes con sus hijos. De esta manera pueden convertir la hora educacional en momentos de sosiego y provecho, y aumentará su confianza en este método de buscar la salvación de sus hijos.

Algunos de los alumnos regresan a casa murmurando y quejándose, y ciertos padres y miembros de la iglesia prestan oído atento a sus declaraciones exageradas y unilaterales. Sería bueno que considerasen que la historia tiene dos fases; pero en vez de hacerlo así, permiten que estos informes parciales levanten una valla entre ellos y el colegio. Empiezan luego a expresar temores, dudas y sospechas acerca de la manera en que se dirige el mismo. Una influencia tal ocasiona gran daño. Las palabras de descontento se difunden como una enfermedad contagiosa, y es difícil contrarrestar la impresión hecha en los espíritus. La historia se amplía con cada repetición, hasta que adquiere proporciones gigantescas, cuando la investigación revelaría el hecho de que no hubo culpa de parte de los maestros o profesores. Estaban cumpliendo simplemente su deber al poner en vigencia las reglas que deben practicarse en la escuela para que ésta no se desmoralice.

Si los padres quisieran ponerse en la situación de los maestros y ver cuán difícil resulta necesariamente manejar y disciplinar una escuela de centenares de alumnos de todos los grados y diversas mentalidades, es posible que, al reflexionar, verían las cosas en forma diferente. Deberían considerar que algunos niños no han sido nunca disciplinados en sus hogares. A menos que se haga algo por estos hijos que han sido tan tristemente descuidados por padres infieles, nunca serán aceptados por Jesús; a menos que se llegue a ejercer cierto dominio sobre ellos, serán inútiles en esta vida y no tendrán parte en la venidera.

Muchos padres y madres se equivocan al fallar en apoyar los esfuerzos de los maestros fieles. Los jóvenes y los niños, con su comprensión imperfecta y su discernimiento sin desarrollar, no siempre son capaces de entender todos los planes y métodos de los maestros. Sin embargo, cuando llevan a casa informes de lo que se dijo e hizo en la escuela, los padres los discuten en el círculo familiar, y se critica sin reservas el proceder del maestro. De esa forma los niños aprenden lecciones que no se olvidan fácilmente. Tan pronto como se los somete a restricciones a las que no están acostumbrados, o se les requiere que se apliquen diligentemente al estudio, apelan a sus imprudentes padres para obtener simpatía y complacencia. Así se fomenta un espíritu de inquietud y descontento; la escuela como un todo se perjudica por la influencia desmoralizadora, y la carga del maestro se vuelve mucho más pesada. Pero la pérdida más grande la sufren las víctimas de la mala administración de los padres. Los defectos de carácter que podrían haberse corregido con una instrucción correcta se fortalecen con el paso de los años, echando a perder y tal vez destruyendo la utilidad de su poseedor.

Maestros dirigidos por Dios

El Señor obra por medio de todo maestro consagrado; y conviene a los intereses del maestro que así lo comprenda. Los instructores que están bajo la disciplina de Dios, reciben gracia, verdad y luz por el Espíritu Santo para comunicarlas a su vez a los niños. Están bajo el mayor Maestro que el mundo haya conocido, y cuán impropio sería que ellos tuviesen un espíritu cruel, una voz aguda, llena de irritación. Con esto perpetuarían sus propios defectos en los niños.

Dios se comunicará con el alma por su propio Espíritu. Orad mientras estudiáis: “Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley”. Salmos 119:18. Cuando en oración el maestro confía en Dios, el Espíritu de Cristo descenderá sobre él, y por el Espíritu Santo Dios obrará mediante él sobre la mente del alumno. El Espíritu Santo llena la mente y el corazón de esperanza, valor e imágenes bíblicas, que serán comunicadas al alumno. Las palabras de verdad crecerán en importancia, y asumirán una anchura y plenitud de significado cual él nunca soñó. La belleza y virtud de la Palabra de Dios ejercen una influencia transformadora sobre la mente y el carácter: las chispas del amor celestial lloverán sobre el corazón de los niños como una inspiración. Podremos llevar centenares y miles de niños a Cristo si trabajamos por ellos.

Antes que los hombres puedan ser verdaderamente sabios, deben comprender que dependen de Dios, y deben estar henchidos de su sabiduría. Dios es la fuente tanto del poder intelectual como del espiritual. Los mayores hombres, que han llegado a lo que el mundo considera como admirables alturas de la ciencia, no pueden compararse con el amado Juan o el apóstol Pablo. La más alta norma de virilidad se alcanza cuando se combina el poder intelectual con el espiritual. A los que hacen esto, Dios los aceptará como colaboradores consigo en la preparación de las mentes.

La obra más importante de nuestras instituciones educativas en este tiempo consiste en presentar ante el mundo un ejemplo que honre a Dios. Los santos ángeles han de vigilar la obra por intermedio de agentes humanos, y todo departamento ha de llevar la marca de la excelencia divina.

Calificaciones de un maestro de escuela

Conseguid un hombre fuerte para que se destaque como director de vuestra escuela, un hombre cuya fuerza física le sostenga en la ejecución de un trabajo cabal de disciplina; un hombre calificado para inculcar en los alumnos hábitos de orden, aseo y laboriosidad. Haced una obra cabal en todo lo que emprendáis. Si sois fieles en enseñar las materias comunes, muchos de vuestros alumnos podrán ir directamente a la obra como colportores y evangelistas. No necesitamos pensar que todos los obreros deben tener una educación avanzada.

Al elegir maestros debemos aplicar toda precaución, sabiendo que es un asunto tan solemne como la elección de las personas para el ministerio. Hombres sabios que sepan discernir el carácter, deben hacer la selección; porque se necesita el mejor talento que se pueda obtener para educar y amoldar la mente de los jóvenes, y para llevar adelante con éxito los muchos ramos de trabajo que han de hacer los maestros en nuestras escuelas de iglesia. Ninguna persona de mente inferior o estrecha, debe ser encargada de una de estas escuelas. No pongáis sobre los niños a maestros jóvenes e inexpertos, que no tienen capacidad para manejarlos; porque sus esfuerzos tenderán a la desorganización.

No debería emplearse a un maestro, a menos que tengáis evidencias por medio de pruebas, de que ama a Dios y teme ofenderlo. Si los maestros son enseñados por Dios, si aprenden sus lecciones diariamente en la escuela de Cristo, trabajarán en conformidad con Cristo. Prevalecerán y atraerán a Cristo, porque cada niño y cada joven es precioso.

Los hábitos y principios de un maestro deben considerarse como de mayor importancia que su preparación literaria. A fin de ejercer la debida influencia, debe tener perfecto dominio de sí mismo y su propio corazón debe estar henchido de amor por sus alumnos, cosa que se revelará en su mirada, sus palabras y actos.

El maestro debe conducirse siempre como un caballero cristiano. Debe asumir la actitud de amigo y consejero de sus alumnos. Si todo nuestro pueblo—maestros, ministros y miembros laicos—cultivase el espíritu de la cortesía cristiana, le sería más fácil hallar acceso a los corazones de la gente; muchos más serían inducidos a examinar y recibir la verdad. Cuando cada maestro se olvide de sí mismo, y sienta profundo interés por el éxito y la prosperidad de sus alumnos, comprendiendo que son propiedad de Dios, y que él deberá dar cuenta de su influencia sobre sus mentes y caracteres, entonces tendremos una escuela en la cual los ángeles se deleitarán en estar.

Nuestras escuelas de iglesia necesitan maestros que tengan altas cualidades morales; personas en quienes se pueda confiar; que sean sanas en la fe; que tengan tacto y paciencia; que anden con Dios y se abstengan de toda apariencia de mal.

Es malo poner a los niños bajo maestros orgullosos y desprovistos de amor. Un maestro así hará mucho daño a aquellos cuyo carácter se está desarrollando rápidamente. No se los debe emplear si no son sumisos a Dios, si no tienen amor hacia los niños sobre quienes presiden, si manifiestan parcialidad hacia los que agradan a su fantasía, y manifiestan indiferencia para los que son menos atrayentes, o hacia los que son inquietos y nerviosos, porque el resultado de su trabajo será una pérdida de almas para Cristo.

Hacen falta, especialmente para los niños, maestros que sean apacibles y bondadosos, y que manifiesten tolerancia y amor hacia los que más lo necesitan.

El maestro perderá la misma esencia de la educación, a menos que comprenda la necesidad de orar, y humille su corazón delante de Dios.

No puede sobreestimarse la importancia de las cualidades físicas del maestro; porque cuanto más perfecta sea su salud, tanto más lo será su labor. La mente no puede pensar claramente ni actuar con firmeza cuando las facultades físicas están sufriendo los resultados de la debilidad o la enfermedad. El corazón se impresiona por la mente; pero si la mente pierde su vigor debido a la incapacidad física, queda obstruido el conducto que lleva a los motivos y sentimientos superiores; y el maestro está menos capacitado para discernir entre el bien y el mal. Cuando se sufren los resultados de una mala salud, no es asunto fácil ser paciente y alegre, o actuar con integridad y justicia.

La Biblia en la educación cristiana

Como medio de educación intelectual, la Biblia es más eficaz que cualquier otro libro o que todos los demás libros juntos. La grandeza de sus temas, la elevada sencillez de sus expresiones, la belleza de sus figuras, avivan y elevan los pensamientos como ninguna otra cosa puede lograrlo. Ningún otro estudio puede impartir poder mental como el que imparte el esfuerzo que se realiza para abarcar las estupendas verdades de la revelación. La mente que en esa forma se pone en contacto con los pensamientos del Ser infinito no puede sino desarrollarse y fortalecerse.

Mayor aún es el poder de la Biblia en el desarrollo de la naturaleza espiritual. El hombre, creado para vivir en comunión con Dios, puede encontrar su verdadera vida y su auténtico desarrollo únicamente en esa comunión. Creado para descubrir en Dios su mayor gozo, en ninguna otra cosa puede hallar lo que puede calmar los anhelos de su corazón, y satisfacer el hambre y la sed del alma. Aquel que con espíritu dócil y sincero estudia la Palabra de Dios para comprender sus verdades, se pondrá en contacto con su Autor, y, a menos que sea por propia decisión, no tienen límite las posibilidades de su desarrollo.

Confíense a la memoria los pasajes más importantes de la Escritura, no como una imposición sino como un privilegio. Aunque al principio la memoria sea deficiente, adquirirá fuerza con el ejercicio, de manera que después de un tiempo os deleitaréis en atesorar las palabras de verdad. Y el hábito resultará de ayuda valiosa para el crecimiento espiritual.

Peligros al enviar a la escuela a pequeñuelos

Así como los moradores del Edén aprendieron de las páginas de la naturaleza, así como Moisés percibió lo que Dios había escrito en los llanos y las montañas de Arabia, y el niño Jesús en los cerros de Nazaret, los niños de hoy día también pueden aprender del Creador. Lo visible ilustra lo invisible.

Hasta donde sea posible, colóquese al niño, desde su más tierna edad, en situación tal que se abra ante él este maravilloso libro de texto.

No mandéis a vuestros pequeñuelos demasiado pronto a la escuela. La madre debiera ser cuidadosa al confiar el modelado de la mente del niño a manos ajenas. Los padres tendrían que ser los mejores maestros de sus hijos hasta que éstos hayan llegado a la edad de ocho o diez años. Su sala de clase debiera ser el aire libre, entre las flores y los pájaros, y su libro de texto, el tesoro de la naturaleza. Tan pronto como sus inteligencias puedan comprenderlo, los padres debieran abrir ante ellos el gran libro divino de la naturaleza. Estas lecciones, dadas en tal ambiente, no se olvidarán prestamente.

No sólo se ha puesto en peligro la salud física y mental al enviarlos a la escuela demasiado precozmente, sino que han perdido desde el punto de vista moral. Tuvieron la oportunidad de tratarse con niños incultos. Se asociaron con los que son ásperos y rudos, que mienten, blasfeman, roban y engañan, y que se deleitan en impartir su conocimiento del vicio a los que son menores que ellos. Si se deja a los niñitos librados a sus propias fuerzas, aprenden más fácilmente el mal que el bien. Los malos hábitos se avienen mejor con el corazón natural y las cosas que ven y oyen en su infancia y niñez se graban profundamente en su mente; y la mala semilla sembrada en su corazón joven se arraigará y se convertirá en aguzadas espinas que herirán el corazón de sus padres.

Importancia de la instrucción en los deberes de la vida práctica

Ahora, como en los días de Israel, todo joven debe ser instruido en los deberes de la vida práctica. Cada uno debe adquirir cierto conocimiento de algún ramo manual por medio del cual, si fuera necesario, pudiera ganarse la vida. Esto es esencial, no sólo como una salvaguardia contra las vicisitudes de la vida, sino por su influencia sobre el desarrollo físico, mental y espiritual.

Diversas industrias deben instalarse en nuestras escuelas. La instrucción industrial debe incluir la teneduría de libros, la carpintería y todo lo que abarca la agricultura. Deben hacerse preparativos para enseñarse los trabajos de herrería, pintura, zapatería, arte culinario, panadería, lavandería, zurcidos, dactilografía e imprenta. Debe dedicarse a este trabajo de adiestramiento toda facultad de que disponemos, para que los alumnos puedan salir bien preparados para los deberes de la vida práctica.

En cuanto a las alumnas, son muchos los empleos que se les podría proveer para permitirles obtener una educación abarcante y práctica. Debe enseñárseles a hacer vestidos y a cuidar del jardín. Deben cultivar flores y plantar frutillas. Así, mientras se están educando en el trabajo práctico, obtendrán saludable ejercicio al aire libre.

Se debería dar realce a la influencia que tiene la mente sobre el cuerpo, y éste sobre aquélla. La energía eléctrica del cerebro, aumentada por la actividad mental, vitaliza todo el organismo, y es de ayuda inapreciable para resistir la enfermedad.

Hay en la Escritura una verdad relativa a la fisiología que necesitamos considerar: “El corazón alegre constituye buen remedio”. Proverbios 17:22.

A fin de que los niños y los jóvenes tengan salud, alegría, vivacidad, y músculos y cerebros bien desarrollados, deben estar mucho al aire libre, tener trabajo y recreación bien regulados. Los niños y los jóvenes a quienes se los mantiene en la escuela, atados a los libros, no pueden tener sana constitución física. El ejercicio del cerebro en el estudio sin el correspondiente ejercicio físico, tiende a atraer la sangre al cerebro y desequilibra su circulación a través del organismo. El cerebro tiene demasiada sangre y ésta falta en las extremidades. Debe haber reglas para regir y limitar los estudios de los niños y los jóvenes a ciertas horas, y luego una parte de su tiempo tiene que dedicarse a la labor física. Si sus hábitos de comer, vestir y dormir están de acuerdo con la ley natural, pueden educarse sin sacrificar la salud física y mental.

La dignidad del trabajo

Se debiera inducir a los jóvenes a apreciar la verdadera dignidad del trabajo. Muéstreseles que Dios obra constantemente. Todas las cosas de la naturaleza cumplen la tarea que se les ha asignado. Se ve actividad en toda la creación y, para cumplir nuestra misión, nosotros también debemos ser activos.

El trabajo físico que se combina con el esfuerzo mental con el fin de ser útil, es una disciplina en la vida práctica, dulcificada siempre por el pensamiento de que está habilitando y educando la mente y el cuerpo para hacer mejor la obra que Dios se propuso que hiciesen los hombres en ramos diversos.

Ninguno de nosotros debe avergonzarse de su trabajo, por humilde y servil que parezca, pues es ennoblecedor. Todos los que trabajan, ya sea con la mente o con las manos, cumplen con su de- ber y honran su religión, tanto mientras lavan la ropa o los platos como cuando van a la reunión. Mientras las manos se dedican al trabajo más común, la mente puede ser elevada y ennoblecida por pensamientos puros y santos.

Una poderosa razón para menospreciar el trabajo físico es la forma descuidada e irreflexiva con que tan a menudo se lo realiza. Se lo hace por necesidad y no por gusto. El trabajador no pone su corazón en él; tampoco conserva su dignidad ni logra que los demás lo respeten. La educación manual debería corregir este error. Debería desarrollar hábitos de exactitud y prolijidad. Los alumnos deberían aprender a tener tacto y a ser sistemáticos; deberían aprender a economizar el tiempo y a sacar provecho de cada movimiento. No sólo se les debería enseñar los mejores métodos, sino que se les debería inspirar a los alumnos la ambición de mejorar constantemente. Su meta debería ser que fuera su trabajo tan perfecto como puedan lograrlo las manos y el cerebro humanos.

Es un pecado dejar que los niños se críen en la ociosidad. Ejerciten sus miembros y músculos, aun cuando los canse. Si no se los recarga demasiado, ¿cómo puede el cansancio perjudicarle más que a vosotros? Hay mucha diferencia entre el cansancio y el agotamiento. Los niños necesitan cambiar de ocupación más a menudo que los adultos y tener con más frecuencia intervalos de descanso; pero aun en edad temprana, pueden comenzar a aprender a trabajar, y serán felices al pensar que se están haciendo útiles. El sueño les será dulce después de un trabajo saludable, y quedarán refrigerados para el siguiente día de trabajo.

No debería ignorarse la lengua materna

En todo aspecto de la educación debe haber fines más importantes que los que se logran mediante el mero conocimiento técnico. Tómese, por ejemplo, el caso del lenguaje. Es de mayor importancia la capacidad de escribir y hablar la lengua propia con facilidad y exactitud, que aprender idiomas extranjeros, vivos o muertos. Pero ninguna educación lograda por medio del conocimiento de las reglas gramaticales puede compararse en importancia con el estudio del idioma desde un punto de vista superior. A este estudio están ligadas, en extenso grado, la felicidad o la desgracia de la vida.

Las obras de los escépticos están prohibidas por Dios

¿Es propósito del Señor que los principios erróneos, los raciocinios falsos y los sofismas de Satanás se mantengan ante la atención de nuestros jóvenes y niños? ¿Deben presentarse los sentimientos paganos e incrédulos a nuestros alumnos como adiciones valiosas a su caudal de conocimientos? Las obras de los escépticos más intelectuales son obras de una mente prostituida al servicio del enemigo; y ¿deben los que sostienen ser reformadores, que procuran dirigir a los niños y los jóvenes en el camino recto, en la senda trazada para que anden en ella los redimidos del Señor, imaginarse que Dios desea que ellos presenten a la juventud para su estudio aquello que representará falsamente su carácter y lo pondrá en una luz falsa? ¡No lo permita Dios!

Los resultados de una educación cristiana

Así como los niños cantaron en los atrios del templo “¡Hosanna! Bendito el que viene en el nombre del Señor”, en estos últimos días las voces infantiles se levantarán para dar el último mensaje de amonestación a un mundo que perece. Cuando los agentes celestiales vean que no se permite más a los hombres presentar la verdad, el Espíritu de Dios descenderá sobre los niños y ellos harán en la proclamación de la verdad una labor que los obreros de mayor edad no podrán hacer, por cuanto su camino se hallará cerrado.

Nuestras escuelas de iglesia han sido instituidas por Dios para preparar a los niños para esta gran obra. En ellas han de ser educados los niños en las verdades especiales para este tiempo y en la obra misionera práctica. Ellos han de alistarse en el ejército de obreros para auxiliar a los enfermos y a los que sufren. Los niños pueden tomar parte en la obra médico-misionera y mediante sus jotas y tildes pueden contribuir a llevarla adelante. Sus aportes podrán ser pequeños, pero todo poquito ayuda, y por medio de sus esfuerzos muchas almas serán ganadas para la verdad. Por su intermedio se hará notorio el mensaje de Dios y su salud salvadora a todas las naciones. Por lo tanto, preocúpese la iglesia por los corderos del rebaño. Sean los niños educados y preparados para servir a Dios, pues ellos son la heredad del Señor.

Debidamente dirigidas, las escuelas de iglesia serán los medios de levantar el estandarte de la verdad en los lugares donde se hallan establecidas; pues los niños que estén recibiendo una educación cristiana serán testigos de Cristo. Así como Jesús resolvió en el templo los misterios que sacerdotes y príncipes no habían discernido, en la obra final de esta tierra, los niños que hayan sido debidamente educados pronunciarán, en su sencillez, palabras que asombrarán a hombres que ahora hablan de “educación superior”.

Se me mostró que nuestro colegio fue destinado por Dios a realizar la grande y buena obra de salvar almas. Sólo cuando se los coloca bajo el pleno dominio del Espíritu de Dios los talentos de un individuo son utilizados al máximo. Los preceptos y principios de la religión son los primeros pasos en la adquisición del conocimiento y constituyen la misma base de la verdadera educación. El conocimiento y la ciencia deben ser vivificados por el Espíritu de Dios a fin de servir los más nobles propósitos. Solamente el cristiano puede hacer el debido uso del conocimiento. La ciencia, para que pueda ser plenamente apreciada, debe ser considerada desde un punto de vista religioso. El corazón ennoblecido por la gracia de Dios puede comprender mejor el verdadero valor de la educación. Los atributos de Dios, que se observan en sus obras creadas, pueden ser apreciados únicamente conociendo al Creador. Los maestros no deben estar familiarizados sólo con la teoría de la verdad, sino que deben tener un conocimiento experimental del camino de la santidad a fin de conducir a los jóvenes a las fuentes de la verdad, al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. El conocimiento es poder únicamente cuando está unido con la verdadera piedad.

Responsabilidad de los estudiantes para sostener su escuela

Los estudiantes que profesan amar a Dios y obedecer la verdad, deben poseer un grado de dominio propio y fuerza de principios religiosos que los habiliten para permanecer inconmovibles en medio de las tentaciones, y destacarse por Jesús en el colegio, en la casa de pensión, o dondequiera que estén. La religión no ha de ser llevada simplemente como un manto en la casa de Dios, sino que los principios religiosos deben caracterizar toda la vida.

Los que están bebiendo de la fuente de la vida no manifestarán, como los mundanos, un anhelante deseo de variedad y placer. En su comportamiento y carácter se verá el descanso, la paz y la felicidad que han hallado en Cristo al deponer diariamente sus perplejidades y cargas a sus pies. Mostrarán que hay contentamiento y aun gozo en la senda del deber y la obediencia. Los tales ejercerán sobre sus condiscípulos una influencia que se hará sentir sobre toda la escuela. Los que componen ese fiel ejército refrigerarán y fortalecerán a los maestros y profesores en sus esfuerzos, procurando vencer toda especie de infidelidad, discordia y negligencia de los reglamentos. Su influencia será salvadora y sus obras no perecerán en el gran día de Dios, sino que los seguirán en el mundo futuro; y la influencia de su vida aquí se hará sentir a través de las incesantes edades de la eternidad. Un joven ferviente, concienzudo y fiel en la escuela es un tesoro inestimable. Los ángeles del cielo lo consideran con amor. Su precioso Salvador le ama, y en el libro mayor del cielo quedará registrada toda obra de justicia, toda tentación resistida, todo mal vencido. Así estará echando un buen fundamento para el tiempo venidero, para asirse de la vida eterna.

De la juventud cristiana depende en gran medida la conservación y perpetuidad de las instituciones que Dios ha designado como medios de adelantar su obra. Esta seria responsabilidad descansa sobre la juventud que entra hoy en el escenario de acción. Nunca ha habido una época en que dependiesen resultados tan importantes de una generación de hombres. ¡Cuán importantes es, pues, que los jóvenes lleguen a estar capacitados para la gran obra, a fin de que Dios pueda usarlos como instrumentos suyos! Su Hacedor tiene sobre ellos derechos que superan a todos los demás.

Dios es quien ha dado la vida y toda dote física y mental que los jóvenes poseen. Les ha conferido capacidad para que la aprovechen sabiamente, a fin de confiarles una obra que será tan duradera como la eternidad. En recompensa de sus grandes dones, él pide que ellos cultiven y ejerzan debidamente sus facultades intelectuales y morales. No les dio esas facultades para su diversión o para que abusasen de ellas obrando contra su voluntad y providencia, sino para que las empleasen en fomentar el conocimiento de la verdad y santidad en el mundo. El exige su gratitud, su veneración y amor, por su continua bondad e infinitas misericordias. El requiere con justicia que se obedezcan sus leyes y todos los sabios reglamentos que restringirán y guardarán a los jóvenes de los designios de Satanás y los conducirán por sendas de paz. Si los jóvenes pueden ver que al cumplir con las leyes y reglamentos de nuestras instituciones están haciendo algo que mejorará su posición en la sociedad, elevará su carácter, ennoblecerá su mente y aumentará su fidelidad, no se rebelarán contra las reglas justas y los requerimientos sanos, ni se dedicarán a crear sospechas y prejuicios contra estas instituciones. Nuestros jóvenes deben tener un espíritu de energía y fidelidad para hacer frente a las demandas que se les hacen, y les será una garantía de éxito. El carácter malo y temerario de muchos de los jóvenes de esta época del mundo es descorazonador. Mucha de la culpa incumbe a los padres en el hogar. Sin el temor de Dios nadie puede ser verdaderamente feliz.