Consejos para la Iglesia

Capítulo 6

La vida santificada

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Nuestro Salvador reclama todo lo que tenemos; pide nuestros primeros y más santos pensamientos, nuestros más puros y más intensos afectos. Si en realidad somos participantes de la naturaleza divina, su alabanza estará continuamente en nuestros corazones y en nuestros labios. Nuestra única seguridad es entregar todo lo que somos a él, y estar constantemente creciendo en la gracia y en el conocimiento de la verdad.

La santificación que presentan las Sagradas Escrituras tiene que ver con el ser entero: el espíritu, el alma y el cuerpo. He aquí el verdadero concepto de una consagración integral. El apóstol San Pablo ruega que la iglesia de Tesalónica disfrute de una gran bendición: “Y el Dios de paz os santifique en todo; para que vuestro espíritu y alma y cuerpo sea guardado sin reprensión para la venida de nuestro Señor Jesucristo”. 1 Tesalonicenses 5:23.

Existe en el mundo religioso una teoría sobre la santificación que es falsa en sí misma, y peligrosa en su influencia. En muchos casos, aquellos que profesan poseer la santificación no conocen esa experiencia en forma genuina. Su santificación consiste en pura charla y en el culto de la voluntad.

Prescinden de la razón y el juicio, y dependen totalmente de sus sentimientos, basando sus pretensiones de santificación sobre las emociones que tengan en una oportunidad determinada. Son tercos y perseveran en sus propias y tenaces pretensiones de santidad, usando muchas palabras, pero sin llevar el fruto precioso como prueba. Esas personas que profesan ser santas no solamente están engañando sus propias almas con sus pretensiones, sino que ejercen una influencia que desvía a muchos que desean fervientemente conformarse con la voluntad de Dios. Se los puede escuchar reiterar una y otra vez: “¡Dios me guía! ¡Dios me guía! Vivo sin pecado”. Muchos que se relacionan con este espíritu se encuentran con algo oscuro y misterioso que no pueden comprender. Pero es precisamente aquello lo que difiere totalmente de Cristo, el único modelo verdadero.

La santificación es una obra progresiva. Los pasos sucesivos, según se los presenta en las palabras de Pedro, son los siguientes: “Poniendo toda diligencia por esto mismo, mostrad en vuestra fe virtud; y en la virtud ciencia; y en la ciencia templanza; y en la templanza paciencia; y en la paciencia temor de Dios; y en el temor de Dios, amor fraternal, y en el amor fraternal caridad”. 2 Pedro 1:5-8. “Por lo cual, hermanos, procurad tanto más hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Porque de esta manera os será abundantemente administrada la entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. Vers. 10, 11.

He aquí una conducta en virtud de la cual se nos asegura que nunca caeremos. Los que están así trabajando según el plan de la adición para obtener las gracias de Cristo, tienen la seguridad de que Dios obrará según el plan de la multiplicación al concederles los dones de su Espíritu.

La santificación no es obra de un momento, una hora o un día. Es un crecimiento continuo en la gracia. No sabemos un día cuán intenso será nuestro conflicto al día siguiente. Satanás vive, es activo y cada día necesitamos clamar fervorosamente a Dios por ayuda y fortaleza para resistirle. Mientras reine Satanás tendremos que subyugar el yo, tendremos asedios que vencer, y no habrá punto en que detenerse, donde podamos decir que hemos alcanzado la plena victoria.

La vida cristiana es una marcha constante hacia adelante. Jesús está sentado para refinar y purificar a sus hijos; y cuando su imagen se refleja perfectamente en ellos, son perfectos y santos, preparados para la traslación. Se requiere del cristiano una obra grande. Se nos exhorta a purificarnos de toda inmundicia de la carne y del espíritu, y a perfeccionar la santidad en el temor de Dios. En esto vemos en qué estriba la gran labor. Hay trabajo constante para el cristiano. Todo sarmiento de la cepa debe obtener de ella vida y fuerza a fin de dar fruto.

Que nadie se engañe pensando que Dios perdonará y bendecirá a aquellos que están pisoteando uno de sus requerimientos. La comisión voluntaria de un pecado conocido, silencia el testimonio del Espíritu, y separa el alma de Dios. Cualquiera sea el éxtasis del sentimiento religioso, Jesús no puede morar en el corazón que desobedece la ley divina. Dios honrará a aquellos que lo honran.

Cuando Pablo escribió: “Y el Dios de paz os santifique en todo” (1 Tesalonicenses 5:23), no exhortó a sus hermanos a proponerse una norma que les fuese imposible alcanzar; no oró porque ellos obtuvieran bendiciones que no fuera la voluntad de Dios conceder. El sabía que todos los que deseen estar listos para encontrar a Cristo en paz deben poseer un carácter puro y santo. Véase 1 Corintios 9:25-27; 6:19, 20.

El verdadero principio cristiano no se detiene a pesar las consecuencias. No pregunta: ¿Qué pensará la gente de mí si hago esto? ¿O cómo afectará esto mis perspectivas mundanas si lo hago? Con el más intenso anhelo, los hijos de Dios desean saber lo que el Señor quiere que hagan, para que sus obras lo glorifiquen. Dios ha hecho amplia provisión para que los corazones y las vidas de todos sus seguidores puedan ser dominados por su divina gracia, a fin de que sean una luz ardiente y brillante en el mundo.

Las evidencias de la santificación

Nuestro Salvador era la luz del mundo; pero el mundo no lo conoció. Estaba constantemente ocupado en obras de misericordia, proyectando luz sobre la senda de todos; sin embargo no pidió a aquellos con los cuales se relacionaba que contemplaran su virtud inigualable, su abnegación, su espíritu de sacrificio y su benevolencia. Los judíos no admiraban una vida tal. Ellos consideraban su religión sin valor, porque no estaba de acuerdo con su norma de piedad; decidieron que Cristo no era religioso en espíritu o en carácter; porque la religión de ellos consistía en ostentación, en orar en público y en hacer obras de caridad por causa del efecto... El más precioso fruto de la santificación es la gracia de la mansedumbre. Cuando esta gracia preside en el alma, la disposición es modelada por su influencia. Hay un constante esperar en Dios, y una sumisión a la voluntad divina.

La abnegación, el sacrificio propio, la benevolencia, la bondad, el amor, la paciencia, la fortaleza y la confianza cristiana son los frutos cotidianos que llevan aquellos que están realmente vinculados con Dios. Sus actos pueden no ser publicados al mundo, pero ellos están luchando todos los días contra el mal, ganando preciosas victorias contra la tentación y el error. Votos solemnes son renovados y cumplidos por la fuerza obtenida mediante la oración fervorosa y la constante vigilancia. La persona ardiente y entusiasta no discierne las luchas de estos obreros silenciosos; pero el ojo de Aquel que ve los secretos del corazón, nota y considera con aprobación todo esfuerzo realizado con humildad y mansedumbre. Es el tiempo de prueba el que revela el oro puro del amor y la fe en el carácter. El celo perseverante y el afecto cálido de los verdaderos seguidores de Cristo se desarrollan cuando vienen sobre la iglesia pruebas y perplejidades.

Todos los que entran en la esfera de su influencia [se refiere al hombre verdaderamente religioso] perciben la hermosura y la fragancia de la vida cristiana, mientras que él mismo es inconsciente de ella, puesto que está en armonía con sus hábitos y sus inclinaciones. Ora por luz divina, y le gusta vivir en armonía con esa luz. Su comida y su bebida es hacer la voluntad de su Padre celestial. Su vida está escondida con Cristo en Dios; sin embargo, no se jacta de esto, ni parece consciente de ello. Dios acepta al hombre humilde que sigue de cerca en los pasos del Maestro. Los ángeles son atraídos a él, y a ellos les agrada detenerse a lo largo de su senda. Pueden ser pasados por alto como indignos de que se les dedique atención por aquellos que pretenden haber logrado exaltadas conquistas, y que se deleitan en hacer prominentes sus buenas obras; pero los ángeles celestiales se inclinan con amor sobre ellos y son como muro de fuego que los circunda.

Daniel: un ejemplo de vida santificada

La vida de Daniel es una ilustración inspirada de lo que constituye un carácter santificado. Presenta una lección para todos, y especialmente para los jóvenes. El cumplimiento estricto de los requerimientos de Dios es benéfico para la salud del cuerpo y la mente. A fin de alcanzar las más altas condiciones morales e intelectuales, es necesario buscar sabiduría y fuerza de Dios, y observar la estricta temperancia en todos los hábitos de la vida.

Cuanto más inmaculada la conducta de Daniel, mayor era el odio que excitaban contra él sus enemigos. Estaban llenos de enojo, porque no podían encontrar nada en su carácter moral o en la realización de sus deberes, sobre lo cual basar una queja. “[Entonces dijeron aquellos hombres] No hallaremos contra este Daniel ocasión alguna [para acusarle], si no la hallamos contra él en [relación con] la ley de su Dios”. Daniel 6:5.

¡Qué lección se presenta aquí para todos los cristianos! Los ojos aguzados por el celo estaban fijos en Daniel día tras día; y su alerta estaba acerada por el odio; sin embargo no podían presentar como errónea ni una sola palabra, ni un solo acto de su vida. Con todo, él no tenía ninguna pretensión de santificación; pero hizo aquello que era infinitamente mejor: vivía una vida de fidelidad y consagración.

El decreto es proclamado por el rey. Daniel se halla familiarizado con el propósito de sus enemigos de arruinarlo. Pero él no cambia su conducta en un solo aspecto. Con calma realiza sus deberes acostumbrados, y a la hora de la oración, va a su cámara, y con las ventanas abiertas hacia Jerusalén, ofrece sus peticiones al Dios del cielo. Mediante su comportamiento declara intrépidamente que ningún poder terrenal tiene el derecho a interrumpir su relación con Dios, y decirle a quién debía y a quién no debía orar. ¡Noble hombre de principios! ¡Se yergue ante el mundo hoy como un loable ejemplo de valentía y fidelidad cristianas! Se vuelve a Dios con todo su corazón, aunque sabe que la muerte es la penalidad por su devoción.

“Entonces el rey mandó, y trajeron a Daniel, y echáronle en el foso de los leones. Y hablando el rey dijo a Daniel: El Dios tuyo, a quién tú continuamente sirves, él te libre”. Daniel 6:16.

Temprano por la mañana el monarca se apresuró al foso de los leones y exclamó: “Daniel: Daniel, siervo del Dios viviente, el Dios tuyo, a quien tú continuamente sirves, ¿te ha podido librar de los leones?”. Daniel 6:20. La voz del profeta fue oída en respuesta: “Oh rey, para siempre vive. El Dios mío envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen mal: porque delante de él se halló en mí justicia; y aun delante de ti, oh rey, yo no he hecho lo que no debiese”.

“Entonces se alegró el rey en gran manera a causa de él, y mandó sacar a Daniel del foso; y fue Daniel sacado del foso, y ninguna lesión se halló en él, porque creyó en su Dios”. Vers. 21-23. Así el siervo de Dios fue librado. Y la trampa que los enemigos habían ideado para su destrucción resultó ser su propia ruina. A la orden del rey ellos fueron echados en el foso, e instantáneamente fueron devorados por las bestias salvajes.

Al acercarse el tiempo de la terminación de los setenta años de cautiverio, Daniel se aplicó en gran manera al estudio de las profecías de Jeremías.

Daniel no proclama su propia fidelidad ante el Señor. En lugar de pretender ser puro y santo, este honrado profeta se identifica humildemente con el Israel verdaderamente pecaminoso. La sabiduría que Dios le había impartido era tan superior a la sabiduría de los grandes hombres del mundo, como la luz del sol que brilla en los cielos al mediodía es más brillante que la más débil estrella. Y sin embargo, ponderad la oración que sale de los labios de este hombre tan altamente favorecido del cielo. Con profunda humillación, con lágrimas y con un corazón contrito, ruega por sí mismo y por su pueblo. Abre su alma delante de Dios, confesando su propia indignidad y reconociendo la grandeza y la majestad del Señor.

Mientras se eleva la oración de Daniel, el ángel Gabriel viene volando desde los atrios del cielo, para decirle que sus peticiones han sido escuchadas y contestadas. Este ángel poderoso ha sido comisionado para darle entendimiento y comprensión: para abrir delante de él los misterios de las edades futuras. Así, mientras trata fervorosamente de conocer y comprender la verdad, Daniel se pone en comunicación con el mensajero delegado del cielo.

En respuesta a su petición, Daniel recibió no solamente la luz y la verdad que él y su pueblo necesitaban en gran manera, sino una visión de los grandes acontecimientos del futuro, hasta el advenimiento del Redentor del mundo. Los que pretenden estar santificados, y sin embargo no tienen deseo de investigar las Escrituras o de luchar con Dios en oración para obtener una comprensión más clara de la verdad bíblica, no saben lo que es la verdadera santificación.

Daniel habló con Dios. El cielo se abrió delante de él. Pero los altos honores que se le concedieron fueron el resultado de la humillación y su ferviente búsqueda. Todos los que creen de todo corazón la Palabra de Dios tendrán hambre y sed del conocimiento de su voluntad. Dios es el autor de la verdad. El ilumina el entendimiento entenebrecido, y da a la mente humana poder para captar y comprender las verdades que él ha revelado.

Las grandes verdades reveladas por el Redentor del mundo, son para aquellos que investigan la verdad para encontrar los tesoros escondidos. Daniel era un hombre de edad. Su vida había transcurrido entre las fascinaciones de una corte pagana, y su mente estaba ocupada con los asuntos de estado de un gran imperio. Sin embargo, él se aparta de todas estas cosas para afligir su alma delante de Dios y buscar una comprensión de los propósitos del Altísimo. Y en respuesta a sus súplicas, se le envía luz desde los atrios celestiales, destinada a los que vivieran en los días finales. ¡Con qué fervor, pues, debiéramos buscar a Dios, a fin de que él abra nuestro entendimiento para comprender las verdades que nos fueron traídas del cielo!

Daniel era un siervo devoto del Altísimo. Su larga vida estuvo llena de nobles hechos de servicio por su Maestro. Su pureza de carácter y su inalterable fidelidad son igualadas por su humildad de corazón y su contrición delante de Dios. Repetimos, la vida de Daniel es una ilustración inspirada de la verdadera santificación.

Dios prueba a aquellos a quienes estima

El hecho de que somos llamados a soportar pruebas demuestra que el Señor Jesús ve en nosotros algo muy precioso, que desea desarrollar. Si no viese en nosotros algo que puede glorificar su nombre, no dedicaría tiempo a refinarnos. No nos esmeramos en podar zarzas. Cristo no arroja a su horno piedras sin valor. Lo que él purifica es mineral valioso.

A los hombres a quienes Dios destina para ocupar puestos de responsabilidad, él les revela en su misericordia sus defectos ocultos, a fin de que puedan mirar su interior y examinar con ojo crítico las complicadas emociones y manifestaciones de su propio corazón, y notar lo que es malo, para que puedan modificar su disposición y refinar sus modales. En su providencia, el Señor pone a los hombres donde él pueda probar sus facultades morales y revelar sus motivos, a fin de que puedan mejorar lo que es bueno en ellos y apartar lo malo. Dios quiere que sus siervos se familiaricen con el mecanismo moral de su propio corazón. A fin de lograrlo, permite con frecuencia que el fuego de la aflicción los asalte para que se purifiquen. “¿Y quién podrá soportar el tiempo de su venida? o ¿quién podrá estar en pie cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores. Y se sentará para afinar y limpiar la plata: porque limpiará a los hijos de Leví, los afinará como a oro y como a plata, y traerán a Jehová ofrenda en justicia”. Malaquías 3:2, 3.

Dios conduce a su pueblo paso a paso. Coloca a sus seguidores en diferentes situaciones a fin de que se manifieste lo que hay en el corazón. Algunos soportan ciertas pruebas, pero fracasan en otras. A medida que se avanza en este proceso, el corazón es probado un poco más severamente. Si los que profesan ser hijos de Dios, encuentran que su corazón se opone a esta obra directa, deben convencerse de que tienen que hacer algo para vencer, si no quieren ser vomitados de la boca del Señor.

Tan pronto como reconocemos nuestra incapacidad para hacer la obra de Dios, y nos sometemos a él para ser guiados por su sabiduría, el Señor puede trabajar con nosotros. Si estamos dispuestos a desterrar el egoísmo de nuestra alma, él suplirá todas nuestras necesidades.

Consejos para los que buscan la seguridad de la aceptación de Dios

¿Cómo habéis de saber que sois aceptos a Dios? Estudiad su Palabra con oración. No la pongáis a un lado por ningún otro libro. Ella os convence de pecado. Revela claramente el camino de la salvación. Saca a luz una recompensa brillante y gloriosa. Os revela un Salvador completo y os enseña que únicamente por su misericordia ilimitada podéis esperar salvación.

No descuidéis la oración secreta, porque es el alma de la religión. Con oración ferviente y sincera, solicitad pureza para vuestra alma. Interceded tan ferviente y ardorosamente como lo haríais por vuestra vida mortal, si estuviese en juego. Permaneced delante de Dios hasta que se enciendan en vosotros anhelos indecibles de salvación, y obtengáis la dulce evidencia de que vuestro pecado está perdonado.14

Jesús no le ha abandonado a usted para que se asombre en las pruebas y las dificultades que encuentra. El se lo ha expuesto todo, como también le ha dicho que no se quede abatido ni oprimido cuando vienen las pruebas. Mire a Jesús, su Redentor, tenga ánimo y regocíjese. Las pruebas más duras de soportar son aquellas que provienen de nuestros hermanos, de nuestros amigos cercanos; pero aun estas pruebas pueden ser soportadas con paciencia. Jesús no está en la tumba nueva de José. Resucitó y ascendió al cielo, para interceder allí en nuestro favor. Tenemos un Salvador que nos amó de tal manera que murió por nosotros, a fin de que por él pudiésemos tener esperanza, fuerza y valor, y un lugar con él en su trono. El puede y quiere ayudarnos cuando le invoquemos.

¿Siente usted su insuficiencia para el puesto de confianza que ocupa? Gracias a Dios por esto. Cuanto más sienta usted su debilidad, tanto más inclinado estará a buscar un auxiliador. “Acercaos a Dios y él se acercará a vosotros”. Santiago 4:8. Jesús quiere que us ted sea feliz y alegre. Quiere que usted haga lo mejor que puede, con la capacidad que Dios le ha dado, y luego confíe en que el Señor le ayudará, y suscitará quienes le habrán de ayudar a llevar las cargas.

No permita que le hagan daño las palabras duras de los hombres. ¿No dijeron los hombres cosas duras acerca de Jesús? Usted yerra, y a veces puede dar ocasión a que se hagan declaraciones inclementes, cosa que nunca hizo Jesús. El era puro, inmaculado y sin contaminación. No espere usted mejor suerte en esta vida que la que tuvo el Príncipe de gloria. Cuando sus enemigos vean que pueden hacerle daño, se regocijarán, y Satanás también. Mire a Jesús, y trabaje sinceramente para su gloria. Mantenga su corazón en el amor de Dios.

Los sentimientos solos no son una indicación de santificación

Los sentimientos felices o la ausencia de gozo no es evidencia ninguna de que una persona está o no está santificada. No existe tal cosa como santificación instantánea. La verdadera santificación es una obra diaria, que continúa por toda la vida. Los que están luchando con tentaciones cotidianas, venciendo sus propias tendencias pecaminosas, y buscando la santificación del corazón y la vida, no realizan ninguna pretensión ostentosa de santidad. Tienen hambre y sed de justicia. El pecado les parece excesivamente pecaminoso.

El arrepentimiento, tanto como el perdón, es el don de Dios mediante Cristo. Mediante la influencia del Espíritu Santo somos convencidos de pecado y sentimos nuestra necesidad de perdón. Sólo los contritos son perdonados, pero es la gracia de Dios la que hace que se arrepienta el corazón. El conoce todas nuestras debilidades y flaquezas, y nos ayudará.

Las tinieblas y el desánimo a veces vendrán sobre el alma y nos amenazarán con abrumarnos; pero no debemos perder nuestra confianza. Hemos de mantener nuestros ojos fijos en Jesús, sea que lo sintamos o no. Debemos tratar de realizar fielmente cada deber conocido, y entonces descansar con tranquilidad en las promesas de Dios.

A veces un profundo sentimiento de nuestra indignidad estremecerá nuestra alma con una conmoción de terror; pero esto no es una evidencia de que Dios ha cambiado hacia nosotros o nosotros hacia Dios. No debe hacerse ningún esfuerzo para conseguir que el alma alcance cierta intensidad de emoción. Podemos hoy no sentir la paz y el gozo que sentimos ayer; pero por la fe debemos asirnos de Cristo, y confiar en él tan plenamente en las tinieblas como en la luz.

Por la fe mirad las coronas preparadas para los que venzan, escuchad el canto alborozado de los redimidos: ¡Digno es el Cordero que ha sido inmolado y nos ha redimido para Dios! Tratad de considerar estas escenas como reales.

Si permitimos que nuestra mente se espacie más en Cristo y en el mundo celestial, encontraremos un poderoso estímulo y un sostén para luchar las batallas del Señor. El orgullo y el amor del mundo perderán su poder mientras contemplamos las glorias de aquella tierra mejor que tan pronto ha de ser nuestro hogar. Frente a la hermosura de Cristo, todas las atracciones terrenales parecerán de poco valor.

Aun cuando Pablo fue finalmente confinado en una prisión romana, privado de la luz y del aire del cielo, separado de sus activas labores en el evangelio, y momentáneamente esperando ser condenado a muerte, no se rindió a la duda o al desaliento. Desde aquel lóbrego calabozo nos llega su agonizante testimonio lleno de fe y valor sublimes que ha inspirado los corazones de los santos y mártires de todas las edades sucesivas. Sus palabras describen en forma adecuada los resultados de la santificación que hemos tratado de presentar en estas páginas. “Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo en aquel día; y no sólo a mí, sino a también a todos los que aman su venida”. 2 Timoteo 4:6-8.