Consejos para la Iglesia

Capítulo 8

“Heme aquí, Señor, envíame a mí”

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El fin se acerca; avanza sigilosa, imperceptible y silenciosamente, como el ladrón en la noche. Concédanos el Señor la gracia de no dormir por más tiempo, como otros lo hacen, sino que seamos sobrios y velemos. La verdad está a punto de triunfar gloriosamente, y todos los que decidan ahora colaborar con Dios triunfarán con ella. El tiempo es corto; la noche se acerca cuando nadie podrá trabajar. Que los que se alegran en la verdad presente se apresuren ahora a impartirla a otros. El Señor pregunta: “¿A quién enviaré?” Los que están dispuestos a hacer sacrificios en pro de la verdad, deben responder ahora: “Heme aquí, envíame a mí”. Isaías 6:8.

Hemos hecho tan sólo una pequeña parte de la obra evangélica que Dios desea que hagamos entre nuestros vecinos y amigos. En cada ciudad de nuestro país hay quienes no conocen la verdad. Y afuera, en el ancho mundo, más allá del océano, hay muchos campos nuevos en los que debemos labrar el suelo y sembrar la semilla.

Estamos en vísperas del tiempo de angustia y nos esperan dificultades apenas sospechadas. Un poder de abajo impulsa a los hombres a guerrear contra el Cielo. Seres humanos se han coligado con las potencias satánicas para anular la ley de Dios. Los habitantes de la tierra se están volviendo rápidamente como los contemporáneos de Noé, que el diluvio llevó, y como los habitantes de Sodoma que el fuego consumió. Las potencias de Satanás se esfuerzan por distraer las mentes de las realidades eternas. El enemigo ha dispuesto las cosas de manera que favorezcan sus planes. Negocios, deportes, modas; he aquí las cosas que ocupan las mentes de hombres y mujeres. El juicio es falseado por las diversiones y por las lecturas frívolas. Una larga procesión sigue por el camino ancho que lleva a la ruina eterna. El mundo, presa de la violencia, del libertinaje y de la embriaguez, está convirtiendo a la iglesia. La ley de Dios, divina norma de la justicia, es declarada abolida.

¿Aguardaremos que las profecías del fin se cumplan antes de hablar de ellas? ¿De qué servirían entonces nuestras palabras? ¿Esperaremos hasta que los juicios de Dios caigan sobre el pecador para decirle cómo evitarlos? ¿Dónde está nuestra fe en la Palabra de Dios? ¿Debemos ver realizadas las cosas anunciadas para creer en lo que él nos ha dicho? En claros y distintos rayos, nos ha llegado la luz, enseñándonos que el gran día está cercano “a las puertas”. Leamos y comprendamos antes que sea demasiado tarde.

Sus talentos suplen una necesidad

En su vasto plan, el Señor tiene un lugar para cada uno. No ha dado talento alguno que no sea necesario. ¿Es el talento pequeño? Dios tiene un lugar para él, y si es usado con fidelidad hará precisamente aquello para lo cual Dios lo dio. Los talentos de quien habita una casa humilde se necesitan para la obra de casa en casa, y pueden lograr más que los dones brillantes.

Cuando los hombres empleen sus facultades como lo indica Dios, sus talentos aumentarán, su capacidad se ensanchará y obtendrán una visión celestial al tratar de salvar a los perdidos. Pero mientras los miembros de la iglesia sean negligentes e indiferentes hacia la responsabilidad que Dios les ha dado de impartir la verdad a otros, ¿cómo pueden esperar recibir el tesoro del cielo? Cuando los que profesan ser cristianos no sienten preocupación por iluminar a los que están en las tinieblas, cuando dejan de impartir gracia y conocimiento, pierden discernimiento y su aprecio del valor que tienen los dones celestiales; y al no apreciarlos ellos mismos, dejan de sentir la necesidad de presentarlos a otros.

Vemos grandes iglesias congregadas en diferentes localidades. Sus miembros han obtenido un conocimiento de la verdad, y muchos se contentan con oír la palabra de vida sin tratar de impartir luz. Sienten poca responsabilidad por el progreso de la obra, poco interés en la salvación de las almas. Están llenos de celo en las cosas mundanales, pero no hacen intervenir su religión en sus quehaceres. Dicen: “La religión es religión, y los negocios son negocios”. Creen que cada una de ambas cosas tiene su propia esfera, pero dicen: “Permanezcan separadas”.

A causa de las oportunidades descuidadas y del abuso de los privilegios, los miembros de esas iglesias no están creciendo “en la gracia y conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. 2 Pedro 3:18. Por lo tanto, son débiles en fe, deficientes en conocimiento, y niños en experiencia. No están arraigados ni afirmados en la verdad. Si permanecen así, los muchos engaños de los postreros días los seducirán seguramente; porque no tendrán visión espiritual para discernir entre la verdad y el error.

Dios desea otorgar el don del Espíritu Santo

Cuando obreros de experiencia inician una campaña de evangelización en un lugar donde hay miembros de nuestra iglesia, es deber solemne de los creyentes que están radicados allí hacer cuanto esté a su alcance para preparar el camino del Señor. Deben escudriñar su corazón con oración y quitar de él todo pecado que les impida cooperar con Dios y con sus hermanos.

En visiones de la noche pasó delante de mí un gran movimiento de reforma en el seno del pueblo de Dios. Muchos alababan a Dios. Los enfermos eran sanados y se efectuaban otros milagros. Se advertía un espíritu de oración como lo hubo antes del gran día de Pentecostés. Veíase a centenares y miles de personas visitando las familias y explicándoles la Palabra de Dios. Los corazones eran convencidos por el poder del Espíritu Santo, y se manifestaba un espíritu de sincera conversión. En todas partes las puertas se abrían de par en par para la proclamación de la verdad. El mundo parecía iluminado por la influencia divina. Los verdaderos y sinceros hijos de Dios recibían grandes bendiciones. Oí las alabanzas y las acciones de gracias: parecía una reforma análoga a la del año 1844.

Dios desea dar a su pueblo el refrigerio del Espíritu Santo, bautizándolo nuevamente en su amor. La falta de poder espiritual no tiene razón de ser en la iglesia. Después de la ascensión de Cristo, el Espíritu Santo bajó sobre los discípulos que esperaban, oraban y creían, con una plenitud y poder que llenó todos los corazones. En lo porvenir, toda la tierra debe ser iluminada con la gloria de Dios. Los que habrán sido santificados por la verdad ejercerán sobre el mundo una santa influencia; una atmósfera de gracia rodeará el mundo. El Espíritu Santo obrará en los corazones, tomando las cosas de Dios y revelándolas a los hombres.

El Señor está dispuesto a hacer una obra en favor de los que creen verdaderamente en él. Si los miembros laicos de la iglesia se despiertan para hacer la obra que pueden hacer, y mirando cada uno cuánto puede hacer en la obra de ganar almas para Jesús, emprenden la guerra a su propio costo, veremos a muchos abandonar las filas de Satanás para colocarse bajo el estandarte de Cristo. Si nuestro pueblo decide actuar de acuerdo con la luz dada en estas pocas palabras de instrucción [se refiere a Juan 15:8], veremos por cierto la salvación de Dios. Se producirán reavivamientos admirables. Se convertirán pecadores, y muchas almas serán añadidas a la iglesia. Cuando pongamos nuestro corazón en unidad con Cristo y nuestra vida en armonía con su obra, el Espíritu que descendió sobre los discípulos en el día de Pentecostés, descenderá sobre nosotros.9

Peligro en la demora

Una escena muy impresionante pasó ante mí en visiones nocturnas. Vi una inmensa bola de fuego que caía en medio de un grupo de hermosas casas que fueron destruidas instantáneamente. Oí a alguien decir: “Sabíamos que los juicios de Dios visitarían la tierra, mas no pensábamos que vendrían tan pronto”. Otros dijeron en tono de reproche: “Vosotros que sabíais estas cosas, ¿por qué no dijisteis nada? ¡Nosotros no lo sabíamos!” Y por todas partes oía reproches parecidos.

Me desperté angustiada. Volví a dormirme y me pareció encontrarme en una gran asamblea. Un Ser de autoridad hablaba al auditorio, señalando un mapamundi. Decía que aquel mapa representaba la viña de Dios que debemos cultivar. Cuando la luz celestial brillaba sobre alguno, debía transmitirla. Debían encenderse luces en los diferentes lugares y de estas luces se encenderían otras aún.

Estas palabras fueron repetidas: “Vosotros sois la sal de la tierra; y si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No vale más para nada, sino para ser echada fuera y hollada de los hombres. Vosotros sois la luz del mundo: una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, más sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”. Mateo 5:13-16.

Cada día que pasa nos acerca al fin. ¿Nos acerca también a Dios? ¿Velamos en oración? Las personas con las que tratamos continuamente necesitan recibir nuestras instrucciones. Es posible que su estado mental sea tal que una sola palabra oportuna, grabada en el alma por la influencia del Espíritu Santo, penetrará como un clavo en el lugar apropiado. Puede ser que mañana algunas de estas almas estén para siempre fuera de nuestro alcance. ¿Qué influencia ejercemos sobre esos compañeros de ruta? ¿Qué esfuerzo hacemos para ganarlos para Cristo?

Mientras los ángeles retienen los cuatro vientos, debemos trabajar con toda nuestra capacidad. Debemos dar nuestro mensaje sin dilación. Debemos dar al universo celestial y a los hombres de esta época degenerada evidencia de que nuestra religión es una fe y un poder de los cuales Cristo es el autor, y su Palabra el oráculo divino. Hay almas humanas en la balanza. Serán súbditos del reino de Dios o esclavos del despotismo de Satanás. Todos han de tener oportunidad de aceptar la esperanza a ellos presentada en el Evangelio; y ¿cómo pueden oír sin que haya quien les predique? La familia humana necesita una renovación moral, una preparación del carácter, a fin de poder subsistir en la presencia de Dios. Hay almas a punto de perecer a causa de los errores teóricos prevalecientes destinados a contrarrestar el mensaje del Evangelio. ¿Quiénes querrán consagrarse ahora plenamente a la obra de colaborar juntamente con Dios?

Hoy muchísimos de los que componen nuestras congregaciones están muertos en delitos y pecados. Van y vienen como la puerta sobre sus goznes. Durante años han escuchado complacientemente las verdades más solemnes y conmovedoras del alma, pero no las han puesto en práctica. Por lo tanto, son menos y menos sensibles a la preciosidad de la verdad. Los testimonios conmovedores de reproche y amonestación ya no despiertan arrepentimiento en ellos. Las melodías más dulces que provienen de Dios a través de los labios humanos—la justificación por la fe y la justicia de Cristo—, no les arrancan una respuesta de amor y gratitud. Aunque el Mercader celestial despliega delante de ellos las más ricas joyas de la fe y el amor, aunque los invita a comprar de él “oro afinado en fuego” y “vestiduras blancas” a fin de que sean vestidos, y “colirio” a fin de que vean, endurecen sus corazones contra él, y no cambian su tibieza por el amor y el celo. Aunque profesan tener piedad, niegan el poder de ella. Si continúan en este estado, Dios los rechazará. Se están incapacitando para ser miembros de su familia.

Recuerden los miembros de la iglesia que el solo hecho de tener su nombre escrito en un registro no bastará para salvarlos; deben ser aprobados por Dios, obreros que no tengan de qué avergonzarse. Día tras día, deben edificar su carácter conforme a las direcciones divinas. Deben morar en él y ejercer constantemente fe en él. Así crecerán hasta alcanzar la estatura perfecta de hombres y mujeres en Jesucristo; serán cristianos sanos, animosos, agradecidos, conducidos por Dios en una luz siempre más pura. Si su vida no es tal, se encontrarán un día entre quienes exhalarán esta amarga lamentación: “¡Pasóse la siega, acabóse el verano; y mi alma no se salvó! ¿Por qué no busqué un refugio en la Fortaleza? ¿Por qué jugué con la salvación de mi alma y desprecié al Espíritu de gracia?”

Hermanos y hermanas que habéis aseverado durante largo tiempo creer la verdad, os pregunto individualmente: ¿Han estado vuestras prácticas en armonía con la luz, los privilegios y las oportunidades que os concedió el Cielo? Esta es una pregunta grave. El Sol de justicia ha amanecido sobre la iglesia, y a ésta le incumbe resplandecer. Es el privilegio de cada alma progresar. Los que están relacionados con Cristo crecerán en la gracia y en el conocimiento del Hijo de Dios hasta llegar a la plena estatura de hombres y mujeres. Si todos los que aseveran creer la verdad hubiesen sacado el mejor partido de su capacidad y oportunidad de aprender y obrar, podrían haber llegado a ser fuertes en Cristo. Cualquiera que sea su ocupación—agricultores, mecánicos, maestros o pastores—, si se hubiesen consagrado completamente a Dios habrían llegado a ser obreros eficientes para el Maestro celestial.

Los obreros deben instruir a los miembros de iglesia

Es evidente que todos los sermones que se han predicado no han desarrollado una gran clase de obreros abnegados. Debe considerarse que este asunto entraña los más graves resultados. Está en juego nuestro porvenir para la eternidad. Las iglesias se están marchitando porque no han empleado sus talentos en difundir la luz. Deben darse instrucciones cuidadosas que serán como lecciones del Maestro, para que todos puedan usar prácticamente su luz. Los que tienen la vigilancia de las iglesias, deben elegir a miembros capaces, y encargarles responsabilidades, al mismo tiempo que les dan instrucciones acerca de cómo pueden servir y beneficiar mejor a otros.

Los mecánicos, los abogados, los negociantes, los hombres de todos los oficios y profesiones, se educan a fin de llegar a dominar su ramo. ¿Deben los que siguen a Cristo ser menos inteligentes, y mientras profesan dedicarse a su servicio ignorar los medios y recursos que han de emplearse? La empresa de ganar la vida eterna es superior a toda consideración terrenal. A fin de conducir las almas a Cristo, debe conocerse la naturaleza humana y estudiarse la mente humana. Se requiere mucha reflexión cuidadosa y ferviente oración para saber cómo acercarse a los hombres y las mujeres a fin de presentarles el gran tema de la verdad.

Tan pronto como se organice una iglesia, ponga el ministro a los miembros a trabajar. Necesitarán que se les enseñe cómo trabajar con éxito. Dedique el ministro más de su tiempo a educar que a predicar. Enseñe a la gente a dar a otros el conocimiento que recibieron. Aunque se debe enseñar a los nuevos conversos a pedir consejo a aquellos que tienen más experiencia en la obra, también se les debe enseñar a no poner al ministro en el lugar de Dios.

La mayor ayuda que pueda darse a nuestro pueblo consiste en enseñarle a trabajar para Dios y a confiar en él, y no en los ministros. Aprendan a trabajar como Cristo trabajó. Unanse a su ejército de obreros, y préstenle un servicio fiel.

Abran los maestros el camino trabajando entre el pueblo, y otros, al unirse con ellos, aprenderán de su ejemplo. Un ejemplo vale más que muchos preceptos.

Aquellos que tienen a su cargo el cuidado espiritual de la iglesia deberían idear formas y medios por los cuales se pueda dar a cada miembro de iglesia la oportunidad de que tenga alguna parte en la obra de Dios. En el pasado no siempre se ha hecho esto. No se han llevado completamente a cabo planes para que los talentos de todos pudieran emplearse en un servicio activo. Hay sólo unos pocos que se dan cuenta de cuánto se ha perdido debido a esto.

En cada iglesia hay talentos que, con la debida instrucción, podrían desarrollarse para llegar a ser una gran ayuda en esta obra. Debería haber un plan bien organizado para emplear a obreros que vayan a todas nuestras iglesias, grandes y pequeñas, a fin de instruir a los miembros acerca de cómo trabajar en favor de la edificación de la iglesia, y también por los no creyentes. Lo que se necesita es instrucción y educación. Que todos dispongan sus corazones y sus mentes para llegar a ser inteligentes en cuanto a la obra para este tiempo, calificándose a sí mismos para hacer aquello para lo cual están mejor adaptados.

Lo que se necesita ahora para la edificación de nuestras iglesias es la delicada tarea de obreros sabios que disciernan y desarrollen los talentos en la iglesia, talentos que pueden ser educados para el servicio del Maestro. Los que trabajen visitando las iglesias deberían instruir a los hermanos y hermanas acerca de los métodos prácticos para hacer obra misionera. Que también haya una clase para el adiestramiento de la juventud. Los jóvenes y las señoritas deberían prepararse para llegar a ser obreros en el hogar, en sus vecindarios, y en la iglesia.

Los ángeles del cielo han esperado por mucho tiempo la colaboración de los agentes humanos—de los miembros de la iglesia—en la gran obra que debe hacerse. Ellos os están esperando. Tan vasto es el campo y tan grande la empresa, que todo corazón santificado será alistado en el servicio como instrumento del poder divino.

Si los cristianos actuaran de concierto, avanzando como un solo hombre, bajo la dirección de un solo Poder, para la realización de un solo propósito, conmoverían al mundo.

La invitación que se ha de dar en “las salidas de los caminos” (Mateo 22:9), debe proclamarse a todos los que tienen una parte activa en la obra del mundo, a los maestros y dirigentes del pueblo. Los que llevan pesadas responsabilidades en la vida pública, los médicos y maestros, los abogados y los jueces, los funcionarios públicos y los hombres de negocios, deben oír el mensaje claro y distinto. “¿Qué aprovechará al hombre, si granjeare todo el mundo, y pierde su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” Marcos 8:36, 37.

Hablamos y escribimos mucho acerca de los pobres a quienes se descuida. ¿No debiéramos llamar también la atención a los ricos a quienes se descuida? Muchos consideran a esta clase como sin esperanza, y poco hacen para abrir los ojos de aquellos que, enceguecidos y deslumbrados por el poder de Satanás, ya no tienen la eternidad en cuenta. Miles de hombres ricos han bajado a la tumba sin ser amonestados, porque se les juzgó por la apariencia y se los pasó por alto como casos sin esperanza. Pero, por indiferentes que parezcan, se me ha mostrado que muchos miembros de esta clase sienten preocupaciones en su alma. Hay miles de ricos que sienten hambre de alimento espiritual. Muchos de los que ocupan cargos oficiales sienten su necesidad de algo que no poseen. Pocos de entre ellos van a la iglesia; porque no les parece que reciban beneficio. La enseñanza que oyen no conmueve el alma. ¿No haremos un esfuerzo personal en su favor?

Algunos preguntarán: ¿No podemos alcanzarlos con las publicaciones? Son muchos aquellos a quienes no se puede alcanzar de esta manera. Lo que necesitan es un esfuerzo personal. ¿Habrán de perecer sin advertencia especial? No era así en los tiempos antiguos. Los siervos de Dios eran enviados a decir a los que ocupaban cargos elevados que podían hallar paz y descanso solamente en el Señor Jesucristo.

La Majestad del cielo vino a nuestro mundo para salvar a la humanidad perdida y caída. Sus esfuerzos incluían no solamente a los parias, sino también a los que ocupaban puestos de alto honor. El trabajó inteligentemente para tener acceso a las almas de las clases superiores que no conocían a Dios y no guardaban sus mandamientos.

La misma obra se continuó después de la ascensión de Cristo. Mi corazón se enternece mucho al leer el interés manifestado por el Señor en Cornelio. Este era hombre de alta posición, oficial del ejército romano, pero seguía estrictamente toda la luz que había recibido. El Señor le mandó un mensaje especial del cielo, y en otro mensaje indicó a Pedro que le visitara y le diese luz. Debiera proporcionarnos gran estímulo en nuestra obra el pensar en la compasión y el tierno amor de Dios hacia aquellos que están buscando luz y orando por ella.

Muchos me han sido representados como Cornelio, es decir hombres a quienes Dios desea relacionar con su iglesia. Sus simpatías acompañan al pueblo que observa los mandamientos del Señor. Pero son retenidos firmemente por los vínculos que los atan al mundo. No tienen el valor moral de colocarse con los humildes. Debemos hacer esfuerzos especiales por estas almas, pues en vista de sus responsabilidades y tentaciones requieren un trabajo especial.

Por la luz que se me ha dado sé que un claro “Así dice Jehová” debe dirigirse ahora a los hombres que tienen influencia y autoridad en el mundo. Son administradores a quienes Dios ha confiado cometidos importantes. Si quieren aceptar su invitación, Dios los empleará en su causa.

Algunos tienen idoneidad especial para trabajar en favor de las clases superiores. Los tales deben buscar diariamente al Señor y dedicar estudio a cómo alcanzar estas personas, no para conocerlas simplemente, en forma casual, sino para conquistarlas por esfuerzo personal y fe viva, manifestando profundo amor por sus almas y verdadera preocupación porque tengan un conocimiento de la verdad tal cual se halla en la Palabra de Dios.