Consejos para la Iglesia

Capítulo 7

Dios tiene una obra para usted

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La obra de Dios en esta tierra no podrá nunca terminarse antes que los hombres y mujeres abarcados por el total de miembros de nuestra iglesia se unan a la obra y aúnen sus esfuerzos con los de los pastores y dirigentes de las iglesias.

Las palabras: “Id por todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15), se dirigen a todos los que siguen a Cristo. Todos los que son ordenados a la vida de Cristo están ordenados para trabajar por la salvación de sus semejantes. Ha de manifestarse en ellos el mismo anhelo que él sintió en su alma por la salvación de los perdidos. No todos pueden desempeñar el mismo cargo, pero hay cabida y trabajo para todos. Todos aquellos a quienes han si- do concedidas las bendiciones de Dios deben responder sirviendo realmente; y han de emplear todo don para el progreso de su reino.

La predicación es una pequeña parte de la obra que ha de ser hecha por la salvación de las almas. El Espíritu de Dios convence a los pecadores de la verdad, y los pone en los brazos de la iglesia. Los predicadores pueden hacer su parte, pero no pueden nunca realizar la obra que la iglesia debe hacer. Dios requiere que su iglesia cuide de aquellos que son jóvenes en la fe y experiencia, que vaya a ellos, no con el propósito de chismear con ellos, sino para orar, para hablarles palabras que sean “como manzanas de oro en canastillos de plata”. Proverbios 25:11.

Dios ha llamado a su iglesia en este tiempo, como llamó al antiguo Israel, para que se destaque como luz en la tierra. Por la poderosa hacha de la verdad—los mensajes de los ángeles primero, segundo y tercero—, la ha separado de las iglesias y del mundo para colocarla en sagrada proximidad a sí mismo. La ha hecho depositaria de su ley, y le ha confiado las grandes verdades de la profecía para este tiempo. Como los santos oráculos confiados al antiguo Israel, son un sagrado cometido que ha de ser comunicado al mundo. Los tres ángeles de (Apocalipsis 14) representan a aquellos que aceptan la luz de los mensajes de Dios, y salen como agentes suyos para pregonar las amonestaciones por toda la anchura y longitud de la tierra. Cristo declara a los que le siguen: “Sois la luz del mundo”. Mateo 5:14. A toda alma que acepta a Jesús, la cruz del Calvario dice: “He aquí el valor de un alma. ‘Id por todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura’”. Marcos 16:15. No se ha de permitir que nada estorbe esta obra. Es una obra de suma importancia para este tiempo; y ha de ser tan abarcante como la eternidad. El amor que Jesús manifestó por las almas de los hombres en el sacrificio que hizo por su redención, impulsará a todos los que le sigan.

Jesús acepta con gozo los servicios de cualquier ser humano que se entrega a él. Asocia lo humano con lo divino, a fin de comunicar al mundo los misterios del amor encarnado. Sea este amor el objeto de vuestras conversaciones, de vuestras oraciones y de vuestros cantos: llenad el mundo con el mensaje de su verdad, y llevad este mensaje hacia las regiones lejanas.

Los verdaderos seguidores de Cristo testificarán por él

Si cada uno fuese un misionero vivo, el mensaje para este tiempo sería proclamado prestamente en todos los países, a todo pueblo, nación y lengua.

Todos los que desean entrar en la ciudad de Dios, deben poner de manifiesto al Salvador en todo trato que tengan durante esta vida terrenal. Así es como los mensajeros de Cristo serán sus testigos. Deben dar un testimonio claro y decidido contra toda mala costumbre, y enseñar a los pecadores el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A todos los que le reciben, él les da poder de ser hechos hijos de Dios. La regeneración es el único sendero que da acceso a la ciudad de Dios. Este sendero es estrecho y la puerta por la que se debe pasar, angosta; sin embargo, por este camino debemos conducir a hombres, mujeres y niños, enseñándoles que para salvarse deben poseer un corazón y espíritu nuevos. Los antiguos rasgos de carácter hereditarios deben ser vencidos. Los deseos naturales del alma deben cambiar. Toda malicia, toda mentira, toda calumnia, deben eliminarse. Debe vivirse la vida nueva que nos hace parecer a Cristo.

Hermanos y hermanas, ¿deseáis quebrantar el ensalmo que os domina? ¿queréis despertar de esta pereza que se asemeja al torpor de la muerte? Id a trabajar, sintáis el deseo o no. Esforzaos perso nalmente por traer almas a Jesús y al conocimiento de la verdad. Esta labor será para vosotros un estímulo y un tónico; os despertará y os fortalecerá. Por el ejercicio, vuestras facultades espirituales se vigorizarán, de manera que tendréis más éxito para labrar vuestra propia salvación. El estupor de muerte pesa sobre muchos de los que profesan a Cristo. Haced cuanto podáis para despertarlos. Amonestadlos, suplicadles, argüid con ellos. Rogad que el Espíritu enternecedor de Dios derrita y ablande sus naturalezas glaciales. Aunque se nieguen a escuchar, vuestro trabajo no estará perdido. Mediante el esfuerzo hecho para bendecir a otros, vuestras propias almas serán bendecidas.

Nadie debe sentir que porque no se ha educado no puede tomar parte en la obra del Señor. Dios tiene una obra para vosotros. El ha dado a cada uno su obra. Podéis escudriñar las Escrituras por vuestra cuenta. “El principio de tus palabras alumbra; hace entender a los simples”. Salmos 119:130. Podéis orar por la obra. La oración del corazón sincero, ofrecida con fe, será oída en el cielo. Y habéis de trabajar según vuestra capacidad.

Los seres celestiales están listos para cooperar con nosotros, a fin de revelar al mundo lo que pueden llegar a ser los seres humanos, y lo que puede cumplirse por su influencia, para la salvación de las almas que están a punto de perecer.

El Salvador nos invita a realizar esfuerzos pacientes y perseverantes en favor de millones de almas esparcidas en todo país, que perecen en sus pecados, como náufragos en una playa desierta. Los que quieran participar de la gloria de Cristo deben también tomar parte en su ministerio y ayudar a los débiles, a los miserables y desanimados.

Todo creyente debe ser sincero en su unión con la iglesia. La prosperidad de ella debe ser su primer interés, y a menos que sienta la obligación sagrada de lograr que su relación con la iglesia sea un beneficio para ella con preferencia a sí mismo, la iglesia lo pasará mucho mejor sin él. Está al alcance de todos hacer algo para la causa de Dios. Hay quienes gastan grandes sumas en lujos innecesarios. Complacen sus apetitos, pero creen que es una carga pesada contribuir con recursos para sostener la iglesia. Están dispuestos a recibir todo el beneficio de sus privilegios, pero prefieren dejar a otros pagar las cuentas.

¿Qué sucedería si la mitad de los soldados de un ejército estuvieran ociosos o dormidos cuando se les ordena estar de guardia? El resultado sería la derrota, el cautiverio o la muerte. Si algunos escaparan de las manos del enemigo, ¿se pensaría que son dignos de una recompensa? No, recibirían rápidamente la sentencia de muerte. Y si la iglesia de Cristo es descuidada o infiel, consecuencias mucho más importantes estarían en juego. ¡Qué cosa podría haber más terrible que un ejército adormecido de soldados cristianos! ¿Qué avance podrían hacer contra el mundo los que están bajo el control del príncipe de las tinieblas? Aquellos que se echan atrás indiferentes en el día de la batalla, como si no tuviesen interés y no sintiesen responsabilidad en cuanto al resultado de la contienda, mejor podrían cambiar su rumbo o dejar inmediatamente las filas.

Un lugar para cada miembro de la familia

Las mujeres, tanto como los hombres, pueden sembrar la verdad donde pueda obrar y hacerse manifiesta. Pueden ocupar su puesto en esta crisis, y el Señor obrará por su intermedio. Si las compenetra el sentimiento de su deber y si trabajan bajo la influencia del Espíritu Santo, tendrán el dominio propio que este tiempo demanda. El Señor hará brillar la luz de su rostro sobre esas mujeres animadas por el espíritu de sacrificio, y les dará un poder superior al de los hombres. Pueden realizar en las familias una obra que los hombres no pueden hacer, una obra que penetra hasta la vida interior. Pueden acercarse a los corazones de personas a las cuales los hombres no pueden alcanzar. Su cooperación es necesaria. Las mujeres discretas y humildes pueden hacer una buena obra al explicar la verdad en los hogares. Así explicada, la Palabra de Dios obrará como una levadura, y familias enteras serán convertidas por su influencia.

Todos pueden hacer algo. Algunos dirán, tratando de disculparse: “Mis deberes domésticos y mis hijos exigen todo mi tiempo y todos mis recursos”. Padres, vuestros hijos pueden ser para vosotros una ayuda que acreciente vuestras fuerzas y capacidades de trabajar para el Maestro. Los niños son los miembros más jóvenes de la familia del Señor. Deben ser inducidos a consagrarse a Dios, a quien pertenecen por derecho de creación y de redención. Se les debe enseñar que todas sus energías del espíritu, del cuerpo y del alma pertenecen al Señor. Hay que enseñarles a servir en diferentes actividades útiles y desinteresadas. No permitáis que vuestros hijos sean impedimentos. Ellos deben compartir con vosotros vuestras cargas espirituales así como las materiales. Al ayudar a otros, ellos acrecientan su propia felicidad y utilidad.

Nuestra obra por Cristo debe comenzar con la familia, en el hogar. La educación de los jóvenes debe ser diferente de la que se les ha dado en lo pasado. El bienestar de ellos exige mayor labor que la que se les ha dedicado antes. No hay campo misionero más importante que éste. Por precepto y por ejemplo, los padres han de enseñar a sus hijos a trabajar por los inconversos. Los niños deben ser educados de tal manera que simpaticen con los ancianos y afligidos y traten de aliviar los sufrimientos de los pobres y angustiados. Debe enseñárseles a ser diligentes en la obra misionera; y desde los primeros años debe inculcárseles la abnegación y el sacrificio en favor del bienestar ajeno y del progreso de la causa de Cristo, a fin de que sean colaboradores con Dios.

Testificando al trasladarse a nuevas localidades

No es el propósito de Dios que sus hijos formen colonias o se establezcan juntos en grandes comunidades. Los discípulos de Cristo son sus representantes en la tierra, y Dios quiere que estén dispersados por todo el país, en pueblos, ciudades y aldeas, como luces en medio de las tinieblas del mundo. Han de ser misioneros para Dios, que por su fe y sus obras atestigüen que se acerca la venida del Salvador.

Los miembros laicos de nuestras iglesias pueden realizar una obra que hasta ahora apenas ha sido iniciada por ellos. Nadie debe trasladarse a lugares nuevos simplemente para obtener ventajas mundanales; sino que donde hay oportunidades de ganarse la vida, deben entrar familias bien arraigadas en la verdad, una o dos familias por lugar, para trabajar como misioneros. Deben sentir amor por las almas, preocupación por trabajar en su favor, y deben estudiar la manera de llevarlas a la verdad. Pueden distribuir nuestras publicaciones, celebrar reuniones en sus casas, llegar a conocer a sus vecinos e invitarlos a venir a esas reuniones. Así harán brillar su luz por las buenas obras.

Manténganse a solas con Dios los que trabajan, llorando, orando y trabajando por la salvación de sus semejantes. Recuerden que están corriendo una carrera y luchando por una corona de inmortalidad. Mientras que son tantos los que aman la alabanza de los hombres más que el favor de Dios, sepamos trabajar con humildad. Aprendamos a ejercer fe mientras presentamos nuestros vecinos al trono de la gracia e intercedemos con Dios para que conmueva sus corazones. Se puede hacer así una obra misionera eficaz, y alcanzar tal vez a quienes no escucharían a un ministro o a un colportor. Los que trabajen así en lugares nuevos aprenderán cuáles son las mejores maneras de acercarse a la gente, y podrán preparar el camino para otros obreros.

Visitad a vuestros vecinos y mostrad interés en la salvación de sus almas. Despertad y poned en acción toda fuerza espiritual. Decidles a aquellos que visitáis que el fin de todas las cosas está cerca. El Señor Jesucristo abrirá la puerta de sus corazones y hará impresiones duraderas en sus mentes.

Aun mientras están entregados a sus ocupaciones ordinarias, los hijos de Dios pueden traer almas al Señor. Al hacerlo, tendrán la reconfortante seguridad de la presencia del Salvador. No deben pensar que están abandonados a sus débiles fuerzas. Cristo les dará palabras adecuadas para consolar, animar y fortalecer a las pobres almas que luchan en las tinieblas. Su propia fe será afirmada al ver el cumplimiento de la promesa del Redentor. No sólo beneficiarán a otros, sino que la obra que hagan para Cristo será una fuente de bendición para ellos mismos.

Una gran obra podría ser hecha presentando a la gente la Biblia tal como es. Llevad la Palabra de Dios a la puerta de todo hombre; presentad sus claras declaraciones con instancia a la conciencia de cada uno y repetid a todos la orden del Salvador: “Escudriñad las Escrituras”. Juan 5:39. Amonestadles a tomar la Biblia tal cual es y a implorar la iluminación divina, y luego, cuando resplandezca la luz, a aceptar gozosamente cada precioso rayo y a afrontar intrépidamente las consecuencias.

Los miembros de nuestras iglesias deben hacer más trabajo de casa en casa, dando estudios bíblicos y repartiendo impresos. El carácter cristiano sólo puede formarse de una manera simétrica y completa si el hombre considera como un gozo el trabajar de una manera desinteresada en la proclamación de la verdad y sosteniendo la causa de Dios con sus recursos. Debemos sembrar a lo largo de todas las aguas, mantener nuestras almas en el amor de Dios, trabajar mientras es de día y dedicar los bienes que Dios nos ha dado a cumplir cualquier deber que nos toque. Todo lo que nuestra mano encuentre para hacer, debemos hacerlo con fidelidad; cualquiera que sea el sacrificio que seamos llamados a hacer, debemos realizarlo con alegría. Al sembrar junto a todas las aguas, experimentaremos que “el que siembra en bendiciones, en bendiciones también segará”. 2 Corintios 9:6.

Manifestación práctica de la religión

Cualquier cosa que sea menos que un servicio activo y ferviente por el Maestro desmiente nuestra profesión de fe. Únicamente un cristianismo revelado por una labor ferviente y práctica impresionará a los que están muertos en sus delitos y pecados. Los cristianos humildes que creen y oran, los que por sus acciones demuestran que su mayor deseo es dar a conocer la verdad salvadora que ha de probar a toda la gente, cosecharán una rica mies de almas para el Maestro.

Es inexcusable que la fe de nuestras iglesias sea tan débil. “Tornaos a la fortaleza, oh presos de esperanza”. Zacarías 9:12. En Cristo hay fuerza para nosotros. El es nuestro Abogado delante del Padre. Envía sus mensajeros a todas partes de su dominio para comunicar su voluntad a su pueblo. Anda en medio de sus iglesias. Desea santificar, elevar y ennoblecer a sus discípulos. La influencia de los que creen verdaderamente en él será un sabor de vida en el mundo. El tiene las estrellas en su diestra y es su propósito dejar que por intermedio de ellas su luz brille para el mundo. Desea preparar así a su pueblo para un servicio más sublime en la iglesia celestial. Nos ha confiado una gran obra. Hagámosla con exactitud y resolución. Demostremos por nuestra vida lo que la verdad ha hecho para nosotros.

Costó abnegación, sacrificio propio, energía indomable y mucha oración sacar adelante las diversas empresas misioneras hasta donde están. Existe el peligro de que algunos de los que entran ahora en el escenario de acción se conformen con ser deficientes y crean que ya no hay necesidad de tanta abnegación y diligencia ni de tanto trabajo arduo y desagradable como pusieron de manifiesto los iniciadores de este mensaje, porque los tiempos han cambiado y, en vista de que ahora hay más recursos en la causa de Dios, no es necesario colocarse en circunstancias tan penosas como las que muchos tuvieron que arrostrar en el desarrollo del mensaje.

Pero si se manifestase en el cumplimiento actual de la obra la misma diligencia y abnegación que se vio en sus comienzos, veríamos resultados cien veces mayores que los alcanzados ahora.

Lo que profesamos es muy exaltado. Como adventistas observadores del sábado, profesamos obedecer todos los mandamientos de Dios y esperar la venida de nuestro Redentor. Un solemnísimo mensaje de amonestación ha sido confiado a los pocos fieles de Dios. Debemos demostrar por nuestras palabras y obras que reconocemos la gran responsabilidad que se nos ha impuesto. Nuestra luz debe resplandecer tan claramente que los demás puedan ver que glorificamos al Padre en nuestra vida diaria, que estamos en relación con el cielo y somos coherederos con Cristo Jesús, para que cuando él aparezca con poder y grande gloria seamos como él.