Consejos para la Iglesia

Capítulo 17

Pureza de corazón y de vida

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Dios os ha dado un tabernáculo que cuidar y conservar en la mejor condición para su servicio y gloria. Vuestros cuerpos no os pertenecen. “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo? ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es”. 1 Corintios 6:19; 3:16, 17.

En esta época de corrupción, cuando nuestro adversario el diablo ronda como león rugiente buscando a quien devore, veo la necesidad de elevar mi voz en amonestación. “Velad y orad, para que no entréis en tentación”. Mateo 26:41. Son muchos los que poseen talentos brillantes y que los dedican impíamente al servicio de Satanás.

¿Qué advertencia puedo dar a un pueblo que profesa haber sa- lido del mundo y haber dejado las obras de las tinieblas? ¿A un pueblo a quien Dios ha hecho depositario de su ley, pero que como la higuera frondosa ostenta sus ramas aparentemente florecientes a la misma faz del Altísimo y, sin embargo, no lleva frutos para la gloria de Dios? Muchos de ellos albergan pensamientos impuros, imaginaciones profanas, deseos no santificados y bajas pasiones. Dios aborrece el fruto que lleva un árbol tal. Los ángeles, puros y santos, miran la conducta de los tales con aborrecimiento, mientras Satanás se regocija. ¡Ojalá que los hombres y mujeres considerasen lo único que pueden ganar al transgredir la ley de Dios! En cualquier circunstancia, la transgresión deshonra a Dios y resulta en una maldición para el hombre. Debemos considerarla así, por hermoso que sea su disfraz y cualquiera sea la persona que la cometa.

Los limpios de corazón verán a Dios. Todo pensamiento impuro contamina el alma, menoscaba el sentido moral y tiende a obliterar las impresiones del Espíritu Santo. Empaña la visión espiritual, de manera que los hombres no puedan contemplar a Dios. El Señor puede perdonar al pecador arrepentido, y le perdona; pero aunque esté perdonada, el alma quedará mancillada. Toda impureza de palabras o de pensamientos debe ser rehuida por aquel que quiera tener un claro discernimiento de la verdad espiritual.

Algunos reconocerán el mal de las prácticas pecaminosas, y, sin embargo, se disculparán diciendo que no pueden vencer sus pasiones. Esta es una admisión terrible de parte de una persona que lleva el nombre de Cristo. “Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo”. 2 Timoteo 2:19. ¿Por qué existe esta debilidad? Es porque las propensiones animales han sido fortalecidas por el ejercicio, hasta que han prevalecido sobre las facultades superiores. A los hombres y mujeres les faltan principios. Están muriendo espiritualmente porque han condescendido durante tanto tiempo con sus apetitos naturales que su dominio propio parece haber desaparecido. Las pasiones inferiores de su naturaleza han empuñado las riendas, y la que debiera ser la facultad dominante se ha convertido en la sierva de la pasión corrupta. Se mantiene al alma en la servidumbre más abyecta. La sensualidad ha apagado el deseo de santidad, y ha agostado la prosperidad espiritual.

No mancilléis el templo de Dios

La obra especial de Satanás en estos últimos días es posesionarse de la mente de la juventud, corromper los pensamientos e inflamar las pasiones; porque sabe que al hacer esto, puede guiarlos a acciones impuras y así se denigrarán todas las nobles facultades de la mente y puede dominarlos de acuerdo con sus propios propósitos.

Mi alma se aflige por los jóvenes que forman su carácter en esta era de degeneración. Tiemblo también por sus padres, porque se me ha mostrado que en general no entienden su obligación de educar a sus hijos en el camino por donde deben andar. Consultan las costumbres y las modas; y los niños no tardan en dejarse llevar por éstas y se corrompen, mientras sus indulgentes padres no advierten el peligro. Pero muy pocos jóvenes están libres de hábitos corrompidos. En extenso grado se los exime de ejercicio físico por temor a que trabajen demasiado. Los padres mismos llevan las cargas que sus hijos debieran llevar. Es malo trabajar con exceso, pero los resultados de la indolencia son más temibles. La ociosidad conduce a la práctica de hábitos corrompidos. La laboriosidad no cansa ni agota una quinta parte de lo que rinde el hábito pernicioso del abuso propio. Si el trabajo sencillo y bien regulado agota a vuestros hijos, tened la seguridad, padres, de que hay, además del trabajo, algo que enerva su organismo y les produce una sensación se cansancio continuo. Dad a vuestros hijos trabajo físico para que pongan en ejercicio los nervios y los músculos. El cansancio que acompaña un trabajo tal, disminuirá su inclinación a participar en hábitos viciosos. La ociosidad es una maldición. Produce hábitos licenciosos.

Evitad el leer y mirar cosas que sugerirán pensamientos impuros. Cultivad los poderes morales e intelectuales.

No sólo Dios requiere que usted controle sus pensamientos, sino también sus pasiones y afectos. Su salvación depende de que usted se gobierne en estas cosas. La pasión y los afectos son instrumentos poderosos. Si se aplican mal, si se ejercen con motivos equivocados, si son mal colocados, son poderosos para llevar a cabo su ruina y dejarla como a una náufraga desvalida, sin Dios y sin esperanza.

Si usted consiente en vanas imaginaciones, permitiendo que su mente se ocupe de temas impuros, en cierto grado es tan culpable delante de Dios como si sus pensamientos se tradujeran en acción. Todo lo que impide la acción es la falta de oportunidad. Forjar fantasías y hacerse castillos en el aire son hábitos malos y excesivamente peligrosos. Una vez que se han establecido, es casi imposible romper con hábitos tales, y dirigir los pensamientos a temas puros, santos y elevadores. Usted tiene que convertirse en un fiel centinela que vigile sus ojos, oídos y todos sus sentidos si desea dominar su mente e impedir que vanos y corruptos pensamientos mancillen su alma. El poder de la gracia únicamente puede realizar esta obra tan deseable.

El exceso de estudio, al incrementar la afluencia de sangre al cerebro, produce una excitación enfermiza que tiende a debilitar el dominio propio, y con demasiada frecuencia da lugar al impulso o al capricho. De ese modo se abre la puerta a la impureza. El uso indebido o la falta de uso de las facultades físicas es, en gran medida, la causa de la corriente de corrupción que se extiende por el mundo. La “soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ociosidad” son enemigos tan fatales del progreso humano en esta generación, como cuando causaron la destrucción de Sodoma.

La satisfacción de las pasiones más bajas inducirá a muchos a cerrar los ojos a la luz, porque temen ver pecados que no están dispuestos a abandonar. Todos pueden ver si lo desean. Si prefieren las tinieblas a la luz, su criminalidad no disminuirá por ello.

La muerte antes que el deshonor o la transgresión de la ley de Dios, debiera ser el lema de todo cristiano. Como pueblo que profesa estar constituido por reformadores que atesoran las más solemnes y purificadoras verdades de la Palabra de Dios, debemos elevar la norma mucho más alto de lo que está puesta actualmente. El pecado y los pecadores que hay en la iglesia deben ser eliminados prestamente, a fin de que no contaminen a otros. La verdad y la pureza requieren que hagamos una obra más cabal para limpiar de Acanes el campamento. No toleren el pecado en un hermano los que tienen cargos de responsabilidad. Muéstrenle que debe dejar sus pecados o ser separado de la iglesia.

Los jóvenes pueden tener principios tan firmes que las más poderosas tentaciones de Satanás no podrán apartarlos de su fidelidad. Samuel era un niño rodeado de las influencias más corruptoras. Veía y oía cosas que afligían su alma. Los hijos de Elí, que ministraban en cargos sagrados, estaban dominados por Satanás. Esos hombres contaminaban la misma atmósfera circundante. Muchos hombres y mujeres se dejaban fascinar diariamente por el pecado y el mal; pero Samuel quedaba sin tacha. Las vestiduras de su carácter eran inmaculadas. No tenía la menor participación ni deleite en los pecados que llenaban todo Israel de terribles informes. Samuel amaba a Dios; mantenía su alma en tan íntima relación con el cielo, que se envió a un ángel para hablar con él acerca de los pecados de los hijos de Elí que estaban corrompiendo a Israel.

El resultado de la contaminación moral

Algunos que ostensiblemente profesan el cristianismo no comprenden el pecado del abuso propio y sus resultados inevitables. Un hábito inveterado ha cegado su entendimiento. No se dan cuenta del carácter excesivamente pecaminoso de este pecado degradante que enerva y destruye su fuerza nerviosa y cerebral. Los principios morales se debilitan excesivamente cuando están en conflicto con un hábito inveterado. Los solemnes mensajes del cielo no pueden impresionar con fuerza el corazón que no está fortificado contra la práctica de este vicio degradante. Los nervios sensibles del cerebro han perdido su tonicidad por la excitación mórbida destinada a satisfacer un deseo antinatural de complacencia sensual.

Los padres generalmente no sospechan que sus hijos entienden algo de este vicio. En muchísimos casos, los padres son los verdaderos pecadores. Han abusado de sus franquicias matrimoniales y debido a su complacencia han fortalecido sus pasiones animales. Y al fortalecerse éstas, las facultades morales e intelectuales se han debilitado. Lo espiritual ha sido dominado por lo brutal. Los hijos nacen con las propensiones animales grandemente magnificadas, han recibido el propio sello del carácter de sus padres. Los hijos nacidos de estos padres casi invariablemente están inclinados a los hábitos repugnantes del vicio secreto. Los pecados de los padres serán visitados sobre sus hijos porque los padres les han dado el sello de sus propias propensiones concupiscentes.

Los que se han entregado plenamente a este vicio destructor del alma y del cuerpo rara vez pueden descansar hasta que su carga del vicio secreto es pasada a aquellos con quienes se relacionan. Inmediatamente se despierta la curiosidad y el conocimiento del vicio se propaga de un joven a otro, de un niño a otro, hasta el punto de que es difícil encontrar a uno que no conozca la práctica de este pecado degradante.

La práctica de hábitos secretos ciertamente destruye las fuerzas vitales del organismo. Toda acción innecesaria de algo vital será seguida por su correspondiente depresión. Entre los jóvenes el capital vital, el cerebro, es tan severamente abrumado a una edad temprana, que hay una deficiencia y un gran agotamiento, lo que deja el organismo expuesto a enfermedades de diferentes clases.

Si la práctica se continua a partir de los quince años para arriba, la naturaleza protestará contra el abuso que ha sufrido y continua sufriendo, y les hará pagar el castigo por la transgresión de sus leyes, especialmente desde las edades de treinta a cuarenta y cinco años, mediante numerosos dolores en el organismo y diversas enfermedades, tales como afecciones del hígado y los pulmones, neuralgia, reumatismo, afecciones de la columna vertebral, enfermedades de los riñones y humores cancerosos. Una parte de la magnífica maquinaria de la naturaleza se resiente dejando una tarea más pesada para que realice el resto, lo que provoca un desorden en el excelente ajuste de la naturaleza, y con frecuencia hay un súbito colapso del organismo y la muerte es el resultado.

Quitarse instantáneamente la vida no es un pecado mayor a la vista del cielo que destruirla gradual y seguramente. Las personas que se acarrean un decaimiento seguro debido a su mal proceder, sufrirán el castigo aquí y si no se arrepienten plenamente, no serán admitidas en el cielo del más allá tan ciertamente como no lo será el que destruye su vida instantáneamente. La voluntad de Dios establece la relación entre la causa y sus efectos.

No incluimos a todos los jóvenes débiles entre los culpables de hábitos malos. Hay quienes tienen mente pura y son concienzudos pero sufren por diferentes causas que están fuera de su control.

El vicio secreto es el destructor de las resoluciones elevadas, el esfuerzo ferviente y la fuerza de voluntad para formar un buen carácter religioso. Todos los que tienen una verdadera comprensión de lo que significa ser cristiano, saben que los seguidores de Cristo, como discípulos suyos, están en la obligación de dominar todas sus pasiones y colocar sus facultades físicas y mentales en perfecta sumisión a la voluntad de Cristo. Los que están dominados por sus pasiones, no pueden ser seguidores de Cristo. Están demasiado entregados al servicio de su maestro, el originador de todo mal, para dejar sus hábitos corruptos y escoger servir a Cristo.

Cuando los jóvenes adoptan prácticas viles mientras su espíritu es tierno, nunca obtendrán fuerza para desarrollar plena y correctamente su carácter físico, intelectual y moral.

La única esperanza para los que practican hábitos viles es dejarlos para siempre si es que estiman de algún valor la salud temporal y la salvación en el más allá. Cuando se ha consentido en estos hábitos durante un buen tiempo, se requiere un esfuerzo determinado para resistir a la tentación y rehusar la complacencia corrupta.

La única seguridad firme para nuestros hijos contra cualquier práctica viciosa es procurar ser admitidos en el aprisco de Cristo y ser entregados al cuidado del fiel y leal Pastor. El los salvará de todo mal, los resguardará de todo peligro si escuchan su voz que dice: “Mis ovejas oyen mi voz,... y me siguen”. En Cristo ellas encontrarán pasto, obtendrán fortaleza y esperanza y no serán turbadas con anhelos inquietantes de algo que distraiga la mente y satisfaga el corazón. Han encontrado la perla de gran precio y la mente está en un descanso apacible. Sus placeres son de un carácter puro, apacible, elevado y celestial. No dejan tras sí penosas reflexiones ni remordimientos. Tales placeres no dañan la salud ni postran la mente, sino que son de una naturaleza saludable.