Consejos para la Iglesia

El don profético y Elena G. de White

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Preparación para enfrentar la crisis

Todos los adventistas del séptimo día aguardan con anhelo el día cuando Jesús vendrá para llevarlos al hogar celestial que ha ido a prepararles. En aquella tierra mejor no habrá más pecado, ni chascos, ni hambre, ni pobreza, ni enfermedad, y no habrá muerte. Cuando el apóstol Juan contempló los privilegios que aguardan al fiel, exclamó: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios... Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”. 1 Juan 3:1, 2.

Ser semejantes a Jesús en carácter es el ideal de Dios para su pueblo. Desde el principio, fue el plan de Dios que los miembros de la familia humana, creados a su imagen, desarrollaran caracteres semejantes al suyo. Para lograr esto, nuestros primeros padres iban a recibir instrucción de Cristo y de los ángeles en conversaciones cara a cara. Pero después que Adán y Eva pecaron, ya no pudieron hablar libremente con los seres celestiales cara a cara.

Para que la familia humana no quedara sin dirección, Dios eligió otros medios para revelar su voluntad a su pueblo, uno de los cuales fue por medio de los profetas. Dios dijo a Israel: “Cuando haya entre vosotros profeta de Jehová, le apareceré en visión, en sueños hablaré con él”. Números 12:6.

El propósito de Dios es que su pueblo esté informado e instruido, que conozca y entienda no sólo los tiempos en los cuales vive sino también lo que va a suceder. “Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas”. Amós 3:7. Esto pone en contraste al pueblo de Dios, los “hijos de luz” (1 Tesalonicenses 5:5), con la gente del mundo.

La obra del profeta incluye mucho más que anunciar lo que ocurrirá en el futuro. Moisés, un profeta de Dios que escribió 6 libros de la Biblia, escribió muy poco acerca de lo que iba a suceder en el futuro. Oseas describe su obra en su significado más amplio: “Y por un profeta Jehová hizo subir a Israel de Egipto, y por un profeta fue guardado”. Oseas 12:13.

Un profeta no es alguien designado para ese cargo por sus semejantes, ni tampoco se nombra a sí mismo. La elección de una persona para ser profeta está completamente en las manos de Dios. Tanto hombres como mujeres han sido elegidos ocasionalmente por Dios para hablar por él.

Estos profetas, estos hombres y mujeres elegidos por Dios como canales de comunicación, hablaron y escribieron lo que Dios les reveló en santas visiones. La preciosa Palabra de Dios contiene sus mensajes. Por medio de estos profetas, los miembros de la familia humana han sido guiados a una comprensión del continuo conflicto por las almas de los hombres, el conflicto entre Cristo y sus ángeles y Satanás y sus ángeles. Sus escritos nos guían para poder comprender este conflicto en los días finales de la historia de este mundo, y los medios que Dios ha provisto para cuidar de su obra y para perfeccionar los caracteres de su pueblo.

Los apóstoles, los últimos escritores de la Biblia, nos dan un cuadro claro de los acontecimientos de los últimos días. Pablo escribió acerca de los “tiempos peligrosos”, y Pedro exhortó acerca de los burladores que andan según sus propias concupiscencias y dicen: “¿Dónde está la promesa de su advenimiento?” En ese tiempo la iglesia estará en lucha, porque Juan vio a Satanás “que se fue a hacer guerra contra el resto”. El apóstol Juan identifica a los miembros de la iglesia de los últimos días como “la iglesia remanente”, como “los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo”, señalándola como una iglesia que guarda los mandamientos. Apocalipsis 12:17. Esta iglesia remanente también tendría el “testimonio de Jesús”, que es “el espíritu de la profecía”. Apocalipsis 19:10. Pablo declara que la iglesia que espera anhelante la venida de Cristo no carecerá de ningún don. 1 Corintios 1:7, 8. Sería bendecida con el don del testimonio de Cristo.

Queda claro, pues, que cuando en el plan de Dios surgiera la iglesia de los últimos días, tendría en su medio el espíritu de profecía. Cuán razonable es que Dios hable a su pueblo que vive en los últimos días de la historia de la misma manera que habló a su pueblo en tiempos de gran necesidad en los siglos pasados.

Cuando esta iglesia de la profecía, la Iglesia Adventista del Séptimo Día, surgió a mediados del siglo XIX, se escuchó una voz entre nosotros que decía, “Dios me ha mostrado en santa visión”. Estas no eran palabras jactanciosas, sino la declaración de una joven de 17 años que había sido llamada para hablar en nombre de Dios. Durante 70 años de ministerio fiel se escuchó esa voz, guiando, corrigiendo e instruyendo. Y esa voz aún se oye hoy a través de miles de páginas escritas por la mensajera elegida del Señor, Elena G. de White.

La visión del gran conflicto Entre Cristo y Satanás

La pequeña escuela situada en un pueblo de la parte oriental de los Estados Unidos de Norteamérica estaba repleta de hombres y mujeres que se habían congregado para un servicio religioso aquel domingo por la tarde a mediados de marzo del año 1858. El pastor Jaime White dirigió el funeral de un joven y predicó el sermón. Al terminar de hablar, Elena G. de White se sintió movida a decir unas palabras de consuelo a los dolientes. Se levantó, habló durante 1 o 2 minutos, y después hizo una pausa. La gente la contemplaba para escuchar las siguientes palabras de sus labios. Se alarmaron un poco al oír la exclamación: “¡Gloria a Dios!” repetida 3 veces con énfasis creciente. Elena G. de White estaba en visión.

El pastor White habló a la gente acerca de las visiones dadas a la Sra. de White. Les explicó que había estado recibiendo visiones desde que era una joven de 17 años. Les dijo que aunque sus ojos estaban abiertos y parecía que estaba viendo algo a lo lejos, estaba absolutamente inconsciente de las cosas que la rodeaban y no sabía nada de lo que pasaba a su alrededor. Se refirió a (Números 24:4, 16), donde leemos de uno que “oyó los dichos de Dios” y “vio la visión del Omnipotente; caído pero abiertos los ojos”.

Les explicó que no respiraba mientras estaba en visión. Buscó después (Daniel 10:17) y leyó la experiencia de Daniel cuando estaba en visión: “Al instante me faltó la fuerza, y no me quedó aliento”. Luego el pastor White invitó a todos los que así lo desearan a que pasaran adelante y examinaran a la Sra. de White. Siempre permitió que la examinaran y se alegraba si algún médico estaba presente para que la examinara mientras estaba en visión.

Cuando se acercaban a ella, podían ver que Elena G. de White no respiraba, aunque su corazón continuaba latiendo normalmente y el color de sus mejillas era natural. Se trajo un espejo y se lo colocó frente a su cara, pero no se condensó ninguna humedad sobre él. Luego trajeron una vela, la encendieron y la colocaron cerca de su nariz y boca. Pero la llama permaneció recta, sin titilar. La gente podía ver que ella no respiraba. Caminaba alrededor del cuarto moviendo sus brazos en forma graciosa mientras hablaba en cortas exclamaciones acerca de lo que le había sido revelado. Al igual que Daniel, sufrió la pérdida de las fuerzas naturales, y luego se le impartió una fuerza sobrenatural. Véase Daniel 10:7, 8, 18, 19.

Elena G. de White estuvo en visión durante 2 horas. No respiró durante 2 horas. Después, cuando terminó la visión, realizó una inhalación profunda, hizo una pausa durante 1 minuto más o menos, volvió a respirar, y pronto estaba respirando naturalmente. Al mismo tiempo empezó a reconocer lo que estaba a su alrededor, y era consciente de lo que le sucedía.

La Sra. Martha Amadon, quien frecuentemente vio a Elena de White en visión, hace la siguiente descripción:

“En visión sus ojos estaban abiertos. No había aliento, pero había movimientos graciosos de los hombros, brazos y manos, significativos de lo que veía. Era imposible que otra persona le pudiera mover las manos o los brazos. A menudo profería palabras sueltas, y algunas veces oraciones, que manifestaban a los que la rodeaban la naturaleza de lo que estaba viendo, ya en el cielo o en la tierra.

“Su primera palabra en visión era ‘Gloria’, que sonaba al principio como algo cercano, y luego se alejaba en la distancia, aparentemente como si estuviera lejos. Esto a veces se repetía...

“Nunca había excitación entre los presentes durante una visión; no había nada que causaba temor. Era una escena solemne y tranquila...

“Cuando se terminaba la visión, y perdía de vista la luz celestial, como si viniera regresando a la tierra otra vez, exclamaba con un largo suspiro, mientras tomaba su primera respiración natural: ‘O-SC- U-R-O. Luego estaba débil y sin fuerzas”.

Pero debemos volver a nuestro relato de la visión de 2 horas de duración ocurrida en el edificio de escuela. Acerca de ella, escribió más tarde Elena G. de White:

“La mayor parte de lo que había visto diez años antes concernien te al gran conflicto de los siglos entre Cristo y Satanás fue repetido, y se me instruyó a que lo escribiera”.

En la visión le parecía estar presente, presenciando las escenas que aparecían ante ella. Primero parecía que estaba en el cielo, donde presenció la caída de Lucifer. Luego vio la creación del mundo y vio a nuestros primeros padres en su hogar en el Edén. Los vio cuando cedieron a las tentaciones de la serpiente, y cuando perdieron su hogar en el jardín. Los eventos de la historia bíblica pasaron ante ella en rápida sucesión. Vio las experiencias de los patriarcas y los profetas de Israel. Luego presenció la vida y la muerte de nuestro salvador Jesucristo y su ascensión al cielo donde desde entonces ha estado ministrando como nuestro Sumo Sacerdote.

Después de esto vio salir a los discípulos para esparcir el mensaje del evangelio a los confines de la tierra, seguido rápidamente por la apostasía y la oscuridad de la Edad Media. Luego, en visión, vio la Reforma, durante la cual hombres nobles defendieron la verdad a riesgo de sus vidas. Fue trasladada a las escenas del juicio que comenzó en el cielo en 1844, y a nuestro tiempo, y luego al futuro para ver la venida de Cristo en las nubes del cielo. Presenció las escenas del milenio y de la tierra nueva.

Con estas representaciones vívidas ante ella, después de regresar a su casa, Elena G. de White emprendió la tarea de escribir lo que había visto y oído en la visión. Unos 6 meses más tarde apareció publicado un pequeño volumen de 219 páginas con el título The Great Controversy Between Christ and His Angels and Satan and His Angels [El gran conflicto entre Cristo y sus ángeles, y Satanás y sus ángeles].

Ese librito fue recibido con entusiasmo porque describía en forma vívida la experiencia que estaba ante la iglesia y desenmascaraba los planes de Satanás y la manera como intentaría engañar a la iglesia y al mundo en el último gran conflicto de la tierra. Cuán agradecidos estaban los adventistas porque Dios les estaba hablando en estos últimos días por medio del espíritu de profecía, exactamente como lo había prometido.

El relato del gran conflicto, expuesto tan brevemente en el pequeño volumen de Spiritual Gifts [Dones espirituales], fue reimpreso más tarde en la segunda parte de Primeros escritos, donde se encuentra hoy.

Pero al crecer la iglesia y al pasar el tiempo, en muchas visiones sucesivas el Señor le mostró la historia del gran conflicto más detalladamente y Elena G. de White lo volvió a escribir entre 1870 y 1874 en 4 tomos llamados The Spirit of Prophecy [El espíritu de profecía]. El libro The Story of Redemption [La historia de la redención] presenta las partes más importantes de la historia del gran conflicto extraídas de esos 4 tomos. Este libro, publicado en muchos idiomas, presenta ante mucha gente lo que ella vio en esas visiones del gran conflicto. Más tarde, en los 5 tomos de la “serie del conflicto de los siglos” (Patriarcas y profetas, Profetas y reyes, El Deseado de todas las gentes, Los hechos de los apóstoles,y El conflicto de los siglos) Elena G. de White presentó con detalles minuciosos toda la historia del conflicto entre el bien y el mal.

Estos libros que son paralelos al relato bíblico desde la creación hasta la era cristiana y que continúan con la historia hasta el fin del tiempo, nos dan mucha luz y aliento. Estos son libros que ayudan a hacer de los adventistas del séptimo día los “hijos de luz” e “hijos del día”. Vemos en esta experiencia el cumplimiento de la promesa: “Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas”. Amós 3:7.

Escribiendo acerca de cómo recibió la luz, dice Elena G. de White: “Mediante la iluminación del Espíritu Santo, las escenas de la lucha secular entre el bien y el mal fueron reveladas a quien escribe estas páginas. En una y otra ocasión se me permitió contemplar las peripecias de la gran lucha secular entre Cristo, Príncipe de la vida, Autor de nuestra salvación, y Satanás, príncipe del mal, autor del pecado y primer transgresor de la santa ley de Dios... Al revelarme el Espíritu de Dios las grandes verdades de su Palabra y las escenas del pasado y de lo por venir, se me mandó que diese a conocer a otros lo que se me había mostrado, y que trazase un bosquejo de la historia de la lucha en las edades pasadas, y especialmente que la presentase de tal modo que derramase luz sobre la lucha futura que se va acercando con tanta rapidez”.

Cómo llegó la luz al profeta

Como ya hemos visto, una vez en la experiencia de los hijos de Israel, el Señor le dijo al pueblo cómo se comunicaría con ellos por medio de los profetas. Dijo Dios: “Cuando haya entre vosotros profeta de Jehová, le apareceré en visión, en sueños hablaré con él”. Números 12:6.

Dijimos antes que la visión del gran conflicto en 1858 fue acompañada por algunos fenómenos físicos. Uno podría preguntarse lógicamente por qué se dieron las visiones de esa manera. Sin duda fue para establecer la confianza de la gente y para asegurarles que el Señor verdaderamente estaba hablando al profeta. No muy a menudo se refirió Elena G. de White en forma detallada a su condición mientras estaba en visión, pero en una ocasión dijo: “Esos mensajes fueron dados en esa manera para confirmar la fe de todos, para que en estos últimos días podamos tener confianza en el espíritu de profecía”.

Al desarrollarse la obra de Elena G. de White, podría ser probada por sus resultados. “Por sus frutos los conoceréis”. Pero lleva tiempo para que el fruto se desarrolle y al comienzo el Señor dio evidencias en conexión con las visiones, que contribuyeron a que la gente creyera en ellas.

Pero no todas las visiones fueron dadas en público, acompañadas por fenómenos físicos manifiestos. El Señor prometió comunicarse con los profetas también por medio de sueños. Números 12:16. Estos son los sueños proféticos, tales como los que tuvo Daniel. El declara: “En el primer año de Belsasar rey de Babilonia tuvo Daniel un sueño, y visiones de su cabeza mientras estaba en su lecho; luego escribió el sueño, y relató lo principal del asunto”. Daniel 7:1.

Cuando Daniel relata lo que le fue revelado, en varios lugares dice: “Miraba yo en las visiones de la noche”. Del mismo modo, Elena G. de White recibió visiones cuando su mente descansaba durante las horas de la noche. A menudo sus escritos contienen la declaración introductoria: “En las visiones de la noche algunas cosas fueron claramente presentadas ante mí”. Frecuentemente Dios habló al profeta en un sueño profético. Pueden surgir preguntas en cuanto a la relación que existe entre un sueño profético o una visión nocturna y un sueño ordinario. Acerca de esto, ella escribió en 1868:

“Hay muchos sueños que provienen de las cosas comunes de la vida, con las cuales el Espíritu de Dios no tiene nada que ver. Como hay falsas visiones, hay también falsos sueños, que son inspirados por el espíritu de Satanás. Pero los sueños del Señor están clasificados en la Palabra de Dios con las visiones... Los tales sueños, teniendo en cuenta a las personas que los tienen, y las circunstancias en las cuales son dados, contienen sus propias pruebas de veracidad”.

En una ocasión, en los últimos años de la vida de Elena G. de White, su hijo, el pastor W. C. White, mientras buscaba información para ayudar a los que tenían menos conocimiento, le hizo esta pregunta: “Mamá, tú hablas a menudo de asuntos que te son revelados en la noche. Hablas de sueños en los cuales la luz viene a ti. Todos tenemos sueños. ¿Cómo sabes que Dios te está hablando en los sueños a los que frecuentemente te refieres?”

“Porque”, contestó ella, “el mismo ángel mensajero se para a mi lado instruyéndome en las visiones de la noche, como se para junto a mí instruyéndome en las visiones del día”. Al ser celestial al cual se refería le llamaba en otras ocasiones “el ángel”, “mi guía”, “mi instructor”, “el joven”, etc.

No había confusión en la mente del profeta, ni duda alguna en cuanto a la revelación que venía durante las horas de la noche, porque las mismas circunstancias en relación con ella mostraban claramente que era instrucción que venía de Dios.

En otras ocasiones, mientras Elena G. de White estaba orando, hablando o escribiendo, recibía visiones. Los que estaban a su alrededor no se daban cuenta de la visión a menos que hubiera una breve pausa si estaba hablando u orando públicamente. En una ocasión escribió:

“Mientras estaba en ferviente oración, perdí conciencia de cuanto me rodeaba; la habitación se llenó de luz, y estaba presentando un mensaje a una asamblea que parecía ser el Congreso de la Asociación General”.

De las muchas visiones que se le dieron durante su largo ministerio de 70 años, la visión más larga duró 4 horas y la más corta apenas un breve momento. Generalmente duraban una media hora o un poco más. Pero no se puede establecer una regla que incluya todas las visiones, porque fue como dijo Pablo:

“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas”. Hebreos 1:1.

Al profeta se le impartía la luz por medio de las visiones, pero no escribía mientras estaba en visión. Su obra no era una tarea mecánica. Excepto en raras ocasiones, el Señor no le daba las palabras exactas que tenía que decir. Ni el ángel guiaba la mano del profeta en las palabras exactas que tenía que escribir. De su mente, iluminada por las visiones, escribía o hablaba las palabras que llevarían la luz e instrucción a sus oyentes, sea que leyeran el mensaje o que lo escucharan.

Podemos preguntarnos cómo se iluminaba la mente del profeta, ¿cómo obtenía la información e instrucción que iba a impartir al pueblo? Así como no puede establecerse una norma fija para las visiones, tampoco puede establecerse una norma para determinar la forma en que el profeta recibía el mensaje inspirado. Sin embargo, en cada caso existió una experiencia muy vívida que causó una impresión indeleble en la mente del profeta. Y así como lo que vemos y experimentamos crea una impresión más profunda en nuestras mentes que lo que sólo oímos, así también las representaciones mostradas a los profetas, en las cuales parecían ser testigos de eventos dramáticos, hicieron impresiones profundas y duraderas en sus mentes. Elena G. de White escribió una vez: “Mi atención con frecuencia es dirigida a escenas que suceden en la tierra. A veces soy llevada muy lejos en lo futuro, y se me muestra lo que ha de suceder. Luego otra vez se me muestran cosas que han ocurrido en lo pasado”.

Según esto, es evidente que Elena G. de White vio cómo se sucedían estos eventos, aparentemente como si fuera un testigo presencial. Fueron representados ante ella en visión y así causaron una impresión vívida en su mente.

En otras ocasiones le parecía que estaba tomando parte realmente en la escena que se le presentaba, y que estaba sintiendo, viendo, oyendo y obedeciendo, cuando, por supuesto, no era ése el caso, pero de una manera inolvidable se grabó la impresión en su mente. Su primera visión, que aparece en las páginas del primer capítulo de este libro, fue de esa naturaleza.

En otras ocasiones, mientras estaba en visión, Elena G. de White parecía estar presente en reuniones, en hogares o en instituciones situadas en lugares distantes. Tan real fue esa sensación de estar presente en tales reuniones, que podía informar en detalle las acciones realizadas y las palabras pronunciadas por varias personas. Una vez, cuando estaba en visión, tuvo la sensación de que estaba siendo llevada en una gira por una de nuestras instituciones médicas, como si estuviera visitando las salas, viendo todo lo que pasaba. Acerca de esta experiencia escribió:

“La conversación frívola, las bromas necias, la risa sin sentido, causaban aflicción... Quedé asombrada al ver las actitudes llenas de celos y al escuchar las palabras que revelaban envidia, la conversación descuidada, que avergonzaba a los ángeles de Dios”.

Después se le revelaron otras condiciones más placenteras en la misma institución. Fue llevada a las habitaciones “desde donde se oía la voz de la oración. ¡Qué sonido tan bienvenido!” Se escribió un mensaje de instrucción basado en esta aparente visita a la institución y en las palabras del ángel que parecía guiarla a través de las diferentes salas y habitaciones.

Elena G. de White a menudo recibía luz en representaciones simbólicas y vívidas. En las frases que siguen se describe claramente una representación así, tomada de un mensaje personal enviado a un dirigente al que vio en peligro:

“En otra ocasión usted me fue representado como un general montado sobre un caballo, llevando una bandera. Vino uno y quitó de su mano la bandera que llevaba las palabras: ‘Los mandamientos de Dios y la fe de Jesús’, y fue pisada en el polvo. Lo vi rodeado por hombres que lo estaban vinculando con el mundo”.

También hubo ocasiones cuando le fueron presentados 2 puntos diferentes,—uno ilustrando lo que sucedería si ciertos planes o normas fuesen seguidos, y otro mostrando la aplicación de otros planes o normas. Una ilustración excelente de esto puede citarse en conexión con la ubicación de la fábrica de alimentos saludables en Loma Linda, en la costa occidental de los Estados Unidos de Norteamérica. El gerente y sus asociados estaban planeando la construcción de un gran edificio muy cerca del edificio principal del sanatorio. Mientras los planes se desarrollaban, Elena G. de White, que estaba en su hogar, a cientos de kilómetros de distancia, recibió una noche 2 visiones. Acerca de la primera dijo:

“Me fue mostrado un edificio grande donde se hacían muchos alimentos. Había también algunos edificios menores cerca de la panadería. Mientras me paraba al lado, escuché voces altas en disputa sobre el trabajo que se estaba haciendo. Había falta de armonía entre los trabajadores, y había confusión”.

Después vio la preocupación del gerente y sus intentos para razonar con los que disputaban, para que hubiera armonía. Vio pacientes que oían estas disputas, y que expresaban “su pesar de que se estableciera una fábrica de alimentos en estas hermosas tierras”, cerca del sanatorio. “Luego apareció uno sobre la escena y dijo: ‘Todo esto ha pasado ante usted como una lección objetiva, para que pueda ver el resultado de llevar a cabo ciertos planes’”.

Luego la escena cambió, y ella vio la fábrica de alimentos “a cierta distancia de los edificios del sanatorio, sobre el camino hacia la vía férrea”.13 Aquí se estaba llevando a cabo la obra de una manera humilde y en armonía con el plan de Dios. En unas pocas horas, Elena G. de White se puso a escribir a los obreros en Loma Linda, y eso solucionó el problema en cuanto al lugar donde se construiría la fábrica de alimentos. Si el plan original del gerente y sus asociados se hubiera llevado a cabo, en los años subsiguientes habríamos sido puestos en aprietos al tener un gran edificio comercial cerca del sanatorio. Podemos ver que de diferentes maneras, por medio de visiones durante el día o por la noche, la mensajera del Señor recibió información e instrucción.

El profeta habló o escribió al tener su mente iluminada, comunicando el mensaje de instrucción e información al pueblo.

Al hacer eso, Elena G. de White fue asistida por el Espíritu del Señor, pero no hubo control mecánico. Se le dejó escoger las palabras con las cuales comunicar el mensaje. En los primeros años de su ministerio declaró lo siguiente:

“Aunque dependo tanto del Espíritu del Señor para escribir mis visiones como para recibirlas, sin embargo las palabras que empleo para describir lo que he visto son mías, a menos que sean las que me habló un ángel, las que siempre incluyo entre comillas”.

Al igual que varios escritores bíblicos, bajo la dirección del Espíritu Santo, Elena G. de White elegía a veces usar el lenguaje de otros autores en los que apreciaba de manera especial su redacción y sus expresiones.

La vida y la obra de Elena G. de White

Elena G. Harmon y su hermana gemela nacieron el 26 de noviembre de 1827, en Gorham, estado de Maine, en la región septentrional de los Estados Unidos de Norteamérica. A los 9 años de edad, Elena sufrió un grave accidente. Una condiscípula inconsciente le arrojó una piedra, y la herida que sufrió en el rostro casi le costó la vida. De hecho, la dejó tan delicada que le resultó imposible continuar con sus estudios.

A la edad de 11 años, Elena dio su corazón a Dios. Cuando tenía 14 años fue bautizada por inmersión en el mar y recibida como miembro de la Iglesia Metodista. Juntamente con otros miembros de su familia, asistió a las reuniones adventistas que se iniciaron en Portland, estado de Maine. Aceptó plenamente las enseñanzas referentes a la inminente venida de Cristo que presentaban Guillermo Miller y sus colegas.

Una mañana de diciembre de 1844, mientras oraba con 4 mujeres, el poder de Dios descendió sobre ella. Al principio perdió la conciencia de las cosas terrenales; luego, en una revelación gráfica presenció las peregrinaciones del pueblo adventista hacia la ciudad de Dios. También se le mostró la recompensa de los fieles. Temblando, la niña de 17 años relató a sus correligionarios de Portland esta visión y otras ulteriores. Luego, a medida que se le presentaba la oportunidad, las relataba a grupos de adventistas del estado de Maine y otros estados cercanos.

En agosto de 1846, Elena Harmon se unió en matrimonio con Jaime White, joven ministro adventista. Durante los 35 años siguientes, su vida estuvo estrechamente vinculada con la de su esposo en arduos trabajos evangélicos hasta la muerte de él, ocurrida el 6 de agosto de 1881. Viajaron extensamente por los Estados Unidos, predicando y escribiendo, plantando y edificando, organizando y administrando.

El tiempo y otras pruebas han demostrado cuán amplios y firmes fueron los fundamentos que ellos echaron, cuán sabia y prudente- mente edificaron. Iniciaron entre los adventistas del séptimo día la obra de publicaciones en 1849 y 1850, y hacia el año 1860 desarrollaron la organización de la iglesia sobre la base de un sano sistema financiero. Esto culminó en 1863 con la organización de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día. El año 1866 marcó el comienzo de nuestra obra médica, y la gran obra educativa de la denominación comenzó a principios de la década del 70. En 1868 se había empezado a poner en práctica el plan de celebrar congresos anuales, y en 1874 los adventistas del séptimo día enviaron su primer misionero al extranjero.

Todos estos progresos fueron guiados por los numerosos consejos orales y escritos que Dios dio a este pueblo por medio de Elena G. de White.

Al principio, la mayoría de las comunicaciones enviadas a la iglesia estaban escritas en forma de cartas individuales, o en artículos que aparecían en Present Truth, nuestra primera publicación regular. En 1851 ella publicó su primer libro, un opúsculo de 64 páginas titulado A Sketch of the Christian Experience and Views of Ellen G. White [Un esbozo de la experiencia cristiana y de las visiones de Elena G. de White].

En 1855 se empezó a publicar una serie de folletos numerados, cada uno de los cuales llevaba el título de Testimony for the Church [Testimonio para la iglesia]. Estos hacían accesibles los mensajes de instrucción y corrección que, de vez en cuando, Dios enviaba para bendecir, reprender y guiar a su pueblo. Para suplir la continua demanda de estas instrucciones, se volvieron a publicar en 1885 en 4 tomos encuadernados, y, con la adición de otros tomos que aparecieron entre 1889 y 1990, constituyen un conjunto de 9 tomos conocidos como Testimonies for the Church [Testimonios para la iglesia].

A los esposos White les nacieron 4 hijos. El primero, Enrique, vivió hasta los 16 años; el último, Heriberto, murió a los tres meses. Los otros 2, Edson y Guillermo, llegaron a la madurez y se dedicaron activamente a la obra de la denominación adventista del séptimo día.

En respuesta a un pedido de la Asociación General, Elena G. de White fue a Europa en el verano de 1885. Allí dedicó 2 años a fortalecer la obra que se estaba desarrollando en el continente. Hizo de Basilea, Suiza, su centro, pero viajó extensamente por la Europa Meridional, Central y Septentrional, para asistir a los congresos de la iglesia.

Pasó luego 4 años en los Estados Unidos, y en 1891, en respuesta al pedido de la Asociación General, se embarcó para Australia. Allí residió 9 años y ayudó a iniciar y a desarrollar la obra, especialmente en sus ramos educativo y médico. Regresó a los Estados Unidos en 1900 y se radicó en la costa occidental, en Santa Elena, California, hasta su muerte, ocurrida en 1915.

Durante su larga vida de servicio, 60 años en los Estados Unidos y 10 años en el extranjero, se le dieron aproximadamente 2.000 visiones, las cuales, por medio de su esfuerzo incansable para aconsejar a personas, iglesias, reuniones públicas y congresos de la Asociación General, modelaron en gran medida el crecimiento de ese gran movimiento. Nunca depuso la tarea de presentar a todos los afectados los mensajes que Dios le dio.

Sus escritos totalizan unas 100.000 páginas. Los mensajes de su pluma alcanzaron a la gente a través de la comunicación personal, de artículos semanales en nuestras revistas denominacionales, y de sus numerosos libros. Tratan asuntos que se refieren a la historia bíblica, a la experiencia cristiana diaria, a la salud, a la educación, a la evangelización y a otros temas prácticos. Muchos de sus libros están impresos en los principales idiomas del mundo y se han vendido millones de ejemplares. Sólo del libro El camino a Cristo se vendieron unos 50.000.000 de ejemplares entre 1892 y 1990, en 127 idiomas.

En 1909, a la edad de 81 años, Elena G. de White asistió al congreso de la Asociación General en Washington. Ese fue su último viaje a través del continente. Dedicó los 6 años siguientes de su vida a completar su obra literaria. Hacia el fin de su vida declaró: “Sea que se me conserve la vida o no, mis escritos hablarán constantemente y su obra continuará mientras dure el tiempo”.

Con valor indómito y plena confianza en su Redentor, pasó al descanso en su casa, en California, el 16 de julio de 1915 y se la puso a descansar al lado de su esposo y sus hijos en el cementerio de Oak Hill, Battle Creek, Míchigan.

Tanto sus colaboradores, como la iglesia y los miembros de su familia, estimaron y honraron a Elena G. de White como una madre consagrada y como una persona que trabajó fervorosa e incansablemente en el campo religioso. Nunca tuvo cargos oficiales en la iglesia. Tanto la iglesia como ella misma sabían que era “una mensajera” con un mensaje de Dios para su pueblo. Nunca pidió a los demás que la consideraran como modelo ni empleó su don para crearse popularidad y obtener ganancias financieras. Su vida y todo lo que poseía lo dedicó a la causa de Dios.

A su muerte, el redactor de un semanario popular, The Independent, en la edición del 23 de agosto de 1915, clausuró los comentarios relativos a su vida fructífera con estas palabras: “Fue absolutamente sincera al creer en sus revelaciones. Su vida fue digna de ellas. No manifestó orgullo espiritual ni procuró lucro indigno. Vivió y obró como una digna profetisa”.

Unos pocos años antes de su muerte estableció una junta de fideicomisarios compuesta por dirigentes de la iglesia a quienes dejó sus escritos con la responsabilidad de cuidarlos y promover su publicación. Desde su oficina en la sede mundial de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, esta junta fomenta la publicación continua de los libros de Elena G. de White en inglés, y alienta su publicación total o parcial en otros idiomas. También han publicado numerosas compilaciones de artículos de revistas y manuscritos, en armonía con las instrucciones de Elena G. de White. Este libro sale a la luz con la autorización de esa junta de fideicomisarios.

Elena G. de White tal como otros la conocieron

Al conocer la experiencia extraordinaria de Elena G. de White como mensajera del Señor, algunos se han preguntado qué clase de persona era. ¿Tenía los mismos problemas que tenemos nosotros? ¿Era rica o era pobre? ¿Se sonreía alguna vez?

Elena G. de White fue una madre prudente y una cuidadosa ama de casa. Fue una anfitriona genial, que a menudo hospedaba a miembros de iglesia, y fue una vecina servicial. Fue una mujer de convicciones, de una disposición placentera, y gentil en sus maneras y en su voz. En su experiencia no hubo cabida para una religión de cara larga, sin sonrisas y sin alegría. Uno se sentía perfectamente cómodo en su presencia. Tal vez la mejor manera de conocerla es visitar su hogar. Para ello fijaremos la fecha de 1859, el primer año en el que llevó un registro diario de sus actividades.

Encontramos que los White vivían en las afueras de Battle Creek, en una pequeña casita de madera en un terreno grande, donde tenían una huerta, unos pocos árboles frutales, algunas gallinas, y un lugar para que sus hijos trabajaran y jugaran. En aquel tiempo era una mujer de 31 años de edad y su esposo tenía 36. Tenían 3 hijos de 4, 9, y 12 años respectivamente.

Encontramos en la casa a una buena joven cristiana empleada para ayudarles con las tareas hogareñas, porque la Sra. de White a menudo se ausentaba del hogar y con frecuencia estaba ocupada con sus discursos y sus escritos. Pero a pesar de eso, la Sra. de White se encargaba de las responsabilidades de la casa: cocinar, hacer la limpieza, lavar y coser. Algunos días iba a la casa editora donde tenía un lugar tranquilo para escribir. Otros días la encontramos en la huerta, plantando flores y hortalizas, y a veces intercambiando plantas de flores con las vecinas. Estaba decidida a hacer de su hogar un lugar tan placentero como podía, para su familia, para que sus hijos pudieran siempre considerar el hogar como el lugar más apetecible donde estar.

Elena G. de White era reconocida como buena compradora, y los vecinos adventistas se alegraban cuando podían ir a hacer sus compras con ella, porque ella conocía bien el valor de las cosas. Su madre había sido una mujer muy práctica y le había enseñado a sus hijas lecciones valiosas. Sabía que a la larga, las cosas de mala calidad salen más caras que las de mejor calidad.

Hacía del sábado el día más placentero de la semana para sus hijos. Por supuesto, toda la familia asistía a las reuniones de la iglesia y si el pastor White y ella no tenían que hablar, toda la familia se sentaba junta durante el servicio religioso. Para el almuerzo había algún plato especial que no tenían los otros días, y si el día era agradable daba una caminata con sus hijos por el bosque o por el río, observando las bellezas de la naturaleza y estudiando las obras creadas por Dios. Si el día era lluvioso o frío, reunía a los chicos alrededor de la estufa y a menudo les leía de materiales que había reunido acá y allá mientras viajaba. Algunos de esos relatos se imprimían luego en libros de modo que otros padres pudieran tenerlos para leérselos a sus hijos.

Elena G. de White no se encontraba muy bien en ese tiempo y a menudo desfallecía durante el día, pero esto no la desanimaba de continuar adelante con sus tareas de la casa así como con el trabajo que hacía para el Señor. Unos pocos años más tarde, en 1863, se le dio una visión acerca de la salud y el cuidado de los enfermos. En visión se le mostró la manera correcta de vestirse, el alimento apropiado para comer, la necesidad del ejercicio y del descanso adecuados, como también la importancia de confiar en Dios para mantener un cuerpo fuerte y sano.

La luz que recibió de Dios acerca de la dieta y de los peligros de los alimentos a base de carne le hizo cambiar su opinión personal de que la carne era esencial para tener salud y fuerza. Con la luz que había recibido en la visión, instruyó a la cocinera que preparaba los alimentos para la familia para que pusiera en la mesa sólo alimentos saludables y sencillos preparados con cereales, vegetales, nueces, leche, crema y huevos. Había abundancia de frutas. En ese tiempo la familia White adoptó esencialmente una dieta vegetariana. En el año 1894, Elena G. de White desterró completamente la carne de su mesa. La reforma pro salud fue una gran bendición para la familia White, como lo ha sido para miles de familias adventistas alrededor del mundo.

Después de la visión sobre la reforma pro salud en 1863, y la adopción de métodos sencillos para tratar a los enfermos, con frecuencia los vecinos llamaban a los White en tiempos de enfermedad para que los ayudaran con tratamientos, y el Señor bendijo grandemente sus esfuerzos. En otras ocasiones les traían los enfermos a su casa y cuidaban tiernamente de ellos hasta que se mejoraban completamente.

Elena G. de White gozaba de períodos de descanso y recreación, ya fuera en la montaña, en algún lago, o en el mar. Cuando era de mediana edad, y vivía cerca de la Pacific Press, en la parte norte de California, le ofrecieron pasar un día de descanso y recreación. La invitaron junto con un grupo de obreros de su oficina para que se uniera con un grupo de obreros de la casa editora, y sin demora aceptó la invitación. Su esposo estaba en el este atendiendo asuntos de la iglesia. Encontramos un relato de su experiencia en una carta que le escribió a su esposo.

Después de gozar de un saludable almuerzo en la playa, todo el grupo fue a la bahía de San Francisco para un paseo en un barco de vela. El capitán de la tripulación era miembro de iglesia, y fue una tarde muy placentera. Después se propuso que salieran hacia el mar abierto. Al referirse a esa experiencia, escribió:

“Las olas se elevaban a gran altura, y nosotros éramos arrojados de aquí para allá bruscamente. Mis sentimientos se encontraban a gran altura pero no hallaba palabras para decírselo a nadie. Era algo grandioso. La espuma del mar nos salpicaba... El viento soplaba reciamente más allá de la ‘Puerta de oro’ [se refiere al puente Golden Gate] y yo jamás gocé tanto como en esa oportunidad”.

Después observó los ojos atentos del capitán y la celeridad de la tripulación para obedecer sus órdenes, y comentó:

“Dios mantiene al viento sujeto en sus manos. El controla las aguas. No somos más que meros puntos en el ancho y hondo mar del Pacífico; sin embargo, los ángeles del cielo son enviados para guardarnos en este pequeño bote de vela a medida que surca las olas. ¡Oh, qué maravillosas son las obras de Dios! ¡Tan por encima de nuestro entendimiento! En una sola mirada él contempla los más altos cielos y también el medio del mar”.

Temprano en su vida, Elena G. de White adoptó una actitud de alegría en la adversidad. Cierta vez preguntó: “¿Me veis alguna vez tétrica, abatida o quejosa? Mi fe me lo prohíbe. Lo que induce un estado tal es un concepto erróneo de lo que es el verdadero ideal del carácter y servicio cristianos... El servicio cordial y voluntario que se rinda a Jesús produce una religión alegre. Los que siguen a Cristo más de cerca no son tétricos.

En otra ocasión escribió: “En algunos casos, se ha tenido la idea de que la alegría no cuadra con la dignidad del carácter cristiano, pero esto es un error. En el cielo todo es gozo”. Descubrió que si uno prodiga sonrisas, recibe sonrisas; si uno habla palabras bondadosas, le hablarán con palabras bondadosas.

No obstante, hubo veces cuando sufrió mucho. Pasó un período de gran sufrimiento muy poco después de haber ido a Australia para ayudar en la obra de Dios. Durante casi 1 año estuvo muy enferma y sufrió intensamente. Durante meses estuvo confinada en cama y sólo podía dormir unas pocas horas por la noche. Acerca de esta experiencia escribió lo siguiente en una carta a un amigo:

“Cuando por primera vez me encontré en este estado de impotencia lamenté profundamente el haber cruzado el amplio mar. ¿Por qué no me encontraba en América? ¿Por qué estaba en este país a tal costo? Muy a menudo hubiera hundido la cara entre las cobijas para llorar. Pero no me permití el lujo de llorar por mucho tiempo. Me dije a mí misma: ‘Elena G. de White, ¿qué estás pensando? ¿No has venido acaso a Australia porque sentías que era tu deber ir adonde la Asociación General creyese más conveniente que fueras? ¿No ha sido ésta siempre tu costumbre?’

“‘Sí’, dije.

“‘Entonces, ¿por qué te sientes casi abandonada y desanimada? ¿No es éste el trabajo del enemigo?’ ‘yo creo que lo es’, me dije.

“Me sequé las lágrimas lo más pronto posible y dije: ‘Ya es suficiente. No miraré más el lado oscuro de las cosas. Sea que viva o que muera, encomiendo mi alma a Aquel que murió por mí’.

“Entonces creí que el Señor haría bien todas las cosas, y durante esos ocho meses de incapacidad, no me he abatido ni he tenido dudas. Miro ahora este asunto como parte del gran plan de Dios, para el bien de su pueblo en este país, y también para los de América, y para mi propio bien. No puedo explicar cómo ni por qué, pero así lo creo. Y soy feliz dentro de mi aflicción. Puedo confiar en mi Padre celestial. No dudaré de su amor”.

Cuando vivió en su hogar en California durante los últimos 15 años de su vida, iba envejeciendo, pero se interesaba en el trabajo de su pequeña granja y en el bienestar de las familias de los que la ayudaban en su obra. La encontramos ocupada en escribir, lo que hacía frecuentemente después de media noche, pues se retiraba temprano a la cama. Si se lo permitía su trabajo y si el día era agradable, salía para hacer un pequeño recorrido por el campo, deteniéndose para hablar con una madre que veía en la huerta o en el porche de una casa mientras ella pasaba. Algunas veces veía alguna necesidad de alimentos o de ropa y regresaba a su casa y sacaba algunas cosas de las provisiones que tenía. Años después de su fallecimiento, los vecinos del valle donde vivió la recordaban como la mujer bajita, de cabello blanco, que siempre hablaba amorosamente de Jesús.

Cuando murió tenía poco más que para sus necesidades y las comodidades básicas de la vida. Fue una cristiana adventista del séptimo día que confío en los méritos del Salvador resucitado e intentó hacer fielmente la obra que el Señor le había encomendado. Con confianza en su corazón, llegó al final de una vida plena, consistente con su experiencia cristiana.

Mensajes que cambiaron vidas

Un evangelista tuvo una serie de reuniones en Bushnell, Míchigan. Sin embargo, poco tiempo después del bautismo dejó a la gente, sin haberla confirmado debidamente, al cuidado de los creyentes en el mensaje. Gradualmente surgió el desaliento y algunos comenzaron de nuevo a incurrir en sus viejos hábitos. Finalmente la iglesia llegó a tener tan pocos miembros que los 10 o 12 miembros que quedaron decidieron que era inútil continuar por más tiempo. Exactamente después de que se habían dispersado de lo que creyeron había sido su última reunión, llegó el correo y entre las cartas había un ejemplar de la Review and Herald. En la sección donde estaba el itinerario había una noticia que decía que Jaime White y su esposa Elena irían a Bushnell el 20 de julio de 1867 para celebrar reuniones, precisamente el sábado siguiente. Enviaron a los niños a llamar a la gente que ya había ido a sus hogares para que regresaran. Decidieron preparar un lugar en el bosquecillo e invitar a los vecinos, especialmente a los miembros que habían apostatado.

El sábado de mañana del 20 de julio, los White llegaron al bosquecillo donde había 60 personas reunidas. El pastor White predicó por la mañana. Por la tarde, Elena G. de White se levantó para hablar, pero después de haber leído su texto parecía como si estuviera perpleja. Sin más comentarios, cerró su Biblia y comenzó a hablar a la gente en una forma personal.

“Mientras estoy aquí delante de vosotros, veo los rostros de los que me fueron mostrados en visión hace 2 años. Al mirar vuestros rostros recuerdo claramente vuestras experiencias y tengo un mensaje del Señor para vosotros.

“Allí hay un hermano cerca del pino. No sé su nombre porque no me ha sido presentado, pero su rostro me es familiar y conozco claramente su experiencia”. Luego le habló a ese hermano de su alejamiento de Dios. Lo animó a volver y andar con el pueblo de Dios.

Después se dirigió a una hermana que estaba en otra parte entre la congregación y dijo: “La hermana que está sentada al lado de la hermana Maynard, de la iglesia de Greenville, no puedo decir cómo se llama porque no se me ha dicho su nombre, pero hace 2 años la vi en visión y conozco su experiencia”. Entonces le dirigió un mensaje de ánimo.

“Allí hay un hermano junto a ese roble. Tampoco puedo llamarlo por su nombre, porque aún no me ha sido presentado, pero conozco su caso claramente”. Entonces se dirigió a ese hermano, revelando a todos sus íntimos pensamientos y contando su experiencia.

Y así fue dirigiéndose de uno a otro, hablándoles de lo que le había sido mostrado en visión hacía 2 años. Después de haber terminado su sermón, en el cual no dirigió sólo palabras de reprensión sino también de ánimo, se sentó. Uno de los que estaban presentes se puso de pie y dijo: “Quiero saber si lo que la hermana White nos ha dicho esta tarde es verdad. El pastor White y su esposa nunca han estado aquí. No nos conocen. La hermana White ni siquiera conoce los nombres de la mayoría de nosotros, y sin embargo ha venido esta tarde y nos ha dicho que hace 2 años tuvo una visión en la cual le fueron presentados nuestros casos, y luego nos ha hablado individualmente a cada uno, mostrando la conducta de cada uno y nuestros pensamientos más íntimos. ¿Es verdad todo esto? ¿O ha cometido la hermana White algún error? Yo quiero saberlo”.

Uno por uno se fueron levantando. El hombre que estaba cerca del pino se puso de pie y dijo que la Sra. White había descrito su caso mejor de lo que él mismo hubiera podido hacerlo. Confesó su conducta desobediente. Manifestó su resolución de volver y caminar con el pueblo de Dios. También testificó la hermana que estaba sentada junto a la hermana Maynard, de la iglesia de Greenville. Dijo que la Sra. White había hablado de su experiencia mejor de lo que ella hubiera podido hacerlo. El hombre que estaba junto al roble dijo que la Sra. White había presentado su caso mejor de lo que él hubiera podido describirlo. Se hicieron confesiones. Se pusieron a un lado los pecados. El Espíritu de Dios se manifestó y hubo un reavivamiento en Bushnell.

El pastor White y su esposa regresaron el sábado siguiente, celebraron un bautismo, y la iglesia de Bushnell quedó sólidamente establecida.

El Señor amaba a su pueblo en Bushnell, como ama a todos los que lo miran. Algunos de los presentes debieron recordar el pasaje de (Apocalipsis 3:19): “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete”. Cuando la gente contempló sus corazones como el Señor los veía, comprendieron su verdadera condición y anhelaron tener un cambio en sus vidas. Esto es el verdadero propósito de las numerosas visiones que se le dieron a Elena G. de White.

Muy poco tiempo después de la muerte de Jaime White, en 1881, Elena G. de White vivía cerca del Colegio Healdsburg (el actual Pacific Union College). Varias jóvenes vivían en su casa mientras asistían al colegio. En ese tiempo era costumbre usar una redecilla sobre la cabeza para mantener el cabello peinado y ordenado durante todo el día. Un día, mientras pasaba por el dormitorio de la Sra. de White, una de las jóvenes vio una hermosa redecilla para el cabello, como la que deseaba tener. Pensando que no se la echaría de menos, la tomó y la colocó en la parte superior de su baúl. Un poco más tarde, mientras se arreglaba para salir, la Sra. de White no encontró su redecilla y tuvo que salir sin ella. Por la noche, cuando la familia estaba reunida, Elena G. de White preguntó acerca de la redecilla perdida, pero nadie parecía saber dónde estaba.

Un día después, cuando Elena G. de White pasaba por el dormitorio de esa joven, una voz le dijo: “Levanta la tapa de ese baúl”. Como el baúl no era suyo, no deseaba abrirlo. Cuando escuchó esta orden por segunda vez, reconoció la voz como la del ángel. Cuando levantó la tapa, se dio cuenta de por qué le había hablado el ángel, porque allí estaba la redecilla. Cuando la familia se reunió de nuevo, otra vez Elena G. de White preguntó acerca de la redecilla diciendo que no podía haber desaparecido sola. Nadie habló, así que ella no insistió sobre el asunto.

Unos días después, mientras Elena G. de White estaba tomando un descanso de su tarea de escribir, tuvo una visión muy corta. Vio la mano de una joven que acercaba una redecilla para el cabello a una lámpara de querosén. Cuando la red tocó la lámpara, la redecilla se quemó y desapareció. Así terminó la visión.

Cuando la familia se volvió a reunir, la Sra. de White volvió a insistir sobre el asunto de la desaparición de la redecilla para el cabello, pero aún ninguna de las jóvenes confesó nada y no parecían saber del paradero de la redecilla. Un poco más tarde la Sra. de White llamó aparte a la joven, le contó acerca de la voz que había oído, y de lo que había visto en el baúl, y después le contó la corta visión en la cual vio como la redecilla para el cabello se quemaba en la llama de la lámpara. Con esta información ante ella, la joven confesó que había tomado la redecilla y que la había quemado para que no fuera descubierta. Arregló el asunto con la Sra. de White y con el Señor.

Podemos pensar que esto es un asunto insignificante para que el Señor se molestara por eso. Pero era un asunto mucho más importante que el valor de una redecilla hurtada. Aquí estaba una joven miembro de la Iglesia Adventista. Creía que vivía correctamente, pero no veía los defectos de su propio carácter. No veía su egoísmo, que la llevó a hurtar y engañar. Ahora, cuando se dio cuenta de lo importante que son las cosas pequeñas, tanto como para que Dios le diera una visión a su atareada mensajera aquí en la tierra acerca de una redecilla para el cabello, comenzó a ver las cosas en su verdadera luz. Esta experiencia fue el punto decisivo en su vida.

He allí una de las razones por las que le fueron dadas visiones a Elena G. de White. Aunque muchos de los testimonios escritos por ella tuvieron aplicaciones muy específicas, presentan sin embargo principios que hacen frente a las necesidades de la iglesia en cada país del mundo. Elena G. de White ha hecho claro el propósito y el lugar de los testimonios en estas palabras:

“Los testimonios escritos no son dados para proporcionar nueva luz, sino para impresionar vívidamente en el corazón las verdades de la inspiración ya reveladas. El deber del hombre hacia Dios y sus semejantes ha sido especificado distintamente en la Palabra de Dios. Sin embargo, son pocos entre vosotros los que obedecen a la luz dada. No son sacadas a relucir verdades adicionales; sino que Dios ha simplificado por medio de los Testimonios las grandes verdades ya dadas... Los Testimonios no han de empequeñecer la Palabra de Dios, sino exaltarla, y atraer las mentes a ella, para que pueda impresionar a todos la hermosa sencillez de la verdad”.

Elena G. de White mantuvo la Palabra de Dios ante el pueblo durante toda su vida. Al terminar de escribir su primer libro declaró:

“Recomiendo al amable lector la Palabra de Dios como regla de fe y práctica. Por esa Palabra hemos de ser juzgados. En ella Dios ha prometido dar visiones en los “postreros días“; no para tener una nueva norma de fe, sino para consolar a su pueblo, y para corregir a los que se apartan de la verdad bíblica”.

La visión que no pudo contarse

Elena G. de White se puso muy enferma durante una serie de reuniones realizadas en Salamanca, Nueva York, en noviembre de 1890, cuando dirigía la palabra a grandes auditorios, debido a un serio resfrío que la atacó mientras viajaba hacia esa ciudad. Después de una de las reuniones, salió para su pieza desanimada y enferma. Estaba pensando en abrir su alma a Dios y pedirle misericordia, fuerza y salud. Se arrodilló junto a su silla y narró luego en sus propias palabras lo que sucedió, dijo:

“No había pronunciado ni una sola palabra cuando toda la pieza parecía llena de una suave luz plateada y toda mi carga de desaliento y dolor desapareció. Me sentí embargada de consuelo, esperanza y la paz de Cristo”.

Y entonces se le dio una visión. Después de la visión no sintió necesidad de dormir ni de descansar. Estaba sana y se sentía descansada.

A la mañana siguiente había que llegar a una decisión. ¿Podía dirigirse a la ciudad donde se celebrarían las siguientes reuniones o debía regresar a Battle Creek? El pastor A. T. Robinson, quien estaba al frente de la obra, y Guillermo White, hijo de Elena G. de White, llamaron a su pieza para saber su respuesta. La hallaron sana y vestida. Estaba lista para salir. Les contó cómo había sido sanada. Les contó también acerca de la visión. Les dijo: “Quiero relatarles lo que me fue revelado anoche. En la visión me pareció estar en Battle Creek y el ángel mensajero me dijo: ‘sígueme’”. Y entonces vaciló. La escena había desaparecido de su mente. Dos veces intentó contarla pero no pudo acordarse de lo que se le había mostrado. En los días siguientes escribió acerca de lo que se le había mostrado. Se relacionaba con planes que se estaban haciendo para nuestra revista sobre libertad religiosa que en ese tiempo se llamaba American Sentinel.

“En una reunión nocturna yo estaba presente en varias deliberaciones, y oí palabras repetidas por hombres de influencia, en el sentido de que la revista American Sentinel debía suprimir la frase ‘adventistas del séptimo día’ de sus columnas, y no debía escribirse nada acerca del sábado, pues de esa manera los hombres importantes del mundo la patrocinarían; llegaría a ser popular y realizaría una obra mayor. Esta idea les pareció muy plausible.

“Vi que sus rostros se animaban y empezaban a sugerir ideas para que la Sentinel llegara a ser un éxito popular. Todo el asunto fue sugerido por hombres que necesitaban tener la verdad en las cámaras de la mente y el alma”.

Es claro que vio a un grupo de hombres discutiendo los planes editoriales de esta revista. Después de la apertura del congreso de la Asociación General en marzo de 1891, se le pidió que hablara a los obreros cada mañana a las 5:30 y que dirigiera la palabra a toda la asamblea de unos 4.000 oyentes el sábado por la tarde. El texto que escogió para el sábado por la tarde fue: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”. Todo el sermón fue un poderoso llamamiento para que los adventistas del séptimo día mantuvieran al frente las grandes verdades distintivas de su fe. Tres veces durante el sermón trató de contar la visión que tuvo en Salamanca, estado de Nueva York, pero sin éxito. Sencillamente había olvidado los acontecimientos de la visión. Entonces dijo: “De eso les hablaré más tarde”. Siguió con su sermón más o menos durante una hora, y la reunión se clausuró. Todos se dieron cuenta de que no había podido recordar la visión.

El presidente de la Asociación General fue a verla y le preguntó si iba a encargarse de la reunión de la mañana.

“No”, contestó. “Me siento cansada; he dado mi testimonio. Usted debe hacer otros planes para la reunión de la mañana”. Así lo hicieron.

Cuando Elena G. de White regresó a su casa, le dijo a los miembros de su familia que no asistiría a la reunión de la mañana. Estaba cansada y se iba a tomar un buen descanso. Dormiría el domingo por la mañana, e hizo planes para ellos.

Aquella noche, después de terminar la sesión del congreso, un pequeño grupo de hombres se reunió en una de las oficinas del edificio de la Review and Herald. En esa reunión había representantes de la casa publicadora que editaba el American Sentinel, y estaban presentes también los representantes de la Asociación de Libertad Religiosa. Se reunieron para discutir y resolver un asunto muy molesto: la norma editorial del American Sentinel. Alguien cerró con llave la puerta y todos estuvieron de acuerdo en no abrir la puerta hasta que se resolviera el asunto.

Un poquito antes de las 3 de la mañana del domingo, la reunión terminó en un estancamiento, con la declaración de parte de los hombres de Libertad Religiosa de que a menos que la Pacific Press accediera a sus demandas y quitara las expresiones “adventista del Séptimo Día” y “el sábado” de las páginas de la revista, ellos no la usarían como el órgano de la Asociación de Libertad Religiosa. Eso significaba poner fin a la revista. Entonces abrieron la puerta y los hombres se dirigieron a sus piezas para dormir.

Pero Dios, quien nunca duerme ni dormita, envió su ángel mensajero a la pieza de Elena G. de White a las 3 de la mañana. Fue despertada de su sueño y se le dijo que debía ir a la reunión de obreros a las 5:30 de la mañana, y allí debía presentar lo que le había sido mostrado en Salamanca. Se vistió, fue al armario, y tomó de él el diario en el que había registrado lo que se le mostró. Al aparecer la escena más claramente en su mente, escribió algo más al respecto.

Estaban justamente levantándose de la oración en el tabernáculo cuando se vio entrar por la puerta a Elena G. de White con un paquete de manuscritos bajo su brazo. El presidente de la Asociación General era el orador, y se dirigió a ella.

“Hermana White”, le dijo, “estamos contentos de verla”, ¿tiene un mensaje para nosotros?”

“Ciertamente”, dijo ella, y pasó al frente. Entonces empezó exactamente donde había dejado de hablar el día anterior. Les dijo que esa mañana había sido despertada a las 3 y que se le había ordenado que fuera a la reunión de obreros a las 5:30 para presentar allí lo que se le reveló en Salamanca.

“En la visión”, dijo, “me parecía estar en Battle Creek. Fui llevada a la oficina de la Review and Herald y el ángel mensajero me ordenó: ‘Sígueme’. Fui llevada a una pieza donde un grupo de hombres discutían acaloradamente un asunto. Había un celo manifiesto, pero un celo sin sabiduría”. Contó como estaban discutiendo en cuanto al plan editorial que debía seguirse con el American Sentinel, y dijo: “Vi a uno de los hombres tomar una copia del Sentinel, levantarlo en alto sobre su cabeza y decir: ‘A menos que estos artículos sobre el sábado y el segundo advenimiento se quiten de esta revista, no la podremos usar más como órgano de la Asociación de Libertad Religiosa’”. Elena G. de White habló durante 1 hora describiendo esa reunión que se le había mostrado en visión meses antes, y dando consejo basado sobre esa revelación. Luego se sentó.

El presidente de la Asociación General no sabía qué pensar sobre eso. Nunca había oído de tal reunión. Pero no se hizo esperar mucho la explicación, pues un hombre se levantó en la parte posterior de la sala y empezó a hablar.

“Yo estuve en esa reunión anoche”. “¡Anoche!” observó ella y volvió a recalcar, “¿Anoche? Pensé que esa reunión se realizó hace meses, cuando tuve la visión”.

“Estuve en esa reunión anoche”, dijo él, “y soy el hombre que hizo declaraciones acerca de los artículos de la revista, mientras la levantaba en alto sobre mi cabeza. Lamento decir que estaba equivocado; pero aprovecho esta oportunidad para colocarme en el lado correcto”. Y se sentó.

Otro se levantó para hablar. Era el presidente de la Asociación de Libertad Religiosa. Notemos sus palabras: “Estuve en esa reunión. Anoche, después de la sesión del congreso, algunos de nosotros nos reunimos en mi oficina en el edificio de la Review and Herald donde nos encerramos con llave y allí discutimos los temas y el asunto que nos han sido presentados esta mañana. Permanecimos allí hasta las 3 de la mañana. Si comenzara a describir lo que ocurrió, y la actitud personal de los que estaban reunidos, no podría hacerlo con la exactitud y corrección con que lo ha hecho la hermana White. Ahora veo que estaba equivocado y que la posición que tomé no era correcta. De acuerdo con la luz que hemos recibido esta mañana, reconozco que estaba equivocado”.

Otros hablaron ese día. Todos los que estuvieron en la reunión la noche anterior se pusieron en pie y dieron su testimonio, diciendo que Elena G. de White había descrito con toda exactitud la reunión y las actitudes de los que habían estado presentes. Antes de terminar la reunión ese domingo por la mañana, el grupo de Libertad Religiosa fue convocado a reunirse, y rescindieron el acuerdo que habían tomado solamente unas 5 horas antes.

Si no se le hubiera impedido a Elena G. de White contar la visión, y si la hubiera relatado el sábado anterior por la tarde, su mensaje no habría servido para el propósito que Dios tenía en mente, porque la reunión aún no se había realizado.

Por alguna razón, los hombres no aplicaron el consejo general dado el sábado por la tarde. Pensaron que sabían más. Tal vez razonaron como razonan hoy algunos: “Bueno, tal vez Elena G. de White no entendió”, o “ahora vivimos en tiempos diferentes”, o “ese consejo se aplicó hace años, pero no es apropiado para hoy”. Los pensamientos que Satanás nos susurra en estos días son los mismos con los cuales tentó a nuestros ministros en 1891. Dios, en su momento apropiado y en su propia forma, hizo claro que era su obra, que la dirigía, que la guardaba, que tenía su mano sobre el timón. Elena G. de White nos dice que Dios muchas veces permitió que las cosas llegasen a una crisis, a fin de que su intervención fuese más destacada. “Entonces demostró la existencia del Dios de Israel”.

Los Testimonios y el lector

Elena G. de White habló y escribió durante 70 años acerca de las cosas que Dios le reveló. Muchas veces los consejos fueron dados para corregir a los que se descarriaban de la verdad bíblica. Muchas veces señalaron la dirección que Dios quería que siguiera su pueblo. A veces los Testimonios trataban acerca de la forma de vivir, del hogar y de la iglesia. ¿Cómo recibieron esos mensajes los miembros de iglesia?

Desde el comienzo de la obra de Elena G. de White, los dirigentes examinaron su obra para asegurarse de que la manifestación del don de profecía era genuina. El apóstol Pablo nos advierte: “No menospreciéis las profecías. Examinadlo todo, retened lo bueno”. 1 Tesalonicenses 5:20, 21. Las pruebas que la Biblia presenta para saber si un profeta es verdadero se aplicaron a la obra de Elena G. de White. Y eso es lo que ella quería, porque escribió:

“La obra es de Dios, o no lo es. Dios no hace nada en sociedad con Satanás. Mi obra lleva la estampa de Dios, o la del enemigo. No hay medias conclusiones en el asunto”.

La Biblia presenta 4 pruebas básicas para examinar a un profeta. La obra de Elena G. de White soporta cada una de ellas.

1. El mensaje del profeta verdadero debe estar en armonía con la ley de Dios y con los mensajes de los profetas. Isaías 8:20.

Los escritos de Elena G. de White ensalzan la ley de Dios y dirigen a los hombres y a las mujeres a toda la Biblia. Ella señala a la Biblia como la única regla de fe y práctica y como la luz mayor hacia la cual señalan sus escritos, a los que llama “la luz menor”.

2. Las predicciones de un verdadero profeta deben cumplirse dentro del contexto condicional. Jeremías 18:7-10; 28:9. Aun cuando la obra de Elena G. de White fue muy parecida a la de Moisés al dirigir y guiar al pueblo, ella escribió de una manera profética acerca de muchos acontecimientos que sucederían. Al comienzo de nuestra obra de publicaciones, en 1848, habló de cómo crecería hasta circundar el mundo con luz. Hoy día la literatura de la Iglesia Adventista se publica en 200 idiomas por un monto de más de 100 millones de dólares anuales.

En 1890, cuando el mundo declaró que no habría más guerras y que el milenio estaba a punto de comenzar, Elena G. de White escribió: “La tempestad se avecina y debemos prepararnos para afrontar su furia... Veremos desgracias por todas partes. Miles de barcos serán arrojados a las profundidades del mar. Armadas enteras se hundirán, y las vidas humanas serán sacrificadas por millones”. Esto se cumplió en las 2 guerras mundiales.

3. El verdadero profeta confiesa que Jesucristo es venido en carne, que Dios se encarnó en carne humana. 1 Juan 4:2.

La lectura de El Deseado de todas las gentes hace claro que la obra de Elena G. de White está a la altura de esta prueba. Observe estas palabras:

“Jesús podría haber permanecido al lado del Padre. Podría haber conservado la gloria del cielo, y el homenaje de los ángeles. Pero prefirió devolver el cetro a las manos del Padre, y bajar del trono del universo a fin de traer luz a los que estaban en tinieblas, y vida a los que perecían.

“Hace casi dos mil años, se oyó en el cielo una voz de significado misterioso que, partiendo del trono de Dios, decía: ‘Sacrificio y ofrenda, no los quisiste; empero un cuerpo me has preparado... He aquí yo vengo (en el rollo del libro está escrito de mí) para hacer, oh Dios, tu voluntad’. Hebreos 10:5-7. En estas palabras se anunció el cumplimiento del propósito que había estado oculto desde las edades eternas. Cristo estaba por visitar nuestro mundo, y encarnarse... A los ojos del mundo, no poseía hermosura que lo hiciese desear; sin embargo era Dios encarnado, la luz del cielo y de la tierra. Su gloria estaba velada, su grandeza y majestad ocultas, a fin de que pudiese acercarse a los hombres entristecidos y tentados”.

4. Tal vez la prueba más decisiva de un verdadero profeta se encuentra en su vida, su obra y la influencia de sus enseñanzas. Cristo enunció esta prueba en Mateo 7:16: “Por sus frutos los conoceréis”.

Al contemplar el fruto tal como se manifiesta en las vidas de los que han seguido los consejos del espíritu de profecía, vemos que ese fruto es bueno. Los testimonios han producido buen fruto. Al mirar a la iglesia, sabiendo que hemos sido dirigidos en varias líneas de actividad gracias a estos consejos, debemos reconocer que la obra de Elena G. de White está a la altura de esta prueba. La unidad de enseñanza en los escritos que fluyeron de su pluma durante un período de 70 años también constituye un testimonio positivo en favor de la integridad del don.

Las pruebas prácticas de un profeta verdadero

Además de estas 4 grandes pruebas bíblicas, el Señor ha dado evidencias que muestran claramente que él está dirigiendo la obra. Entre éstas están:

1. La puntualidad del mensaje. El pueblo de Dios tiene alguna necesidad especial y el mensaje llega justo a tiempo para suplir la necesidad, como ocurrió con la primera visión de Elena G. de White.

2. La naturaleza práctica de los mensajes. La información revelada a Elena G. de White en las visiones fue de un valor práctico, haciendo frente a necesidades prácticas. Fíjese en la manera como los consejos de los testimonios entran en una forma práctica en nuestra vida diaria.

3. El elevado plano espiritual de los mensajes. No tratan de asuntos que son pueriles o comunes, sino de temas grandes y elevados. El mismo lenguaje es grandioso.

4. La manera en la cual fueron dadas las visiones. Muchas estuvieron acompañadas de fenómenos físicos como se describieron antes. La experiencia de Elena G. de White en visión fue similar a la de los profetas bíblicos.

5. Las visiones fueron experiencias definidas, no solamente impresiones. En visión, Elena G. de White vio, oyó, sintió y recibió instrucción de los ángeles. Las visiones no pueden explicarse por la excitación o la imaginación.

6. Elena G. de White no estuvo manejada por los que estaban a su alrededor. Escribió a cierto hombre: “Usted piensa que algunas personas han predispuesto mi mente. Si éste es el caso, no soy idónea para que se me confíe la obra de Dios”.

7. Su obra fue reconocida por sus contemporáneos. Tanto los que vivieron y trabajaron en la iglesia con Elena G. de White, como muchos que no pertenecían a la iglesia la reconocieron como “la mensajera del Señor”. Los que estaban más cerca de ella tenían plena confianza en su llamamiento y en su obra.

Estas 4 pruebas bíblicas y las evidencias adicionales que se han bosquejado nos aseguran que la obra de Elena G. de White es de Dios y es digna de incuestionable confianza.

Los numerosos libros de Elena G. de White están llenos de consejos e instrucciones de valor permanente para la iglesia. Estos testimonios nos son útiles hoy día, sea que fueran de una naturaleza más general, o que fuesen testimonios personales para familias y personas. Con respecto a este punto, dice Elena G. de White:

“Puesto que la instrucción y amonestación dadas en los testimonios para los casos individuales se aplicaban con igual fuerza a muchos otros que no habían sido señalados especialmente de esta manera, me pareció que era mi deber publicar los testimonios personales para beneficio de la iglesia... No conozco ninguna manera mejor de presentar mis visiones de los peligros y errores generales, así como el deber de todos los que aman a Dios y guardan sus mandamientos, que dando estos testimonios”. Leer los testimonios para encontrar algún punto en el cual basar la condenación de algún miembro de la iglesia es hacer un uso equivocado de ellos.

Los testimonios nunca deben ser usados como un garrote para que algún hermano o hermana vea las cosas precisamente como las vemos nosotros. Hay asuntos que deben ser dejados personalmente al individuo para que los arregle a solas con Dios. Los consejos deberían estudiarse para encontrar los principios básicos que se aplican a nuestras vidas en el tiempo actual. El corazón humano es muy parecido en todo el mundo; los problemas de uno son a menudo los problemas de otro. “Al reprender los males de uno”, escribió Elena G. de White, [Dios] “quiere corregir a muchos... Presenta claramente los errores de algunos, para que otros sean amonestados”.

Cerca del fin de su vida, Elena G. de White dio el siguiente consejo:

“Mediante su Espíritu Santo, la voz de Dios nos ha venido continuamente en forma de amonestación e instrucción... El tiempo y las pruebas no han anulado la instrucción dada... La instrucción que fue dada en los primeros días del mensaje ha de ser retenida como instrucción segura de seguir en estos días finales”.

Los consejos que siguen están extraídos de una cantidad de los libros de Elena G. de White, pero mayormente de los 3 tomos de Joyas de los testimonios, la edición mundial de los Testimonies for the Church, y representan las líneas de instrucción que pensamos son de más ayuda a la iglesia en áreas donde las limitaciones de la feligresía no hacen posible que se publique más que 1 volumen de un tamaño moderado. La tarea de seleccionar y compilar estos consejos fue hecha por una comisión de muchos miembros que trabajaron bajo la autorización de la Junta de Fideicomisarios del Patrimonio White, al que se le asignó la responsabilidad del cuidado de los consejos del espíritu de profecía. Las selecciones son con frecuencia breves y se limitan a una declaración de los principios prácticos básicos, y así está incluida una amplia gama de temas. “Creed en Jehová vuestro Dios, y estaréis seguros; creed a sus profetas, y seréis prosperados”. 2 Crónicas 20:20.

Los fideicomisarios del Patrimonio White

Washington, D.C.,

22 de julio de 1957

Revisado en Silver Spring, estado de Maryland, el 1 de enero de 1990