Consejos para la Iglesia

Capítulo 21

Un matrimonio feliz y de éxito

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Dios ordenó que hubiese perfecto amor y armonía entre los que asumen la relación matrimonial. Comprométanse los novios, en presencia del universo celestial, a amarse mutuamente como Dios ordenó que se amen. La esposa ha de respetar y reverenciar a su esposo, y el esposo ha de amar y proteger a su esposa.

Al comenzar la vida conyugal, tanto los hombres como las mujeres deben consagrarse de nuevo a Dios.

Por mucho cuidado y prudencia con que se haya contraído el matrimonio, pocas son las parejas que han llegado a la perfecta unidad al realizarse la ceremonia de casamiento. La unión verdadera de ambos cónyuges es obra de los años subsiguientes.

Cuando la pareja recién casada afronta la vida con sus cargas de perplejidades y cuidados, desaparece el aspecto romántico con que la imaginación suele tan a menudo revestir el matrimonio. Marido y mujer aprenden entonces a conocerse como no podían hacerlo antes de unirse. Este es el período más crítico de su experiencia. La felicidad y utilidad de toda su vida ulterior dependen de que asuman en ese momento una actitud correcta. Muchas veces cada uno descubre en el otro flaquezas y defectos que no sospechaban; pero los corazones unidos por el amor notarán también cualidades desconocidas hasta entonces. Procuren todos descubrir las virtudes más bien que los defectos. Muchas veces, nuestra propia actitud y la atmósfera que nos rodea determinan lo que se nos revelará en otra persona.

Son muchos los que consideran la manifestación del amor como una debilidad, y permanecen en tal retraimiento que repelen a los demás. Este espíritu paraliza las corrientes de simpatía. Al ser reprimidos, los impulsos de sociabilidad y generosidad se marchitan y el corazón se vuelve desolado y frío. Debemos guardarnos de este error. El amor no puede durar mucho si no se le da expresión. No permitáis que el corazón de quienes os acompañen se agoste por falta de bondad y simpatía de parte vuestra.

Ame cada uno de ellos al otro antes de exigir que el otro lo ame. Cultive lo más noble que haya en sí y esté pronto a reconocer las buenas cualidades del otro. El saberse apreciado es un admirable estímulo y motivo de satisfacción. La simpatía y el respeto alientan el esfuerzo por alcanzar la excelencia, y el amor aumenta al estimular la persecución de fines cada vez más nobles.

La fusión de dos vidas

Aunque se susciten dificultades, congojas y desalientos, no abriguen jamás ni el marido ni la mujer el pensamiento de que su unión es un error o una decepción. Resuélvase cada uno de ellos a ser para el otro cuanto le sea posible. Sigan teniendo uno para con otro los miramientos que se tenían al principio. Aliéntense uno a otro en las luchas de la vida. Procure cada uno favorecer la felicidad del otro. Haya entre ellos amor mutuo y sopórtense uno a otro. Entonces el casamiento, en vez de ser la terminación del amor será más bien su verdadero comienzo. El calor de la verdadera amistad, el amor que une un corazón a otro, es sabor anticipado de los goces del cielo.

Todos deben cultivar la paciencia practicándola. Al ser uno bondadoso y tolerante, puede mantener ardiente el amor en el corazón, y se desarrollarán en él cualidades que el Cielo aprobará.

Satanás está siempre listo para obtener ventajas cuando se presenta cualquier divergencia, y al influir sobre los rasgos de carácter censurables hereditarios que haya en el esposo o la esposa, procurará enajenar a quienes unieron sus intereses en un pacto solemne delante de Dios. Por sus votos matrimoniales prometieron ser como uno solo, al convenir la esposa en amar y obedecer a su esposo, y éste en amarla a ella y protegerla. Si ambos obedecen a la ley de Dios, el demonio de la disensión se mantendrá alejado de la familia, y no habrá división de intereses, ni se permitirá enajenamiento alguno de los afectos.

Este es un momento importante en la historia de las personas que han estado delante de ustedes para unir sus intereses, sus simpatías, su amor y sus labores en el ministerio destinado a salvar a las almas. En la relación matrimonial se da un paso muy importante: la fusión de dos vidas en una. Concuerda con la voluntad de Dios que el hombre y su esposa estén unidos en su obra, para realizarla con integridad y santidad. Y ellos pueden hacerlo.

La bendición de Dios en el hogar donde existe esta unión es como la luz del sol que proviene del cielo, porque la voluntad de Dios ordenó que el hombre y su esposa estén unidos por los santos lazos del matrimonio, bajo el gobierno de Jesucristo y la dirección de su Espíritu.

Dios quiere que el hogar sea el lugar más feliz de la tierra, el mismo símbolo del hogar celestial. Mientras llevan las responsabilidades matrimoniales en el hogar, y vinculan sus intereses con Jesucristo, apoyándose en su brazo y en la seguridad de sus promesas, ambos esposos pueden compartir en esta unión una felicidad que los ángeles de Dios elogian.

Cuando surgen diferencias

Si ambos esposos no sometieron su corazón a Dios es asunto difícil arreglar las dificultades familiares, aun cuando ellos procuren hacerlo con justicia en lo que respecta a sus diversos deberes. ¿Cómo pueden los esposos dividir los intereses de su vida hogareña y seguir manifestándose amante confianza? Debieran tener un interés unido en todo lo que concierne al hogar y si la esposa es cristiana aunará su interés con el de su esposo como compañero suyo; porque el marido debe ocupar el lugar de jefe de la familia.

Su espíritu no es correcto. Cuando usted decide algo, no pesa bien el asunto ni considera lo que será el efecto si se aferra a sus opiniones y en forma independiente las entreteje con sus oraciones y su conversación, cuando sabe que su esposa no opina como usted. En vez de respetar los sentimientos de su esposa y evitar cuidadosamente, como caballero, los temas acerca de los cuales ustedes difieren, ha insistido en espaciarse en los puntos dudosos y en expresar sus opiniones sin consideración para quienes lo rodeaban. Le ha parecido que los demás no tenían derecho a no ver las cosas como usted. El árbol cristiano no produce tales frutos.

Hermano mío, hermana mía, abrid la puerta del corazón para recibir a Jesús. Invitadle a entrar en el templo del alma. Ayudaos mutuamente a vencer los obstáculos que se encuentran en la vida matrimonial de todos. Arrostraréis un fiero combate para vencer a vuestro adversario el diablo, y si queréis que Dios os ayude en la batalla, debéis estar unidos en la decisión de vencer y de mantener los labios sellados para no decir mal alguno, aun cuando hayáis de caer de rodillas y clamar: “Señor, reprime al adversario de mi alma”.

Si se cumple la voluntad de Dios, ambos esposos se respetarán mutuamente y cultivarán el amor y la confianza. Cualquier cosa que habría de destruir la paz y la unidad de la familia debe reprimirse con firmeza, y debe fomentarse la bondad y el amor. El que manifiesta un espíritu de ternura, tolerancia y cariño notará que se le trata con el mismo espíritu. Donde reina el Espíritu de Dios, no se hablará de incompatibilidad en la relación matrimonial. Si de veras se forma en nosotros Cristo, esperanza de gloria, habrá unión y amor en el hogar. El Cristo que more en el corazón de la esposa concordará con el Cristo que habite en el del marido. Se esforzarán juntos por llegar a las mansiones que Cristo fue a preparar para los que le aman.

Los que consideran la relación matrimonial como uno de los ritos sagrados de Dios, protegidos por su santo precepto, serán gobernados por los dictados de la razón.

A veces en la vida matrimonial hombres y mujeres obran como niños indisciplinados y perversos. El marido quiere salir con la suya y ella quiere que se haga su voluntad, y ni uno ni otro quiere ceder. Una situación tal no puede sino producir la mayor desdicha. Ambos debieran estar dispuestos a renunciar a su voluntad u opinión. No pueden ser felices mientras ambos persistan en obrar como les agrade.

Sin tolerancia y amor mutuos ningún poder de esta tierra puede mantenerla a usted ni a su marido en los lazos de la unidad cristiana. El compañerismo de ambos en el matrimonio debiera ser estrecho, tierno, santo y elevado, e infundir poder espiritual a su vida, para que pudiesen ser el uno para el otro todo lo que la Palabra de Dios requiere. Cuando lleguen a la condición que Dios quiere verles alcanzar, hallarán el cielo aquí y a Dios en su vida.

Recuerden ustedes mi querida hermana y hermano, que Dios es amor y que por su gracia pueden ustedes hacerse felices el uno al otro, como prometieron en su voto matrimonial.

Mediante la gracia de Cristo podréis obtener la victoria sobre vosotros mismos y sobre vuestro egoísmo. Si vivís la vida de Cristo, si a cada paso consentís al sacrificio, si manifestáis constantemente una simpatía siempre mayor para con aquellos que necesitan ayuda, obtendréis victoria tras victoria. Día tras día aprenderéis a dominaros y a fortalecer los puntos débiles de vuestros caracteres. El Señor Jesús será vuestra luz, vuestra fuerza, vuestra corona de gozo, porque habréis sometido vuestra voluntad a la suya.