Consejos para la Iglesia

Capítulo 15

El Espíritu Santo

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Es privilegio de todo cristiano no sólo esperar sino apresurar la venida de nuestro Señor Jesucristo. Si todos los que profesan su nombre llevasen frutos para su gloria, ¡cuán prestamente quedaría sembrada en el mundo la semilla del Evangelio! La última mies maduraría rápidamente, y Cristo vendría para recoger el precioso grano.

Mis hermanos y hermanas, orad por el Espíritu Santo. Dios respalda toda promesa que ha hecho. Con la Biblia en la mano, decid: “He hecho como tú dijiste. Presento tu promesa: ‘Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad, y se os abrirá’”. Cristo declara: “Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá”. “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo”. Mateo 7:7; Marcos 11:24; Juan 14:13.

Cristo envía sus mensajeros a toda parte de su dominio para comunicar su voluntad a sus siervos. El anda en medio de sus iglesias. Desea santificar, elevar y ennoblecer a quienes le siguen. La influencia de los que creen en él será en el mundo un sabor de vida para vida. Cristo tiene las estrellas en su diestra, y es su propósito dejar brillar por intermedio de ellas su luz para el mundo. Así desea preparar a su pueblo para un servicio más elevado en la iglesia celestial. Nos ha confiado una gran obra. Hagámosla fielmente. Demostremos en nuestra vida lo que la gracia divina puede hacer por la humanidad.

La unidad debe preceder al derramamiento del Espíritu Santo

Notemos que el Espíritu fue derramado después que los discípulos hubieron llegado a la unidad perfecta, cuando ya no contendían por el puesto más elevado. Eran unánimes. Habían desechado todas las diferencias. Y el testimonio que se da de ellos después que les fue dado el Espíritu es el mismo. Notemos la expresión: “Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma”. Hechos 4:32. El Espíritu de Aquel que había muerto para que los pecadores viviesen animaba a toda la congregación de los creyentes.

Los discípulos no pidieron una bendición para sí mismos. Sentían preocupación por las almas. El Evangelio había de ser proclamado hasta los confines de la tierra y solicitaban la medida de poder que Cristo había prometido. Entonces fue cuando se derramó el Espíritu Santo y miles se convirtieron en un día.

Así puede suceder ahora. Desechen los cristianos todas las disensiones, y entréguense a Dios para salvar a los perdidos. Pidan con fe la bendición prometida, y ella les vendrá. El derramamiento del Espíritu en los días de los apóstoles fue “la lluvia temprana”, y glorioso fue el resultado. Pero la lluvia tardía será más abundante. ¿Cuál es la promesa hecha a los que viven en estos postreros días? “Volveos a la fortaleza, oh prisioneros de esperanza; hoy también os anunció que os restauraré el doble”. “Pedid a Jehová lluvia en la estación tardía. Jehová hará relámpagos, y os dará lluvia abundante, y hierba verde en el campo a cada uno”. Zacarías 9:12; 10:1.

Nuestra utilidad depende de nuestra entrega al Espíritu Santo

Dios no nos pide que hagamos con nuestra fuerza la obra que nos espera. El ha provisto ayuda divina para todas las emergencias a las cuales no puedan hacer frente nuestros recursos humanos. Da el Espíritu Santo para ayudarnos en toda dificultad, para fortalecer nuestra esperanza y seguridad, para iluminar nuestra mente y purificar nuestro corazón.

Cristo hizo provisión para que su iglesia fuese un cuerpo transformado, iluminado por la luz del cielo, que poseyese la gloria de Emmanuel. El quiere que todo cristiano esté rodeado de una atmósfera espiritual de luz y paz. No tiene límite la utilidad de aquel que, poniendo el yo a un lado, da lugar a que obre el Espíritu Santo en su corazón, y vive una vida completamente consagrada a Dios.

¿Cuál fue el resultado del derramamiento del Espíritu en el día de Pentecostés? Las buenas nuevas de un Salvador resucitado fueron proclamadas hasta los confines más remotos del mundo habitado. El corazón de los discípulos quedó sobrecargado de una benevolencia tan completa, profunda y abarcante, que los impulsó a ir hasta los confines de la tierra testificando: “Porque lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”. Gálatas 6:14. Mientras proclamaban la verdad tal cual es en Jesús, los corazones cedían al poder del mensaje. La iglesia veía a los conversos acudir a ella desde todas las direcciones. Los apóstatas se volvían a convertir. Los pecadores se unían con los cristianos en la búsqueda de la perla de gran precio. Los que habían sido acérrimos oponentes del Evangelio llegaron a ser sus campeones. Se cumplía la profecía: El débil será “como David”, y la casa de David, “como el ángel del Señor”. Cada cristiano veía en su hermano la divina similitud del amor y la benevolencia. Un solo interés prevalecía. Un objeto de emulación absorbía a todos los demás. La única ambición de los creyentes consistía en revelar un carácter semejante al de Cristo y trabajar para el engrandecimiento de su reino.

A nosotros hoy, tan ciertamente como a los primeros discípulos, pertenece la promesa del Espíritu. Dios dotará hoy a hombres y mujeres del poder de lo alto, como dotó a los que, en el día de Pentecostés, oyeron la palabra de salvación. En este mismo momento su Espíritu y su gracia son para todos los que los necesitan y quieran aceptar su palabra al pie de la letra.

El Espíritu Santo permanecerá hasta el fin

Cristo declaró que la influencia divina del Espíritu había de acompañar a sus discípulos hasta el fin. Pero la promesa no es apreciada como debiera serlo; por lo tanto, su cumplimiento no se ve como debiera verse. La promesa del Espíritu es algo en lo cual se piensa poco; y el resultado es tan sólo lo que podría esperarse: sequía, tinieblas, decadencia y muerte espirituales. Los asuntos de menor importancia ocupan la atención y, aunque es ofrecido en su infinita plenitud, falta el poder divino que es necesario para el crecimiento y la prosperidad de la iglesia y que traería todas las otras bendiciones en su estela.

La ausencia del Espíritu es lo que hace tan impotente el ministerio evangélico. Puede poseerse saber, talento, elocuencia, y todo don natural o adquirido; pero, sin la presencia del Espíritu de Dios, ningún corazón se conmoverá, ningún pecador será ganado para Cristo. Por otro lado, si sus discípulos más pobres y más ignorantes están vinculados con Cristo, y tienen los dones del Espíritu, tendrán un poder que se hará sentir sobre los corazones. Dios hará de ellos conductos para el derramamiento de la influencia más sublime del universo.

El celo por Dios movió a los discípulos a dar testimonio de la verdad con gran poder. ¿No debiera este celo encender en nuestro corazón la resolución de contar la historia del amor redentor, de Cristo, y de éste crucificado? ¿No vendrá hoy el Espíritu de Dios en respuesta a la oración ferviente y perseverante, para llenar a los hombres de un poder que los capacite para servir? ¿Por qué es entonces la iglesia tan débil e inerte?

Cuando el Espíritu Santo rija la mente de los miembros de nuestras iglesias, se verá en ellas una norma mucho más alta que la que se ve ahora en el hablar, en el ministerio y en la espiritualidad. Los miembros de las iglesias serán refrigerados por el agua de la vida, y los obreros, trabajando bajo una Cabeza, es a saber Cristo, revelarán a su Maestro en espíritu, en palabra y en acción, y se alentarán unos a otros a progresar en la grandiosa obra final en la cual están empeñados. Habrá un sano incremento de la unidad y del amor, que atestiguará al mundo que Dios envió a su Hijo a morir por la redención de los pecadores. La verdad divina será exaltada; y mientras resplandezca como lámpara que arde, la comprenderemos cada vez más claramente.

Me fue mostrado que si los hijos de Dios no hacen esfuerzo de su parte, sino que aguardan a que el refrigerio venga sobre ellos y elimine sus males y corrija sus errores; si confían en que esto los limpiará de la inmundicia de la carne y del espíritu, y los hará idóneos para dedicarse al fuerte clamor del tercer ángel, serán hallados faltos. El refrigerio o poder de Dios desciende únicamente sobre aquellos que se han preparado para ello haciendo la obra que Dios les invita a hacer, que consiste en purificarse de toda inmundicia de la carne y del espíritu y en perfeccionar su santidad en el temor de Dios.