Consejos para la Iglesia

Capítulo 26

La influencia espiritual en el hogar

[Flash Player]

Podemos tener la salvación de Dios en nuestra familia; pero debemos creer en ella, vivir para ella y tener una continua y permanente fe y confianza en Dios. La restricción que la Palabra de Dios nos impone es para nuestro propio interés. Aumenta la felicidad de nuestra familia y de todo lo que nos rodea. Refina nuestro gusto, santifica nuestro juicio y proporciona paz a la mente y al fin la vida eterna. Los ángeles ministradores permanecerán en nuestras moradas y con gozo llevarán al cielo las nuevas de nuestro progreso en la vida divina y el ángel registrador efectuará un registro alegre y feliz.

El Espíritu de Cristo será una influencia permanente en la vida del hogar. Si hombres y mujeres abren el corazón a la influencia celestial de la verdad y el amor, estos principios fluirán como manantiales en el desierto, refrigerando todo y haciendo que la frescura aparezca donde hay ahora esterilidad y escasez.

La negligencia religiosa en el hogar, el descuidar la educación de los hijos, es algo que desagrada mucho a Dios. Si uno de vuestros hijos estuviese en el río, luchando con las ondas y en inminente peligro de ahogarse, ¡qué conmoción se produciría! ¡Qué esfuerzos se harían, qué oraciones se elevarían, qué entusiasmo se manifestaría para salvar esa vida humana! Pero aquí están vuestros hijos sin Cristo, y sus almas no están salvas. Tal vez son hasta groseros y descorteses, un oprobio para el nombre adventista. Perecen sin esperanza y sin Dios en el mundo, y vosotros sois negligentes y despreocupados.

Satanás hace cuanto puede para apartar de Dios a la gente; y tiene éxito cuando la vida religiosa está ahogada en las actividades comerciales, cuando puede absorber de tal manera la mente con los negocios que no se toma tiempo para leer la Biblia, para orar en secreto, para mantener ardiente sobre el altar mañana y noche la ofrenda de alabanza y agradecimiento. ¡Cuán pocos se dan cuenta de las trampas del gran engañador! ¡Cuántos ignoran sus designios!

Culto matutino y vespertino

Padres y madres, cada mañana y cada noche, juntad a vuestros hijos alrededor vuestro, y elevad vuestros corazones a Dios por humildes súplicas. Vuestros amados están expuestos a la tentación. Hay dificultades cotidianas sembradas en el camino de los jóvenes y de sus mayores. Los que quieran vivir con paciencia, amor y gozo deben orar. Será únicamente obteniendo la ayuda constante de Dios cómo podremos obtener la victoria sobre nosotros mismos.

Si hubo un tiempo en el que cada casa debiera ser una casa de oración, es ahora. Predominan la incredulidad y el escepticismo. Abunda la inmoralidad. La corrupción penetra hasta el fondo de las almas y la rebelión contra Dios se manifiesta en la vida de los hombres. Cautivas del pecado, las fuerzas morales quedan sometidas a la tiranía de Satanás. Juguete de sus tentaciones, el hombre va donde lo lleva el jefe de la rebelión, a menos que un brazo poderoso lo socorra.

Sin embargo, en esta época tan peligrosa, algunos de los que se llaman cristianos no celebran el culto de familia. No honran a Dios en su casa, ni enseñan a sus hijos a amarle y temerle. Muchos se han alejado a tal punto de Dios que se sienten condenados cuando se presentan delante de él. No pueden allegarse “confiadamente al trono de la gracia”, “levantando manos santas, sin ira ni contienda”. Hebreos 4:16; 1 Timoteo 2:8. No están en comunión viva con Dios. Su piedad no es más que una forma sin fuerza.

La idea de que la oración no es esencial, es una de las astucias de las que con mayor éxito se vale Satanás para destruir a las almas. La oración es una comunión con Dios, fuente de sabiduría, fuerza, dicha y paz. Jesús oró a su Padre “con gran clamor y lágrimas”. Pablo exhortó a los creyentes a “orar sin cesar” y a hacer conocer sus necesidades por “peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias”. Santiago dice: “Orad unos por otros,... La oración eficaz del justo puede mucho”. Hebreos 5:7; 1 Tesalonicenses 5:17; Filipenses 4:6; Santiago 5:16.

Mediante oraciones sinceras y fervientes, los padres deberían alzar como una valla alrededor de sus hijos. Deberían orar con fe implícita para que Dios habite en ellos y que los santos ángeles los preserven, a ellos y a sus hijos, de la potencia cruel de Satanás.

En cada familia debería haber una hora fija para el culto matutino y vespertino. ¿No conviene a los padres reunir en derredor suyo a sus hijos antes del desayuno para agradecer al Padre Celestial por su protección durante la noche, y para pedirle su ayuda y cuidado durante el día? ¿No es propio también, cuando llega el anochecer, que los padres y los hijos se reúnan una vez más delante de Dios para agradecerle las bendiciones recibidas durante el día que termina?

Cada mañana consagraos a Dios con vuestros hijos. No contéis con los meses ni los años; no os pertenecen. Sólo el día presente es vuestro. Durante sus horas, trabajad por el Maestro, como si fuese vuestro último día en la tierra. Presentad todos vuestros planes a Dios, a fin de que él os ayude a ejecutarlos o abandonarlos según lo indique su Providencia. Aceptad los planes de Dios en lugar de los vuestros, aun cuando esta aceptación exija que renunciéis a proyectos por largo tiempo acariciados. Así, vuestra vida será siempre más y más amoldada conforme al ejemplo divino, y “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”. Filipenses 4:7.

El padre, o en su ausencia la madre, debe presidir el culto y elegir un pasaje interesante de las Escrituras que pueda comprenderse con facilidad. El culto debe ser corto. Cuando se lee un capítulo largo y se hace una oración larga, el culto se torna fatigoso y se siente alivio cuando termina. Dios queda deshonrado cuando el culto se vuelve árido y fastidioso, cuando carece tanto de interés que los hijos lo temen.

Padres y madres, cuidad de que el momento dedicado al culto de familia sea en extremo interesante. No hay razón alguna porque no sea éste el momento más agradable del día. Con un poco de preparación podréis hacerlo interesante y provechoso. De vez en cuando, introducid algún cambio. Se pueden hacer preguntas con referencia al texto leído, y dar con fervor algunas explicaciones oportunas. Se puede cantar un himno de alabanza. La oración debe ser corta y precisa. El que ora debe hacerlo con palabras sencillas y fervientes; debe alabar a Dios por su bondad y pedirle su ayuda. Si las circunstancias lo permiten, dejad a los niños tomar parte en la lectura y la oración.

La eternidad sola pondrá en evidencia el bien verificado por esos cultos de familia.